Este texto está basado en la conferencia de clausura del V Congreso Mexicano de Antropología Social y Etnología que, con el título de «La participación de las y los antropólogos en el movimiento estudiantil del 68», tuve el honor de impartir en la sede de la ENAH en octubre de 2018, justo cuando se cumplían 50 años de una masacre que cambió al país e impactó en toda América Latina. No es LA memoria de aquellos días, sino una particular memoria, la que nace de mis recuerdos como miembro del Consejo Nacional de Huelga. El movimiento estudiantil generado en las fechas previas a la celebración de las Olimpiadas buscaba implantar un régimen político democrático, desterrar el autoritarismo y la corrupción, garantizar la libertad de prensa y de pensamiento, y, en general, instaurar en México el respeto a la libertad ciudadana y el combate contra la desigualdad social. Esto fue visto por el establishment como un peligro para el autoritario orden establecido, por lo que optó por reprimirlo de modo sangriento. Aunque los estudiantes del 68 no consiguieron todo lo que perseguían, México experimentó cambios en su vida pública a partir de un proceso que se inició inmediatamente después de ese movimiento.
The paper is based on the closing lecture of the V Mexican Conference of Social Anthropology, held during October in the Escuela Nacional de Antropología e Historia in the year 2018. Half a century ago, the Student Movement of 1968 was finished with a massacre, while the students where in a meeting in Tlatelolco Square, Mexico City. The present paper is not The memory of that student movement, but only my memory of it as a member of the Strike National Student Congress. In those days the Mexican students asked for democracy and for the end of corruption in the public administration of the country. Also, the students asked a better way of life for Mexican people and the end of social inequality. Even though the student movement don’t get what all they want, Mexico change in many aspects of the public life.
A mis compañeras y compañeros, estudiantes en la ENAH en 1968
Este texto es una oportunidad para desplegar la memoria de un suceso que conmovió a un país entero: México. No es un artículo fruto de una investigación rigurosa sobre un conjunto de sucesos en los que hube de verme envuelto, sino una memoria. No LA memoria, advierto, sino una particular, la de mis recuerdos.
Trataré de mostrar que los sucesos que menciono no solo conmovieron a una parte de la antropología en México, sino que cambiaron nuestra manera de ver el país, América Latina y los temas que tratamos además de los nuevos que surgieron. No es una teorización de todo ello, sino una memoria salpicada de reflexiones y comentarios acerca de los sucesos expuestos.
El centro de esta memoria está situado en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la legendaria ENAH, que en aquellos días fue protagónica en referencia a la participación de los antropólogos en el movimiento estudiantil de 1968 en México. El primero en elaborar unas notas etnográficas al respecto y publicarlas fue Ángel Palerm, en un texto que firmó con el seudónimo obvio de «Profesor A», aclarando quién era en el artículo final de la serie de cuatro publicado con el título de «El movimiento estudiantil: notas sobre un caso» (
Para avivar y precisar mi recuerdo, conversé con Victoria Novelo, porque como estudiante de la ENAH, ella tuvo una destacada participación en el movimiento de 1968. Le estoy agradecido por su generosidad que me auxilió a encontrar claridad en algunos rincones de mi memoria. Igual hubiera conversado también con mis queridos ausentes, José Lameiras Olvera y Brigitte Boëhm, pero no los encontré por más que le hice la lucha
Han pasado ya 109 años del inicio de la Revolución Mexicana el 20 de noviembre de 1910 cuyo periodo armado finalizaría en 1924, con Plutarco Elías Calles como presidente de México, si bien el inicio de su final como proceso no ocurriría hasta 1940, momento en que el presidente Lázaro Cárdenas traspasa el poder al general Manuel Ávila Camacho. Si en 1940 se inicia el declive de la Revolución, su inercia llega hasta 1988, año en que termina el período presidencial de Miguel de la Madrid y comienza la era de los tecnócratas neoliberales.
Este breve recordatorio obedece al hecho de que varias instituciones en las que participaron los antropólogos mexicanos se establecen en dos períodos distintos: el que va de 1917 a 1948 y, posteriormente, la década de 1970, en los estertores de la Revolución, con el surgimiento de instituciones en las que los antropólogos tendrán una amplia participación, en mucho, derivada del movimiento estudiantil de 1968.
Esta nueva serie de fundaciones, justo inmediatamente después de 1968, tendrá lugar durante el mandato del presidente Luis Echeverría
Así pues, el espectro institucional dentro del que se ha desarrollado la antropología en México queda enmarcado por esta breve referencia cronológica asentada en dos momentos: en el primero, el contexto institucional es el establecimiento del nuevo Estado Nacional surgido con la Revolución Mexicana. En el segundo, es ya el de la decantación de la inercia revolucionaria. Afortunadamente no concluye ahí, pues la ampliación institucional de la antropología siguió después de la llegada de los tecnócratas en 1988 con fundaciones tan importantes como la de la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México establecida en 2011, con el antecedente de la fundación de la ENAH-Chihuahua en 1990.
Por otra parte, el movimiento estudiantil del México de 1968 no puede entenderse sin la referencia a un contexto internacional convulso: coincide con el pleno apogeo de la
En México, la vocación represora de los grupos de poder se manifestó repetidamente. En el sexenio presidido por Adolfo López Mateos
El centro del movimiento estudiantil de 1968 fue la Ciudad de México y en ese contexto, la ENAH fue la base de la participación de los antropólogos, tanto estudiantes como profesionales sobre los que Marx y Engels y el Che, ejercieron influencias importantes. Es aquí en donde se inicia la memoria que a continuación relato.
