Disparidades. Revista de Antropología 77 (1)
enero-junio 2022, e003
eISSN: 2659-6881
https://doi.org/10.3989/dra.2022.003

LA GUERRA DE DRONES: CAZA, FANTASÍA Y EL ARTE DE ASESINAR

WAR OF DRONES: HUNTING, FANTASY AND THE ART OF ASSASSINATION

Joseba Zulaika

Centro de Estudios Vascos, Universidad der Nevada, Reno

https://orcid.org/0000-0003-1894-5259

RESUMEN

El artículo examina la guerra de drones como una forma de caza llevada a cabo por vía satélite desde la base militar aérea de Creech cerca de Las Vegas. El evento revelador inicial es el trauma que sufren los pilotos de drones debido a la intimidad visual con la que contemplan las consecuencias fatídicas de sus acciones. Se analiza el papel de la fantasía en el comportamiento de caza de los pilotos y en la retroalimentación mutua entre terrorismo y contraterrorismo. Se describe cómo funciona «el arte de matar” (De Quincey) en la guerra de drones a base de narrativa, eufemismos y video juegos. El artículo tiene en cuenta el papel trágico de Obama en la proliferación y normalización de los drones armados, así como la situación actual bajo la presidencia de Biden.

PALABRAS CLAVE: 
Guerra de drones; Pilotos; Caza del hombre; Fantasía; Arte de matar; Obama.
ABSTRACT

The article deals with drone warfare as man-hunting carried out via satellite from Creech AFB near Las Vegas. The book examines the layers of fantasy on which counterterrorism and its self-sustaining logic are grounded. Its initial revelatory event is the trauma endured by drone operators when, due to their visual intimacy with the victims, the fantasy of the beast-like enemy collapses. It shows how counterterrorism, through euphemism, narrative, and video game imagery, has turned drone assassination and button-pushing murder into a form of art. Finally, the article dwells on the tragic error of a president unable to resist the deceptions of the counterterror state and considers as well the current status of drone warfare under President Biden.

KEYWORDS: 
Drone Warfare; Pilots; Man-Hunting; Fantasy; Trauma; Art of Killing; Obama.

Recibido: 19 de marzo de 2020; Aprobado: 20 de diciembre de 2020.

Cómo citar este artículo / Citation: Zulaika, Joseba. 2022. “La guerra de drones: caza, fantasía y el arte de asesinar”. Disparidades. Revista de Antropología 77(1): e003. doi: <https://doi.org/10.3989/dra.2022.003>.

CONTENIDO

El trabajo de campo en el que se basa este artículo se llevó a cabo durante los años 2016-18 en las cercanías de la Base Aérea de Creech y del Nevada Test Site (lugar de las casi mil explosiones nucleares que tuvieron lugar durante la Guerra Fría) en el sur del desierto de Nevada, a una hora de Las Vegas. Varias veces al año militantes anti-drones y anti-nucleares se reúnen ante Creech y NTS para protestar contra el militarismo norteamericano. Dos de los centros de resistencia se hallan en Las Vegas en las comunidades de católicos radicales Catholic Worker y la Nevada Dessert Experience; pasé cuatro meses viviendo en estas comunidades, tomando parte en sus actividades y entrevistando a activistas, veteranos de guerra y académicos. La Fuerza aérea norteamericana no me permitió hablar con los pilotos de drones en activo. Solo pude hablar con antiguos pilotos convertidos en denunciantes de la guerra de drones, de los que hay un grupo muy reducido. Entrevisté a algunos de ellos. De otros he recabado su testimonio en documentales, textos diseminados en la red o libros publicados. Hablé extensamente con militantes antidrones durante las protestas en la Base Aérea de Creech. No pude limitarme a ser un antropólogo imparcial; me vi empujado a participar en la protesta y dos veces fui arrestado y llevado con otros objetores a la cárcel de Las Vegas. Un antropólogo está obligado a dar sentido a un entramado cultural o político a través de descripciones y análisis precisos. Pero más que nada, como escribió Clifford Geertz, «de lo que se trata en antropología es de examinar dragones, no domesticarlos o abominar de ellos, ni ahogarlos en tinajas de teoría» Geertz (1984: 275)Geertz, Clifford. 1984. «Anti-anti-relativism». American Anthropologist 86: 263-78.. Cuando conocí a Brandon Bryant y Cian Westmoreland, los dos antiguos operadores de drones que habían matado a cientos de víctimas accidentales y a quienes estaba ansioso por entrevistar, en su presencia experimenté que mi deseo de que me explicaran en qué consistían las matanzas con drones, lo real del trauma que ellos habían experimentado, parecía de pronto algo obsceno. En el núcleo de este trabajo etnográfico se halla el silencio impuesto por el horror del que fueron parte, horror que obliga a la confrontación entre antiguas y nuevas formas de pensar y actuar.