Ingresé a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en el año de 1965. En ese año, la ENAH cambió sus locales situados en la calle de Moneda, en pleno centro de la Ciudad de México, a las aulas construidas
Los estudiantes de la ENAH han sido activos participantes en movimientos sociales de importancia en el país. En 1965, se recordaba vivamente el apoyo que los estudiantes habían prestado a los a su vez estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN), que llamaron a una huelga general el 11 de abril de 1956. Los estudiantes exigían mayor calidad en la educación superior en general, la destitución del Director General de la institución y aumento del presupuesto para adecuarlo a las nuevas exigencias de la enseñanza politécnica. También se defendía al internado del Politécnico, muy importante para los estudiantes que procedían de sectores modestos de la población. El dirigente de aquel movimiento, el estudiante Nicandro Mendoza, fue acusado del delito de disolución social de acuerdo a los artículos 145 y 145 Bis del Código Penal, siendo el primer preso político del país condenado por ese delito
Al igual que sucedió en 1968, el ejército mexicano intervino en la huelga politécnica y el 23 de septiembre de 1956 desalojó a punta de bayoneta a los estudiantes que se encontraban en el Internado del IPN. De todo ello nos enteramos porque en 1967, ocupando yo la presidencia de la Sociedad de Alumnos, organizamos una mesa redonda para rememorar el movimiento de los estudiantes politécnicos. En esa ocasión hablaron Guillermo Bonfil, Enrique Valencia, Alfonso «Poncho» Muñoz, Arturo Warman, entre los que recuerdo. Eventos como el que menciono eran frecuentes en la ENAH de aquellos años. Las asambleas estudiantiles también se sucedían una tras otra, con variación de temas y discusiones y hasta representaciones corales o breves piezas teatrales. La sociedad de alumnos de la ENAH, la SAENAH, tenía también una tradición editorial interesante no solo con la revista
Los prolegómenos del movimiento estudiantil de 1968 se localizan en un pleito entre estudiantes de nivel medio-superior, preparatorianos
No obstante que no existían los teléfonos celulares, la comunicación de estos sucesos corrió rápida en los ámbitos estudiantiles de la Ciudad de México. Ello prendió la indignación. Entre asambleas y mítines en las escuelas transcurrieron el 24 y el 25 de julio. En la ENAH se celebraron asambleas para discutir qué había pasado y estar informados sobre las acciones que se organizaban. Sucedía, además, que cada 26 de julio se organizaba una gran marcha en apoyo a la Revolución cubana. En 1968 estaba fresca en la memoria de los jóvenes la muerte del Che Guevara en Bolivia. Se comenzaba a leer su
El 26 de julio de 1968 confluyeron dos marchas en la Ciudad de México, ambas con permiso de las autoridades: una correspondía a la de los estudiantes politécnicos organizada por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, que salían para exigir la destitución del jefe de la policía, y la otra, organizada por la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (Partido Comunista de México), que tenía el propósito de celebrar la Revolución cubana. En esta última marchaba el contingente de la ENAH. Era un grupo pequeño comparado con los de otros centros escolares, incluyendo a la UNAM. Pero se marchaba con organización y disciplina, sin perder la alegría y la algarabía de las consignas. «Che, Che, Che Guevara» se gritaba; «Alerta, alerta, alerta, que camina, la lucha guerrillera en América Latina», nos desgañotábamos. «Gringos, go home» gritaban otros. No faltó el «únete, pueblo» aunado a «el pueblo uniformado, también es explotado». Aquello era un barullo juvenil de extraordinaria viveza.
Los estudiantes politécnicos habían decidido terminar su marcha en el Zócalo, habiendo partido de los locales del IPN en Zacatenco. Pedían la libertad de sus compañeros detenidos a raíz de los acontecimientos en la Ciudadela. El contingente dirigido por la Central Nacional de Estudiantes Democráticos tenía como punto final de reunión el Hemiciclo a Juárez, para allí escuchar los discursos de los líderes estudiantiles que versarían sobre la Revolución cubana y el Imperialismo yanqui. Instalados frente al histórico monumento y listos para escuchar los discursos, de pronto, buscando protegerse con nuestro contingente, irrumpieron, huyendo, los estudiantes politécnicos que, en su camino al Zócalo, habían sido detenidos por la policía que los perseguía. En medio del revuelo, los líderes lograron la reorganización de los contingentes y decidieron que deberíamos marchar todos hacia el Zócalo, enfrentándonos con los granaderos. Pero estos, que eran muchos, golpeaban sin cesar a cuanto cuerpo viviente alcanzaban. No tardaron en lograr la desbandada de los contingentes juveniles, a golpe de macanas. Incluso las lanzaban cuando alguien lograba esquivar los golpes y seguir corriendo. De nuevo, se repetía una saña notable en el actuar de los policías. Me pareció que disfrutaban los granaderos cada golpe que acertaban. Fueron horas de tratar de escapar de un cerco de macanas. En medio de la confusión, sirenas y gritos poblaron aquella tarde defeña.
Pero lo mismo sucedía en Xalapa, Veracruz, en donde los estudiantes de Antropología, los universitarios en general, habían salido a apoyar sus propias demandas, sin ninguna relación, en ese momento, con lo que estaba pasando en la Ciudad de México. En Xalapa, el ejército y la policía estatal tendieron un cerco a los manifestantes, encerrándolos en el centro de la ciudad, y golpeándolos hasta que se cansaron. No quedó allí la represión. El ejército y la policía violentaron los domicilios de los estudiantes líderes, entre ellos varios de Antropología, que fueron a dar con sus huesos a las cárceles veracruzanas. Después supimos que habían sido 65 los estudiantes presos y 6 profesores, todos fichados como delincuentes en el Cuartel de Policía de San José, acusados de desacato y reos del delito de disolución social.
El 27 de julio hubo asambleas en muchos centros educativos de la Ciudad de México, desde las secundarias y prepas, hasta las universidades. En la ENAH, la asamblea repasó los sucesos del día anterior. Los estudiantes que habían asistido a la manifestación del 26 de julio relataron lo que habían vivido aquella tarde. Varios experimentaban por vez primera la represión y estaban comprensiblemente asustados, como lo revelaban sus relatos. Las opiniones estudiantiles se inclinaban por que la ENAH encontrara un mecanismo para estar al tanto de lo que pasaba en otros centros universitarios, sobre todo, en la UNAM. Se me comisionó para asistir el 28 de julio a la UNAM y averiguar qué estaba sucediendo. Javier Mena, que en paz descanse, me facilitó su vehículo para trasladarme desde los locales de la ENAH a la Ciudad Universitaria porque se consideraba peligroso viajar en los autobuses o en taxis. Llegué a la UNAM a tiempo de asistir a una reunión que se celebró en un aula de la Facultad de Filosofía y Letras. Habríamos unos 60 estudiantes en esa aula, procedentes de diversos planteles. Se habló con detalle de los sucesos ocurridos el día 26 y se acordó regresar a nuestras asambleas para consultar qué hacer, cuál era el paso siguiente. El 29 de julio, por la tarde, estaba a punto de ingresar a la ENAH cuando fui interceptado por Javier Mena en el estacionamiento del Museo Nacional de Antropología. Le devolví su auto y escuché lo que me transmitió: me habían asignado la tarea de permanecer atento a lo que sucedía en la UNAM e informar de todo ello a Javier Mena quien, a su vez, lo informaría a la Asamblea declarada permanente mientras se sostuviera la actividad estudiantil. Deberíamos vernos, Mena y yo, en el Café Literario, situado en el paseo de la Reforma, en una próxima reunión y allí decidir en dónde nos veríamos en una siguiente ocasión. El 30 de julio, por la madrugada, ocurrió un hecho definitorio de los rumbos que tomó el movimiento estudiantil: el ejército lanzó un misil de bazuca contra la puerta de la Preparatoria de San Idelfonso, no importando que había estudiantes detrás ni el carácter de monumento histórico del inmueble. El
La gran manifestación convocada por el rector de la UNAM partió a las 16:30 de la explanada de Ciudad Universitaria. Antes, el rector Barrios Sierra dirigió un discurso a los más de 100 000 congregados. Dijo el Rector: marchamos en demanda de liberación de los estudiantes presos; marchamos para que se termine la represión. Marchamos para defender la autonomía que ha sido gravemente violada. Hubo un estallido de aplausos cuando el rector le dio la bienvenida a los estudiantes y profesores del IPN, a los que llamó «hermanos». Recalcó que había que actuar con energía dentro del marco de la ley y no hacer caso a los provocadores. Anunció que, al llegar a la esquina de avenida Insurgentes y Félix Cuevas, la marcha retornaría a la Ciudad Universitaria, evitando así al ejército y la policía. El discurso terminó con las arengas de Barrios Sierra: «¡Viva la UNAM! ¡Viva el IPN! ¡Vivan las instituciones hermanas», pero, sobre todo, ¡Viva México!». El rector bajó del sitio desde el que hablaba, se colocó al frente de una inmensa columna y dio inicio no solo a una gran demostración de repudio al gobierno por las medidas represivas, sino al movimiento estudiantil de 1968. Los gritos de «Únanse», «Únanse» y «Justicia», «Justicia» se alternaban. A su paso, la gente aplaudía a la marcha, tanto los transeúntes como desde las puertas y ventanas de las casas. Era obvia la presencia de los informantes de la Secretaría de Gobernación que no despegaban los radios de los labios enviando informes. Hubo muchos incidentes en varios puntos de la ciudad dado que el ejército desplegó no solo a la infantería sino batallones motorizados y tanques, además del acompañamiento del cuerpo de granaderos y aparición de quienes después se conocieron como los
La marcha encabezada por el rector Javier Barros Sierra selló la unidad entre los estudiantes del IPN y los de la UNAM. Por aquellos años, la educación privada en México no tenía el auge que exhibe actualmente. La UNAM era el centro universitario al que acudía la clase media alta del país y en cuyas aulas se forjaban los dirigentes políticos de México. En cambio, el IPN, fundado por el presidente Lázaro Cárdenas del Río, era el centro de educación superior al que se inscribían los jóvenes de orígenes sociales modestos. Ello se manifestaba en la enemistad entre ambas instituciones, que afloraba en los encuentros deportivos, sobre todo en el fútbol americano, al enfrentarse los Burros Blancos del Politécnico contra los Pumas de la Universidad.
Durante la marcha también se inició lo que vendría a conocerse como el Consejo Nacional de Huelga (CNH). Se corrió la voz para que los representantes de las escuelas acudieran al otro día, 2 de agosto, a la UNAM, para una reunión convocada para decidir los pasos siguientes. En efecto, el martes 2 de agosto se instaló en Ciudad Universitaria el CNH, con la asistencia de delegados de la propia UNAM, el IPN, la Universidad Iberoamericana, la Escuela Normal Superior, la Universidad La Salle, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, El Colegio de México, la ENAH y varias instituciones más. Entre otros líderes, presidieron la reunión Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Sócrates Campus Lemus, Eduardo Valle, Roberto Escudero, Jesús Martín del Campo, Luis González de Alba, Gilberto Guevara Niebla, Raúl Álvarez Garín, Marcelino Perelló, Félix Hernández Gamundi, Salvador Martínez de la Roca «El Pino», José Tayde Aburto, «La Tita» Avendaño y Ana Ignacia Ramírez, la Nacha, entre los que recuerdo. Días antes se había constituido en el Casco de Santo Tomás del IPN el Comité Coordinador, antecedente del CNH. El CNH emitió sus primeros acuerdos: 1. solo se admiten representantes de escuelas en huelga; 2. cada escuela tendrá derecho a tres representantes elegidos por sus respectivas asambleas, y, además, cada tercer día, las asambleas debían ratificar a sus delegados o elegir nuevos. 3. ninguna otra representación será permitida: solo delegados escolares; y 4. el CNH se erige como el máximo órgano de dirección del movimiento estudiantil. Solo se ejecutarían los acuerdos emanados de sus asambleas. En su momento de mayor actividad, el CNH llegó a tener la representación de 75 escuelas, es decir, 225 delegados. Después de aquella reunión primera en Ciudad Universitaria, el CNH se reunió alternativamente también en locales del IPN. Fui confirmado por la Asamblea de la ENAH como delegado y se nombró además a Abraham Carro Avitia (q. e. p. d.) y Carlos Aguirre para completar la delegación de la ENAH ante el CNH. Durante el transcurso del movimiento, Carlos Aguirre y Abrahan Carro Avitia se retiraron por diferentes motivos y me quedé como único representante de los estudiantes de la ENAH ante el CNH.