El marco teórico que me ha guiado proviene en primer lugar de mi adhesión a la tradición de la antropología simbólica liderada por James Fernandez (2006)Fernandez, James W. 2006. En el dominio del tropo: Imaginación figurativa y vida social en España. Honorio M. Velasco (ed.). Madrid: UNED., Clifford Geertz (2003)Geertz, Clifford. 2003. La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa. y Mary Douglas (1973)Douglas, Mary. 1973. Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú. Madrid: Siglo XXI., así como del análisis sistémico del ritual y de la comunicación de Gregory Bateson (1985)Bateson, Gregory. 1985. Pasos hacia una ecología de la mente. Buenos Aires: Lohlé. y Roy Rappaport (1977)Rappaport, Roy A. 1977. Ecology, Meaning, and Religion. Richmond: North Atlantic Books.. El estudio de la guerra de drones es una continuación de mis trabajos sobre las estrategias discursivas y la cultura del contraterrorismo; entre las muchas publicaciones sobre los drones destacaría Chamayou (2013)Chamayou, Grégoire. 2013. A Theory of the Drone. Nueva York: The New Press., Masco (2014)Masco, Joseph. 2014. The Theater of Operations: National Security Affect from the Cold War to the War on Terror. Durham: Duke University Press., Calhoun (2016)Calhoun, Laurie. 2016. We Kill Because We Can: From Soldiering to Assassination in the Drone Age. Londres: Zed Books. y Gusterton (2016)Gusterson, Hugh. 2016. Drone: Remote Control Warfare. Cambridge: The MIT Press., además de los periodistas críticos Scahill (2013)Scahill, Jeremy. 2013. Dirty Wars: The World Is a Battlefield. Nueva York: Nation Books. , Aaronson (2013)Aaronson, Trevor. 2013. The Terror Factory: Inside the BFI’s Manufacture War on Terrorism. Brooklyn: Ig Publishing., Woods (2015)Woods, Chris. 2015. Sudden Justice: America’s Secret Drone Wars. Oxford: Oxford University Press., Shane (2015)Shane, Scott. 2015a. Objective Troy: A Terrorist, a President, and the Rise of the Drone. Nueva York: Tim Duggan Books. y Hersh (2016)Hersh, Seymour M. 2016. The Killing of Osama bin Laden. Londres: Verso.. Un tercer componente teórico de este artículo es la teoría lacaniana de la fantasía y de la ignorancia como pasión.

UNA CHARLA EN LAS VEGAS

 

Era el fin de marzo de 2016, un atardecer cálido y radiante, cuando un centenar de activistas anti-drones recorrimos las 46 millas que separan la base militar aérea de Creech de Las Vegas, la gran ciudad americana del hedonismo y la fantasía. Creech es la base más importante en el manejo de drones militares a distancia. Acudíamos a Las Vegas para un simposio sobre la guerra de drones que tenía lugar en la Facultad de Derecho de la universidad. Entre los oradores se hallaba Cian Westmoreland, un antiguo operador de drones, hombre joven de menos de treinta años que vestía una camiseta negra y proyectaba una figura vulnerable mientras nos hablaba con la cabeza agachada mirando al espacio vacío ante sus ojos: «Pregunté a mis jefes cuántos civiles habíamos matado en el año 2009. No recibí respuesta. Investigué por mi cuenta y concluí que habíamos matado a 359 civiles», nos dijo. Levantó los ojos hacia el público para añadir: «Estoy aquí por esos chavales que yo ayudé a matar». Bajó la vista y se quedó callado. Los asistentes sorprendidos no sabíamos cómo reaccionar. Westmoreland tenía entonces 22 años. Ahora se hallaba traumatizado y en terapia, nos confesó. El desafío de su confesión era un acto político radical, lo único que podía hacer para protegerse de la locura.

Cian Westmoreland había crecido a la sombra del héroe de su familia, el General William Westmoreland, Comandante supremo de las fuerzas estadounidenses en Vietnam cuando Robert McNamara era Secretario de Defensa, el hombre que en la Segunda Guerra Mundial, durante el bombardeo de Tokio, había ayudado al General Curtis LeMay a incinerar 100,000 civiles en una sola noche. Semejantes muertes no habían traumatizado a McNamara y al General Westmoreland, orgullosos siempre de sus carreras militares. ¿Qué le impedía a Cian Westmoreland sentir lo mismo? Tal vez por cuestiones de ética, uno puede pensar. ¿Pero la ética de quién? McNamara llegó a argumentar que hubiera sido inmoral no quemar los ochenta kilómetros cuadrados de casas japonesas que ellos redujeron a cenizas, porque ello hubiera obligado a los soldados estadounidenses a combatir y morir en las calles de Tokio. Más tarde, como arquitecto de la guerra del Vietnam bajo los Presidentes Kennedy y Johnson, McNamara reconoció que la intervención americana había sido un «error terrible», resultado de la ignorancia y del mal juicio. Confesó que si hubiera entendido el nacionalismo vietnamita, y se hubiera dado cuenta de lo equivocada que fue la teoría del dominó, se podrían haber salvado las vidas de millones de soldados. Aún así, preguntado si se sentía culpable o traumatizado por la muerte de esos millones a los que él contribuyó de forma directa en la Segunda Guerra Mundial y en Vietnam, su respuesta fue clara: «Nunca». La responsabilidad pertenecía al presidente. ¿Por qué entonces no podía Cian Westmoreland olvidarse de aquel número, 359, y proclamar igualmente su inocencia en vez de sentirse, como lo ha afirmado muchas veces, un criminal de guerra?

Pero la confesión de sus asesinatos no lo era todo. Casi tan penoso era que su trauma, lo que le tenía al borde de la locura, era para casi todo el mundo algo no-real. Después de todo, tanto para la clase política, como para los medios de comunicación y el público en general, los muertos por drones son todo menos civiles inocentes: son terroristas. Según el Presidente Obama, durante los ocho años de su administración, de los aproximadamente diez mil muertos por drones, los civiles fueron entre 64 y 116. El mismo año en que Westmoreland dice haber matado a 359 civiles le dieron el premio Nobel de la Paz a su Comandante en Jefe, Obama. La mayoría de los políticos y militares suscriben la posición ética, ilustrada por el Presidente Truman en Hiroshima, de que matar a civiles inocentes es un mal menor necesario. ¿Por qué no podía Westmoreland pensar igualmente que las muertes a las que él contribuyó estaban también justificadas, que también él había hecho algo honorable, en lugar de decirnos que se había convertido en un asesino en serie?

El testimonio de Westmoreland me empujó a escribir un libro sobre la guerra de drones (Zulaika 2020Zulaika, Joseba. 2020. Hellfire from Paradise Ranch: On the Frontlines of Drone Warfare. Berkeley: University of California Press. ). No podía dejar de identificarme con él. Pensé que había que escuchar la verdad de su trauma porque él es el emblema del soldado americano contemporáneo, cuando el soldado es el epítome de la subjetividad de una nación. Él representa lo que significa ser americano durante la guerra de drones, con los pilotos cazando y matando vía satélite desde Las Vegas objetivos humanos a miles de kilómetros de distancia. Westmoreland representa la América real.