En los inicios del movimiento estudiantil salieron a la luz pública los líderes más respetados y escuchados, como los que enuncié presidieron la primera reunión del CNH. Pero debe destacarse también la presencia de las estudiantes, mujeres líderes que cumplieron papeles básicos en el transcurso del movimiento estudiantil. Me viene el recuerdo de las líderes: Ana Ignacia Ramírez «La Nacha», Roberta Avendaño «La Tita», Esmeralda Reynoso, Amada Velasco, Adela Castillejos, que fue encarcelada desde 1968 y salió en libertad el 26 de enero de 1971. La Tita, muy conocida por sus discursos, murió en un hospital de Guadalajara en el mes de agosto de 1999. Había cumplido los 58 años de edad. Así mismo, se conformó un grupo de 10 dirigentes reconocidos como los más experimentados, que al mismo tiempo que presidían las asambleas plenarias del CNH, orientaban las discusiones. Recuerdo de ese grupo a Félix Hernández Gamundi, Marcelino Perelló, Gilberto Guevara Niebla, Eduardo Valle «El Búho», Sócrates Amado Campos Lemus, Luis González de Alba, Raúl Álvarez Garín, José Tayde Aburto, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca y la única mujer dentro de ese círculo, Roberta Avendaño «La Tita».
Al tiempo que se dio a conocer la instalación del CNH, los profesores se reunieron para establecer la Coalición de Maestros, que tuvo también su repercusión en la ENAH. Formaron parte de la Coalición de Antropólogos Maestros, Margarita Nolasco, Mercedes Olivera, Guillermo Bonfil, Ángel Palerm, Arturo Warman, Daniel Casez, José Rendón, Enrique Valencia, Barbro Dahlgren, Johanna Faulhaber, Rodolfo Stavenhagen, entre los que recuerdo. De mis compañeras y compañeros, debo decir que participamos la mayoría de estudiantes, aunque el contingente se fue diluyendo conforme avanzaba el movimiento hasta quedar un grupo de entre 40 y 50.
Los intelectuales del país también se organizaron para apoyar al movimiento estudiantil. Así nació lo que se llamó el Comité de Intelectuales, Artistas y Escritores en apoyo al Movimiento Estudiantil. La figura descollante de ese Comité fue José Revueltas, a quien recuerdo siempre al lado de quienes marchábamos en las calles de la Ciudad de México o llegábamos como delegados a las reuniones del CNH. El gran escritor era un rebelde sempiterno, amigo entrañable de Roberto Escudero. Revueltas había escrito su
Además del CNH, el otro invento organizativo del movimiento estudiantil de 1968 fueron las brigadas. Si el CNH surgió como un medio para evitar la corrupción y la cooptación de líderes, las brigadas se configuraron para evitar la infiltración de agentes del gobierno en las entrañas del movimiento estudiantil. La regla de oro de las brigadas era conformarlas solo con amigos, los más cercanos, para evitar delaciones e infiltraciones. Copiaron las brigadas la organización de las pandillas, en donde la fraternidad y las relaciones cercanas, garantizan la solidaridad. Me parece que, en ese tipo de organización de movimientos estudiantiles, el de 1968 en México fue innovador y contribuyó con ello a introducir formas de movilización social inéditas. De esta manera, los representantes de las asambleas ante el CNH, informaban a los enlaces de los acuerdos que, a su vez, eran ejecutados por las brigadas. En el caso de la ENAH, los representantes informábamos a Javier Mena y este transmitía los acuerdos a las brigadas. Estas tenían la responsabilidad de financiar el movimiento a través de los
El tipo de organización que describí permitía localizar infiltrados, controlar las marchas para que no cundiera el desorden alentado por los provocadores, mover multitudes disciplinadas y asegurar el cumplimiento estricto de los acuerdos. En una de las primeras reuniones del CNH presidida en esa ocasión por Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, se presentó un estudiante de nombre José Murat que venía respaldado por su asamblea. Murat hablaba un lenguaje incendiario e intransigente. Luis Tomás Cervantes lo interrumpió señalándolo como un agente de la policía. Murat retó a que se le probara la acusación, a lo que Cabeza de Vaca replicó, diciendo: «Precisamente porque eres policía no te lo puedo probar» y dicho lo cual, lo expulsamos del Consejo. En efecto, Murat era policía. Con los años, llegó a gobernador del estado de Oaxaca.
Las reuniones del CNH eran largas, cansadas, a veces tediosas. Se iniciaban por las tardes y más de una terminaba en la madrugada del día siguiente. En el seno de esas reuniones surgieron vocablos como «ganar la calle» que era lo que hacían las brigadas y las marchas; «concretito» para alertar a quienes tenían el complejo de Demóstenes y lanzaban discursos interminables; «rollo» para referirse a una intervención discursiva; «cámara maestro» para denotar que se estaba exagerando. Por cierto, que la tarde que surgió el vocablo «rollo» en reunión del CNH en el Auditorio de la Facultad de Medicina de la UNAM, soltamos una carcajada general porque nos imaginamos a un rollo de papel higiénico desenvolviéndose. Cuando los delegados se dormían y ya nadie estaba escuchando a los oradores, lanzábamos la «moción de aplausos» para despabilar a los durmientes. Una de las reuniones más largas del CNH que recuerdo, fue la celebrada el 3 de agosto, cuyo tema fue elaborar el
Libertad a los presos políticos, sin distinción.
Destitución de los generales Luis Cueto, jefe de los Granaderos y Raúl Mendiolea, jefe de la Policía del D. F. También la destitución del teniente coronel Armando Frías.
Extinción del organismo represivo llamado Cuerpo de Granaderos.
Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal, que implantaba el delito de disolución social, arma legal usada contra la disidencia política y los movimientos populares.
Indemnización a las familias de los muertos y heridos por los cuerpos represivos a partir del 26 de julio.
Deslindamiento de responsables de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades, a través de sus diferentes órganos de represión.
Resultaría muy largo relatar el funcionamiento de las brigadas y de los enlaces. Pero si menciono que el CNH envió representantes a los estados del país, a explicar los motivos del movimiento estudiantil. La repercusión no tardó en observarse: más de 10 manifestaciones en apoyo al movimiento estudiantil en diferentes ciudades de México, además de las diferentes escuelas que a lo largo y ancho del país acataron el llamado a la huelga.
Como sabemos, en 1968 coincidió el movimiento estudiantil con la organización de los Juegos Olímpicos. Desde el inicio de la movilización estudiantil, el Gobierno presidido por Gustavo Díaz Ordaz lanzó la versión de que los estudiantes obedecíamos a quienes querían boicotear las olimpiadas y ridiculizar a México. Se decía que el Partido Comunista Mexicano introducía directrices extranjeras, con el mismo propósito además de buscar la desestabilización de la nación. Así mismo, para una mentalidad como la de Gustavo Díaz Ordaz, los estudiantes eran manifiestamente «groseros» y «majaderos», además de invocar a héroes extranjeros, como el Che Guevara. La represión continuaba. Incluso, la Universidad de Puebla fue intervenida por el ejército y se seguían llenando las cárceles de jóvenes. Es más, ser joven se volvió el mayor peligro en el México de 1968. No había respuestas a la petición de diálogo público, sino más y más represión. Esta situación, así como las versiones difundidas por el gobierno, se discutieron ampliamente, tanto como las opiniones que describían a los jóvenes como «groseros», «irrespetuosos». Después de una serie de largas sesiones del CNH (cada una de más de 10 horas), se acordó llevar a cabo lo que se llamó la Manifestación del Silencio, en cuyo desarrollo no se gritaría ninguna consigna, se llevarían tapabocas y además en las mantas solo se mencionarían las peticiones del pliego petitorio. Se decía por parte de la prensa mexicana que éramos imitadores de los estudiantes de Paris y de Berlín. Por ello, el CNH acordó llevar solo las figuras de Hidalgo, Morelos, Villa, Zapata, los hermanos Flores Magón y solo banderas mexicanas En el transcurso de la reunión del CNH, propuse (ni Carlos Aguirre ni Abraham Carro asistieron en esa ocasión) que la marcha del silencio saliera de la explanada del Museo Nacional de Antropología, para recorrer Reforma y entrar al Zócalo. La propuesta se aceptó. Además, el CNH fijó el día 13 de septiembre para llevar a cabo la llamada Marcha del Silencio.
Alrededor de la una de la tarde, en la fecha mencionada, empezaron a llegar al sitio acordado los contingentes que participaron en la marcha del silencio. La explanada del Museo Nacional de Antropología comenzó a llenarse de jóvenes que, la mayoría con la boca tapada, se formaban según el orden que correspondía a los contingentes de las diversas escuelas. El 13 de septiembre es día de celebración de la batalla del Castillo de Chapultepec en contra de la invasión norteamericana de 1848, por lo que el lugar de inicio de la marcha y el día para hacerla, eran significativos. Acudimos más de 200 000 estudiantes. Marchamos en perfecto orden. Solo se escuchaban los murmullos y los pasos. La gente aplaudía. La marcha simulaba un enorme cortejo para enterrar la represión y darle vida a la democracia. Las mantas anunciaban: «Diálogo Público»; «Nos sostiene el pueblo, por el pueblo luchamos»; «Prohibido Prohibir»; «La Tierra es de todos»; «Libertad a los presos políticos»; «Haz el amor y no la guerra», «Mamá: nos vemos en la Procu»; «Veterinaria presente: vacuna a tu granadero». Al saludar a la gente que se agrupaba desde las aceras, levantábamos las manos haciendo la señal de la
La Marcha del Silencio marcó el punto culminante del movimiento estudiantil mexicano de 1968. Enseñó a la nación no solo la capacidad organizativa de los jóvenes, su disciplina y madurez, sino también su vinculación con los problemas que afrontaba la sociedad mexicana, gobernada por un régimen autoritario, sordo e insensible a las demandas populares. El silencio portaba un torrente emocional, la voluntad juvenil por participar en la construcción de un país mejor. Por el silencio decíamos que no olvidaríamos a los muertos, a los que dieron su vida en aquellos días de combate por una nación digna. Con el silencio demostramos que la crítica es un acto creativo y que la discrepancia es un derecho que toda democracia debe respetar. Y los estudiantes de la ENAH, hombres y mujeres, más los profesores de la Coalición de Maestros, estuvimos allí, con nuestro contingente ordenado, disciplinados, sin emitir sonido alguno, tomados de las manos, portando las mantas y los cartones con las consignas acordadas en el CNH.
Justo la noche anterior habíamos trabajado arduamente imprimiendo volantes en casa de una estudiante, hoy reconocida antropóloga, la doctora Silvia Gómez Tagle en donde teníamos instalado el mimeógrafo que no descansó sino hasta las primeras horas de la mañana. Silvia no solo acondicionó su casa para imprimir los volantes, sino que también nos confortaba con excelentes viandas. De allí salimos para repartir a las brigadas cientos de esos volantes, que deberían distribuirse por las calles de la ciudad.