El año siguiente, durante las protestas anti-drones, Westmoreland y otro antiguo piloto de drones, Brandon Bryant, estaban de nuevo en Las Vegas para presentar National Bird (2016National Bird. 2016. Película documental dirigida por Sonia Kennebeck y producida por Wim Wenders y Errol Morris.), un documental con testimonios de pilotos de drones. Cuando, incapaz de aguantar más el trauma, dejó la base de drones de Creech, Bryant recibió como premio un reconocimiento en el que se indicaba cuantos enemigos de combate había ayudado a matar: 1.626 (Woods 2015: 171Woods, Chris. 2015. Sudden Justice: America’s Secret Drone Wars. Oxford: Oxford University Press.). «¿Qué haríais vosotros en nuestro lugar?» preguntó Bryant al público de Las Vegas. «Esta gente [los pilotos de drones] son como vosotros, ni son ángeles, ni son demonios».

Bryant tenia 19 años cuando en 2007 se graduó del Instituto y se unió al ejército para así evitar las deudas de estudiar en una universidad. Cuatro años más tarde, con su record de 1.626 muertes, era un vagabundo sin casa y un hombre totalmente destrozado. Era la razón por la que se hallaba en Las Vegas en compañía de Westmoreland. La única alternativa que les quedaba era o el trauma paralizante o el empoderamiento de la resistencia. El problema de Bryant era que había visto demasiado. Lo fácil, lo mecánico era apretar el botón con la mano izquierda mientras dirigía el láser con la derecha y arrojar el misil hellfire sobre la casa de barro afgana. Lo duro era contemplar desde «el ojo en el cielo» los resultados del misil sobre el terreno. El misil necesitaba dieciséis segundos para golpear el objetivo; en una ocasión, cuando faltaban tres segundos» apareció un chaval por la esquina de la casa. «¿Hemos matado al chaval?» preguntó asustado Bryant a su copiloto. «Sí, supongo que era un chaval». Pero igual se equivocaban. Pusieron la pregunta en una ventana de chat: «¿Era eso un chaval?» Alguien respondió: «No. Eso era un perro». Revisaron el video: ¿un perro sobre dos pies? Bryant no había hecho sino seguir órdenes. Le dijeron que el mismo Presidente Obama estaba involucrado en la acción y que les llamaría a su estación de control. El reportaje que vino después decía que la acción había eliminado a enemigos.

Lo último que Bryant esperaba era que iba a vaporizar a un niño. Le habían aconsejado reiteradamente que no permitiera que la guerra se convirtiera en algo personal. Su único trabajo era perseguir al enemigo pero sin llegar a emplear una mirada voyeurista que suponía cierta intimidad con las víctimas. Había que guardar la distancia del cazador, viendo únicamente un objetivo en su persecución. Había que mantener la distancia entre lo privado y lo público. Pero el peligro naturalmente es que la guerra tiene el riesgo de convertirse en algo «personal». La guerra de drones en particular es, en confesión de los pilotos, guerra a un nivel muy íntimo. Es también lo que le sucedió a Bryant; de tanto ver a sus futuras víctimas, nos dijo, «llegué a conocerlas».

La primera vez que Bryant disparó un misil, mató a dos hombres al instante, y luego contempló a un tercero retorcerse en su agonía mortal. Su deber era ser duro, tenía que mostrar de qué material estaba hecho, todo menos sentir compasión por los hijos que habían quedado sin su padre. Pero después del trabajo, camino de casa, Bryant «se sintió desconectado de la humanidad». Esto ya no era un juego de video. Esto era realidad. Nunca se le había pasado por la mente que la sociedad requeriría de él, todavía adolescente, que se convirtiera en un matón en serie. Cogido en la encrucijada entre el deber y el horror, a Bryant le pareció que se estaba volviendo loco. Pensó en consultar con un sicólogo pero ello le haría perder su autorización de seguridad. Habló con un capellán, quien le dijo que todo era parte del plan de Dios. No había forma de escapar de su terrible vínculo doble de ser a la vez soldado y asesino.