Durante el tiempo que duró el movimiento estudiantil, los estudiantes de la ENAH concurrían a la escuela para estar alertas a los informes que se vertían en la Asamblea Permanente. Pero, además, había conferencias como las dictadas por Arturo Warman e ilustradas con las canciones que interpretaba Victoria Novelo, con voz suave y profunda, rasgando la guitarra con maestría, mientras era acompañada por Diana Molina. También llegamos a tener la visita de Judith Reyes, que cantaba en los mítines, o de Oscar Chávez que también solía interpretar sus canciones como parte de los mítines estudiantiles. En esa Asamblea de la ENAH se discutió la invasión soviética a Checoslovaquia, la guerra de Vietnam y por supuesto, los movimientos estudiantiles en París, Berlín, Tokio, los Estados Unidos.
Cito a continuación una parte de un correo que me escribió Victoria Novelo como respuesta a una pregunta. Dice:
El 68 en la escuela nos agarró muy fuerte pues para muchos, creo que para la mayoría y los recién ingresados éramos más de 100, era nuestra primera experiencia en un movimiento social de esa envergadura. Teníamos una gran frescura e ingenuidad y muchas ganas de hacer cosas. Había pocos con experiencia en organizaciones políticas. Había uno del PC, un par de compañeras activistas y creo que eran todos. El del PC desapareció a las primeras de cambio y toda la organización nos la dimos intuitivamente, creo. Acabábamos de pasar por una huelga de solidaridad con la escuela de antropología de Jalapa y ya sabíamos algo sobre represión, discusión. Por lo menos para mí y otros compañeros, las noticias sobre la represión gubernamental era algo que no podíamos creer. ¿Por qué la violencia se desató así? Y eso nos hizo agruparnos y tratar de resistir y oponernos a esa agresión del estado con las pocas armas que teníamos. Creo que fuimos muy organizados en todo lo que hicimos. Las asambleas, el boteo, las brigadas a cargo de algún alumno con más experiencia (a mí me tocó estar bajo las ordenes de Javier Guerrero), la continua escritura sobre lo que acontecía pues el periodismo mexicano en esa época se resumía en la frase «prensa vendida» y escribíamos en varios idiomas pues los volantes nos servían para pedir cooperaciones a los turistas que llegaban al Museo (y que nos daban mucho dinero) ante la asombrada mirada de los «agentes secretos» que ya rondaban la explanada del museo y la entrada. Las asambleas y luego la organización de cómo marcharíamos en las manifestaciones, fueron también muy bien organizadas y las pancartas que hacíamos (muy bellas además de buen contenido). Creo que participamos muchos y sin protagonismos, hombres y mujeres juntos, no existía todavía el famoso feminismo. Las asambleas permanentes las mantuvimos todo el tiempo y ahí participamos maestros y alumnos. Arturo Warman daba unas conferencias sobre la música popular en México y Diana y yo cantábamos para ilustrar sus pláticas. De burla nos decían que éramos el comité de festejos.
El 15 de septiembre, el ingeniero Heberto Castillo encabezó la ceremonia del grito
El 25 de septiembre, los miembros del CNH que quedábamos aún activos nos reunimos por la noche en la casa de Viki Novelo, en la calle de Chimalcóyotl, en Tlalpan. La contraseña para ingresar era «la última cena» (no sabemos a quién se le ocurrió) que debíamos pronunciar en la puerta, vigilada por Victoria Novelo y María Ángeles Comesaña. A la reunión asistiríamos alrededor de 40 delegados de los 225 que éramos. La discusión se concentró en analizar qué camino seguir ante las bajas estudiantiles por diversas razones: vacaciones, estudiantes que regresaban a sus poblaciones, encarcelamientos, la invasión de Ciudad Universitaria, los muertos. Se avecinaba además la inauguración de la Olimpiada y no se debería ofrecer al gobierno ningún hecho que pudiera ser mencionado como prueba de que el verdadero motivo de la rebelión juvenil era boicotear los Juegos. Así que después de mucho discutir, se llegó a la conclusión de hacer un mitin para declarar una tregua y reorganizarnos en el inicio del próximo ciclo escolar. De nuevo, una larga discusión sobre el lugar en donde debería celebrarse el mitin. Se acordó hacerlo en la plaza de las Tres Culturas porque era un lugar de habitación popular y allí, se dijo, no se atrevería a disparar el ejército. El mitin ocurriría frente al edifico Chihuahua, y desde un balcón del mismo hablarían los oradores, que no recuerdo quienes fueron, porque, además, no estuve porque se consensó que no asistiera ningún miembro del CNH al mitin como medida de seguridad. Dicho acuerdo no se respetó por todos y el ejército tomó prisioneros a los que estaban presentes en el mitin. La prensa reportó que solo logró hablar un orador, Florencio López Ozuna, estudiante de la Escuela Superior de Economía del IPN. Existen también otros reportajes que hablan de tres oradores, entre ellos una mujer, que debió ser Consuelo Hernández, si la memoria me es fiel. Esa tarde-noche en Tlatelolco se consumó una matanza como respuesta del Estado Nacional y de quien lo encabezaba a las demandas estudiantiles.
Al terminar la reunión en casa de Victoria Novelo, uno de los compañeros encargados de hacer labor de inteligencia, Jorge Peña, me sugirió abandonar lo más pronto posible la Ciudad de México. Según él, me habían localizado e iban detrás de mí. Así que me decidí a regresar a Tuxtla Gutiérrez lo que hice desde el 30 de septiembre, trasladándome en autobuses de segunda, viajando por el estado de Oaxaca, atravesando el istmo de Tehuantepec. Llegué a Tuxtla Gutiérrez en el amanecer del 2 de octubre. En las primeras horas del 3 de octubre, escuché el teléfono y me levanté presto a responder. Era Brigite Boëhm. Brixi, como le decíamos sus amigos, me describió lo que había pasado en Tlatelolco. Cito de nuevo una parte del correo de Viki Novelo:
De fechas, nunca me acuerdo. Pero la reunión en mi casa en Tlalpan debió haber sido a mediados o fines de septiembre del 68 o por ahí, cuando se decidió lo de ir a Tlatelolco. Luego tuvimos una Asamblea en la ENAH, donde Daniel González (q.e.p.d.), el marido de Diana, nos explicó (él había estado en el ejército) que era una especie de trampa y que no deberíamos ir como escuela porque era una verdadera ratonera. La decisión fue que quien quisiera y bajo su propia responsabilidad asistiera a Tlatelolco, pero como escuela o todos, no se recomendaba. A partir de esa junta en mi casa y que salió en el periódico tuve un agente secreto en la banqueta de enfrente durante muchos días. El santo y seña para entrar a esa reunión había sido «la última cena» y mira que resultó macabra la frase.