Al final Bryant no pudo sostener la fantasía de que lo único que estaba haciendo era cazar terroristas en tierras lejanas. Era la distancia en relación a su objetivo lo que en teoría definía la situación de Bryant en el desierto de Nevada, pero la realidad paradójica de los drones era que «aunque aumentan la distancia al objetivo... también crean proximidad» (Abé 2012Abé, Nicola. 2012. «Dreams in Infrared: The Woes of an American Drone Operator». Spiegel Online, 14 de diciembre. ). Se había convertido en voyeur de sus víctimas y de sí mismo. No podía dejar de lado la imagen horrible del niño que había vaporizado, una visión que le quemaba los ojos y cortocircuitaba su cerebro, apoderándose como una pesadilla de todo su cuerpo. Su novia se dio cuenta de que algo extraño le había sucedido y que ya no era el mismo de antes; asustada, le dejó. Parecía como que algo en Bryant también se había vaporizado y que no había forma de que volviera a retornar a su vida de antes. «Ojalá mis ojos se pudrieran» (Abé 2012Abé, Nicola. 2012. «Dreams in Infrared: The Woes of an American Drone Operator». Spiegel Online, 14 de diciembre. ), llegó a escribir. Un día se desvaneció en su estación de control en Creech mientras sangraba por la boca. Le diagnosticaron el síndrome post-traumático y le mandaron a casa. Su cuerpo no pudo aguantar más el trauma de seguir matando en serie de forma casual.

Las Vegas es la ciudad emblemática en la que los dos protagonistas gonzo del novelista Hunter Thompson acometieron su «viaje salvaje al corazón del sueño americano». El abogado del protagonista Duke le habla a una camarera de Las Vegas: «Déjame que te explique... Estamos buscando el sueño americano, y nos han dicho que se halla en algún sitio por aquí... Es lo único que nos dijeron, iros a encontrar el sueño americano. Coged este cadillac blanco e iros a encontrar el sueño americano. Está por aquí en alguna parte en la zona de Las Vegas» (1998: 164-65Thompson, Hunter S. 1998. Fear and Loathing in Las Vegas. Nueva York: Vintage Books.).

La cultura exorbitante de los años 1960 y 1970 necesitaba de Bob Dylan, los Beatles y del Miedo y asco en Las Vegas de Thompson para acercarse a lo que está oculto en el núcleo del sueño americano. Hoy en día, para tomar la medida de semejante sueño, uno tiene que viajar a Creech justo al norte de Las Vegas y presenciar la guerra de drones con misiles hellfire enviados a las naciones del Medio Oriente desde el Rancho Paraíso (que es como se le llama también al Área 51 donde se armaron los drones de misiles). Siguiendo la tradición de resistencia contra el campo de pruebas nucleares, con el resultado de muchos miles de individuos arrestados desde la década de los 1950 (Butigan 2003Butigan, Ken. 2003. Pilgrimage through a Burning World: Spiritual Practice and Nonviolent Protest at the Nevada Test Site. Nueva York: State University of New York Press.; Zulaika 2020: 151-88Zulaika, Joseba. 2020. Hellfire from Paradise Ranch: On the Frontlines of Drone Warfare. Berkeley: University of California Press. ), Creech, apenas veinte millas al sur de NTS, se ha convertido en el lugar de resistencia contra los drones.