Hay que apuntar que el 7 de septiembre se había llevado a cabo un mitin en la misma Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, conocida como la Manifestación de las Antorchas, que había terminado sin represión. Pero la descripción que Brixi me hacía por el teléfono era escalofriante. La recuerdo de esta manera: desde más o menos las 4 de la tarde, Brixi, junto con otros compañeros, habían llegado a la plaza. Notaron grupos de soldados cercanos a la misma, pero decidieron permanecer esperando el inicio del mitin. José Lameiras, no iba en esa ocasión acompañando a Brixi. Más o menos hacia las 6 de la tarde, un helicóptero sobrevoló la Plaza de las Tres Culturas y soltó una bengala. Acto seguido, se oyeron los primeros disparos. Ante esa situación, Brixi, junto con otros estudiantes, corrieron buscando una salida. Un oficial los vio venir y los llamó, indicándoles por dónde huir. Eso salvó de recibir un balazo a los estudiantes que lograron salir por indicaciones de un soldado. Terminaba el relato de Brixi celebrando que yo no hubiese estado en el mitin, porque, quizá, no hubiese salido vivo de allí. Lo mismo decía de la ausencia de Pepe Lameiras en esa trágica tarde en la plaza de las Tres Culturas.
El movimiento estudiantil de 1968 finalizó el 6 de diciembre de ese año, fecha en la que el CNH se disolvió. Díaz Ordaz pronunció su informe el 1 de septiembre
En los primeros días de febrero de 1969, asistí a una ceremonia religiosa en la capilla de Chimalistac, acompañando a unos paisanos de Chiapas. Al término de la misa y salir de la capilla, me encontré con un joven que repartía unas tarjetas muy singulares: en el anverso estaba impresa una foto del Che Guevara con un pie que decía ¡Venceremos!; en el reverso, una lista de nombres: Victoria Novelo Oppenheim, Felipe Ehremberg, Ricardo Loewe, otro personaje de apellido Ludlow y otros más, que no recuerdo. También Victoria Novelo recuerda esta tarjeta porque la llevé de inmediato a la ENAH, justo para discutir qué se hacía. Era claramente una amenaza. También estaba claro que los apellidos de quienes aparecían al reverso eran de
En el ámbito de la ENAH, la represión continuó con el cese de Guillermo Bonfil como profesor, lo que provocó la renuncia de Margarita Nolasco, Mercedes Olivera, José Rendón, Arturo Warman, Enrique Valencia y Ángel Palerm. Nacía la leyenda de los «Siete Magníficos» y una y mil versiones de lo que sucedió. Al respecto, recuerdo que un estudiante a quien Guillermo Bonfil dirigía la tesis, acudió a la dirección de la escuela para ultimar detalles de su examen profesional. Allí se le comunicó que su director de tesis ya no era profesor de la ENAH. Al saber Bonfil la noticia, renunció públicamente a la Escuela lo que provocó la renuncia solidaria de sus colegas. La asamblea estudiantil discutió el asunto y se dividió entre quienes apoyamos a Bonfil y quienes opinaron que no debió de haber renunciado, sino resistido. Este suceso es importante porque a partir de allí la ENAH entró a otro período en el que no participé, con cambios en el programa de estudios y en la planta de profesores.
En noviembre de 1969, a un mes antes de graduarme en la ENAH, asistí al Congreso Anual de la
Finalmente llegó la tarde en que debía relatar el desarrollo del movimiento estudiantil de 1968 ante la Asamblea General de la Triple A… No había tenido experiencia previa similar. Me tranquilizaba el que mi amigo Martín Dizkin, un gran antropólogo, ya fallecido, estuviese a mi lado. Nos habíamos puesto de acuerdo en cómo iría exponiendo puesto que él fungió como traductor. La Asamblea escuchó con atención la exposición que hice. En verdad, en aquellos momentos había sensibilidad ante estos temas pues la guerra de Vietnam estaba en la discusión nacional en los Estados Unidos y en muchos países. Martín Dizkin tradujo con excelencia mi intervención, lo que la hizo más ágil. Al terminar, se abrió la discusión que, pronto, mostró la división de la Triple A de aquellos días entre «izquierdas y derechas». Los voceros de la derecha alegaban que no era un asunto pertinente a la Triple A y que ya se había hecho bastante con escucharme. Los voceros de la izquierda entre los que destacaban Eric Wolf, Ángel Palerm, Sindney Mintz y el propio Martin Dizkin, afirmaban, por el contrario, que el asunto correspondía a las preocupaciones de los antropólogos y que no se podía ser indiferente ante un hecho como la masacre de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Después de un buen rato de intercambio de argumentos entre uno y otro bando, la Asamblea decidió dirigir una carta al Presidente de México, Gustavo Días Ordaz, expresándole su preocupación por la suerte de los estudiantes presos y el rechazo de una acción como la del 2 de octubre (
El movimiento estudiantil de 1968 abrió nuevos caminos a la antropología en México, empezando por una crítica más sistemática de la política indigenista, de la actuación del Instituto Nacional Indigenista (INI), y de sus secuelas. Recordemos que en 1970 se publicó el libro colectivo
Así mismo, la repetida frase de «prensa vendida» que gritaban los estudiantes al pasar las manifestaciones frente a los locales de alguno de los periódicos nacionales, nutrió a una nueva generación de periodistas mexicanos. En esos días, Daniel Cosío Villegas declaraba: «No hay sino un remedio: hacer pública de verdad, la vida pública del país» (
Pero el movimiento estudiantil de 1968 aún no terminaba con la retirada de Díaz Ordaz del poder. Se iniciaba el año de 1971 y la Universidad Autónoma de Nuevo León pasaba por un conflicto debido a que el Gobierno del Estado había reducido drásticamente el presupuesto. Tal medida, según el gobierno neoleonés, se debía a que estudiantes y docentes de la universidad habían decidido inaugurar un «gobierno paritario», lo que irritó al gobierno local. Ante la situación, los académicos y estudiantes de la universidad decidieron llamar a una huelga e invocar la solidaridad universitaria del país. De nuevo, unidos, los estudiantes del IPN y de la UNAM, respondieron convocando al primer mitin que se celebraría después del 2 de octubre en Tlatelolco. El Presidente Luis Echeverría había dado signos de «apertura democrática» liberando a varios estudiantes y presos políticos, entre ellos a José Revueltas, además de permitir el retorno de los líderes estudiantiles que fueron desterrados a Chile. Muy pronto, la solidaridad con los estudiantes de Nuevo León se amplió y la convocatoria al mitin incluyó las demandas siguientes:
Democratización de la enseñanza y respeto a la diversidad cultural del país (esta última demanda la propusieron los antropólogos).
Presupuestar el 12 % del Producto Interno Bruto para la Educación y que la parte destinada a las universidades fuese administrada por estudiantes y docentes.
Desaparición de todas las juntas de gobierno de las universidades del país.
Representación paritaria de maestros y alumnos en los Consejos Técnicos del IPN y de la UNAM.
Derogación del Reglamento General del IPN.
Disolución de los porros de la UNAM.
Libertad a los presos políticos.
La marcha se convocó para el Jueves de Corpus, el 10 de junio. Ese día, junto con Guillermo Bonfil, habíamos decidido asistir a la marcha, atendiendo a un acuerdo de los estudiantes y maestros de la Escuela de Graduados de la Universidad Iberoamericana y de los estudiantes de la licenciatura en Antropología Social de la misma universidad. Después de comer en casa de unos amigos, Guillermo Bonfil y yo, nos dirigimos en el
Ángel Palerm nos invitó a quienes estuvimos el Jueves de Corpus en la manifestación, a que escribiéramos los relatos y con ellos se publicó un libro que salió a la luz pública el mismo año de 1971.
Los sucesos del 10 de junio de 1971 terminaron de convencernos a varios miembros de mi generación de la importancia de estudiar las estructuras de poder en el país y, por supuesto, al Estado. Aunque se fundaron centros coordinadores del INI a lo ancho y largo del país durante la presidencia de Luis Echeverría, los antropólogos giraron su mira hacia el México urbano, la formación de regiones, la revisión de la etnohistoria y las articulaciones internacionales del Estado nacional y de la sociedad en México. Lejos de apartarnos de una actitud crítica, el movimiento estudiantil de 1968 nos alejó a muchos de la ortodoxia y el dogma.
Estoy convencido de que no se debe idealizar al movimiento estudiantil de 1968, pero tampoco minimizar su importancia. Ese movimiento cambió varias de las características de la actuación del poder en México, aunque no logró su propósito central de democratizar el país. Menos, por supuesto, logró modificar la economía política de México, que sigue favoreciendo a los grandes intereses financieros. Pero los cambios que se vinieron suscitando a lo largo de los años restantes del siglo XX llevan el impulso de 1968, de aquel atrevimiento juvenil por aspirar a un país mejor. Una parte importante de quienes conformábamos la
Correo electrónico:
José Lameiras, Pepe, falleció en la ciudad de Zamora de Hidalgo, Michoacán, el 14 de octubre de 2003. Brigitte Boëhm, Brixi, falleció en la misma ciudad el día de navidad de 2005.
Luis Echeverría fue presidente de México desde el 1 de diciembre de 1970 hasta el 30 de noviembre de 1976
1 de diciembre de 1958 a 30 de noviembre de 1964.
Aprobado en 1941 por el presidente Manuel Ávila Camacho para evitar la expansión del fascismo representado en México por los camisas doradas de Acción Revolucionaria Mexicanista y la Unión Nacional Sinarquista, el delito de disolución social fue utilizado posteriormente para reprimir movimientos sociales y políticos. En su literalidad, el artículo 145 señalaba que «comete el delito de disolución social, el extranjero o el nacional mexicano, que en forma hablada o escrita o por medio de símbolos o en cualquier otra forma, realice propaganda política entre extranjeros o entre nacionales mexicanos, difundiendo ideas, programas o normas de acción de cualquier gobierno extranjero, que perturbe el orden público o afecte la soberanía del Estado mexicano. Se perturba el orden público, cuando los actos de disolución social, definidos en el párrafo anterior, tiendan a producir rebelión, tumulto, sedición o escándalo. La soberanía nacional se afecta cuando los actos de disolución social puedan poner en peligro la integridad territorial de México, obstaculicen el funcionamiento de sus instituciones legítimas o propaguen el desacato de parte de los nacionales mexicanos a sus deberes cívicos. También comete el delito de disolución social, el extranjero o el mexicano que, en cualquier forma, realice actos de cualquier naturaleza, que preparen material y moralmente la invasión del territorio nacional o el sometimiento del país a cualquier potencia extranjera».
El término
Los
En México se conoce como
La ceremonia del grito es la fiesta cívica más importante del calendario mexicano. Tiene lugar a las once de la noche de cada 15 de septiembre para conmemorar el
Un bulo.
Aunque era costumbre desde el siglo XIX, la constitución mexicana de 1917 estableció como obligación ineludible que el Presidente de la República rindiese su informe de gobierno ante el Congreso de la Unión cada uno de septiembre como apertura del periodo de sesiones. Este mandato fue modificado en 2008 siendo desde entonces suficiente que el presidente lo envíe por escrito sin necesidad de asistir.
Estos trágicos sucesos han sido recreados recientemente en la laureada película