LA CAZA DEL HOMBRE

 

Sobre la puerta de entrada de la base militar aérea de Creech se hallan escritas estas palabras: «Casa de los cazadores». A los pilotos y operadores de los drones se les llama «cazadores» y los drones son «cazas» con nombres totémicos de animales: «halcón», «cuervo», «avispa», «dragón», «ojo de águila», «vampiro», «culebra», «gran perro», «centauro», «marsupial», etc. El nombre drone en inglés significa «zángano» y hace alusión al zumbido del insecto cuando vuela. Es bien sabido que las metáforas de animales son un campo privilegiado de análisis antropológico (Fernandez 2006Fernandez, James W. 2006. En el dominio del tropo: Imaginación figurativa y vida social en España. Honorio M. Velasco (ed.). Madrid: UNED.). Pero la caza del hombre deja de ser mera metáfora en las memorias de antiguos pilotos, como Matt J. Martin (2010)Martin, Matt J. y Charles W. Sasser. 2010. Predator: The Remote-Contnrol Air War over Iraq and Afghanistan: A Pilot’s Story. Mineápolis: Zenith Press.. Su relato describe una caza literal de «ratas», «palomas», «gallinas», «ratones». A los muertos sobre el terreno se les califica como bugsplat «salpicadura de insectos». Matar a una persona es el acto más difícil, a no ser que se traslade la matanza al marco de la caza y entonces se encubre con la fantasía de que uno está matando no a personas sino a animales. A nivel sensorial, conceptual, simbólico, o afectivo, el piloto de drones experimenta su actividad como mera caza. Y la caza de la presa, en principio, puede hasta ser un juego divertido. En la descripción de Martin de los años que pasó en Creech como piloto, no hay página en la que no hable de caza: «Yo era un cazador silencioso, paciente»; «Estábamos siempre cazando, día y noche» (2010: 81Martin, Matt J. y Charles W. Sasser. 2010. Predator: The Remote-Contnrol Air War over Iraq and Afghanistan: A Pilot’s Story. Mineápolis: Zenith Press.). Su actividad principal consistía en «mirar desde el cielo como un pájaro de presa preparado para atacar» (2010: 236Martin, Matt J. y Charles W. Sasser. 2010. Predator: The Remote-Contnrol Air War over Iraq and Afghanistan: A Pilot’s Story. Mineápolis: Zenith Press.). En cuanto a las víctimas, «Los insurgentes eran como tener una casa infestada de ratas; cuanto más los mataras parecía que se reproducían más” (2010: 252Martin, Matt J. y Charles W. Sasser. 2010. Predator: The Remote-Contnrol Air War over Iraq and Afghanistan: A Pilot’s Story. Mineápolis: Zenith Press.). Como pasa con los cazadores, la primera caza queda en particular grabada en la memoria para siempre (Zulaika 1990: 109-10Zulaika, Joseba. 1990. Ehiztariaren erotika. Donostia: Erein. ). Martin escribe sobre «mi primera pieza” cuando «respiré a fondo, sentí el picor del sudor en mis ojos, percibí el sabor de la excitación en mi boca” (2010: 53Martin, Matt J. y Charles W. Sasser. 2010. Predator: The Remote-Contnrol Air War over Iraq and Afghanistan: A Pilot’s Story. Mineápolis: Zenith Press.).

El paradigma básico que Grégoire Chamayou atribuye a la guerra de drones es el de «la caza del hombre”. Su argumento es que al eliminar todo sentido de reciprocidad, la guerra de drones «se convierte en algo absolutamente unilateral. Lo que pretende ser un combate se convierte en una campaña de lo que es, simplemente, una masacre” (2013: 13Chamayou, Grégoire. 2013. A Theory of the Drone. Nueva York: The New Press.). Tras los ataques del 11 de septiembre, 2001, Bush declaró que la nueva forma de guerra requería que «estuviéramos en una caza del hombre internacional”, mientras que su secretario de defensa Rumsfeld se preguntaba: «¿Cómo organizamos un Departamento de Estado para la caza del hombre?” Semejante caza del hombre se lleva a cabo a base de drones militares, «tan asimétricos que resultan ser más una caza que una guerra” (Gusterson 2016: 25Gusterson, Hugh. 2016. Drone: Remote Control Warfare. Cambridge: The MIT Press.).

Las masacres de civiles son parte integrante de esta política de la caza del hombre. Los grupos de derechos humanos han documentado muchos casos de acciones que se presumen ilegales, algunos incluso crímenes de guerra, como los ataques sobre las personas que acuden al socorro de los heridos, o los ataques deliberados contra funerales y bodas (Jaffer 2016: 12Jaffer, Jameel. 2016. «Introduction». Jameel Jaffer (ed.), en The Drone Memos: Targeted Killing, Secrecy and the Law: 1-55. Nueva York y Londres: The New Press.). Los cazadores no tienen por qué respetar funerales o bodas.

Pero el espíritu de caza no se ceñía a Creech. También se apoderó de la Casa Blanca de Obama que instituyó una «lista de ejecuciones» (kill list): cada martes más de cien miembros de los aparatos de seguridad nacional se reunían por video conferencia presididos por Obama para decidir quién pertenecía a la lista de los que iban a ser ejecutados. Así se decidía cada ataque sobre Yemen, Somalia, Libia y los más peligrosos sobre Paquistán. Obama insistía en aprobar cada nombre de la lista. En palabras de su jefe de gabinete, William Daley, «El presidente acepta como hecho que una cierta cantidad de meteduras de pata es inevitable» (citado en Becker and Shane 2012: A1Becker, Jo y Scott Shane. 2012. «Secret ‘Kill List’ Proves a Test of Obama’s Principles and Will». New York Times, 29 de mayo.). Durante los primeros seis meses de 2011 hubo 145 ataques con drones solo contra el régimen de Gadafi, época en la que la administración de Obama negaba que hubiera una guerra contra Libia. ¿Y qué es lo que sabía Obama de los terroristas potenciales que se incluían en la lista? Según un informe, de las aproximadamente tres mil víctimas mortales de los drones hasta junio de 2011, la CIA conocía el nombre de solamente 125; y de esos consideraba a 35 «objetivos de alto valor» (Ahmad 2011Ahmad, Muhammad Idrees. 2011. «The Magical Count of Body Counts». Al Jazeera, 13, 2 de junio.). El cazador no necesita saber nada sobre la pieza que va a cazar, ni siquiera su nombre; de hecho, los únicos animales con nombre son los domesticados y las mascotas. Ese fue precisamente el grave error de Westmoreland y Bryant, que llegaron a «conocer» a sus víctimas a base de observarles durante horas y días antes de liquidarlos.

¿Consiguieron los drones disminuir el problema que presentaba Al Qaeda? No lo creía así David Kilcullen, un gurú contraterrorista y asociado del general Petraeus en la guerra de Irak, quien declaró ante el Congreso de EE.UU. que la relación era de 50 civiles muertos por un combatiente y que no era un proceso sostenible porque conduce a más violencia, que se sustenta a sí misma (Sluka 2011: 73Sluka, Jeffrey A., 2011. «Death from Above: UAVs and Losing Hearts and Minds». Military Review, mayo-junio: 70-76.), perspectiva compartida por otros documentos internos de la CIA (Queally 2104Queally, Jon. 2104. «Leaked Internal CIA Document Admits US Drone Program ‘Counterproductive’». Common Dreams, 18 de diciembre.). Pero según las fuentes, los números difieren drásticamente sobre las víctimas producidas por la guerra de los drones y la proporción entre civiles y combatientes. La base de datos más citada es la del Bureau of Investigative Journalism. En junio de 2018 el Bureau estimaba que entre 7,854 y 10,918 personas habían muerto por drones americanos en Paquistán, Afganistán, Yemen y Somalia (a estos habría que añadir otras varias naciones del Medio Oriente y norte de África). De ellos, entre 751 y 1,555 son, según los criterios del BIJ, «civiles» (Press 2018Press, Eyal. 2018. «The Wounds of the Drone Warrior». The New York Times Magazine, 13 de junio. ); de estos, entre 262 y 335 son niños. Un cálculo muy diferente es el ofrecido por el diario paquistaní Dawn, que en un año concreto como el 2009 (el año en que Westmoreland se sentía responsable por haber matado a 359 civiles) informaba que de las 708 personas ejecutadas por drones, solo cinco eran militantes conocidos. El otro diario en inglés paquistaní más importante, The News, estimó que de las 701 personas muertas por drones entre enero del 2006 y abril del 2007, solo 14 eran militantes conocidos (Ahmad 2011Ahmad, Muhammad Idrees. 2011. «The Magical Count of Body Counts». Al Jazeera, 13, 2 de junio.).

Una explicación básica del por qué de las disparidades entre los números de estas fuentes y las estimaciones aceptadas en los medios occidentales tiene que ver con lo que se denomina signature strike («ataque firma» o «ataque distintivo»), es decir, cuando se decide quién es «combatiente» sobre la base de un patrón de vida, el lugar geográfico, o culpabilidad por asociación. Según este criterio, todos los varones en extensas zonas de Paquistán y Afganistán eran por definición objetivos potenciales y cualquier ataque contra ellos se justificaba como «ataque distintivo» y las víctimas eran todas presuntos terroristas. Pero también hay fuentes occidentales bien informadas que concurren con las estimación de Kilcullen de 50 civiles por cada combatiente muerto (Stanford Law School 2012: viiStanford Law School y NYU School of Law. 2012. Living Under Drones: Death, Injury, and Trauma to Civilians from US Drone Practices in Pakistan. Nueva York: Stanford Law School y NYU School of Law.; Bergen and Rowland 2015: 15Bergen Peter L. y Jennifer Rowland. 2015. «Decade of the Drone: Analyzing CIA Drone Attacks, Casualties, and Policy», en Peter L. Bergen y Daniel Rothenberg (ed.), Drone Wars: Transforming Conflict, Law and Policy: 12-41. Cambridge: Cambridge University Press.).

Laurie Calhoun escribe: «la guerra preventiva y la ejecución sumaria de los sospechosos son dos caras de la misma moneda del tirano» (2016: 43Calhoun, Laurie. 2016. We Kill Because We Can: From Soldiering to Assassination in the Drone Age. Londres: Zed Books.). La guerra de drones proporciona un ejemplo evidente de lo que Foucault denominó la transformación de la política en biopolítica, es decir, la bestialización del hombre a través de sofisticadas técnicas políticas, y que para AgambenAgamben, Giorgio. 1998. Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life. Stanford: Stanford University Press. define la vida desnuda, «señala una una transformación radical de las categorías político-filosóficas del pensamiento clásico» (2016: 43Calhoun, Laurie. 2016. We Kill Because We Can: From Soldiering to Assassination in the Drone Age. Londres: Zed Books.). Achile Mbembe añadió la noción de necropolítica, cuando «la última expresión de la soberanía reside... en el poder y la capacidad de dictar quién puede vivir y quién tiene que morir» (2003: 11Mbembé, Achille. 2003. Public Culture 15(1): 11-40.).

La premisa inicial del cazador es que los sentidos humanos-oído, vista, olfato, tacto-deben ser reducidos al nivel más primario de comunicación animal. El nivel de «conocimiento» que posee un cazador sobre su presa se basa en el sentido del olfato o los ladridos de su perro.

Lo único que puede hacer para compensar sus lagunas conceptuales o sensoriales es «adivinar» los movimientos de la bestia a base de conjeturas, intuiciones y simbolismo. Pasa igual con los «cazadores” de Creech pilotando sus drones: no utilizan la facultad de la palabra o la relación cara a cara con sus víctimas fugitivas, quienes son simplemente un objetivo a disparar, individuos reducidos a una identidad grupal biopolítica de animales salvajes intocables. Un cazador que perciba la subjetividad de su presa está ya cometiendo un error categórico. Ni tampoco hay una norma de privacidad en la vida animal. Es peligroso para el piloto presenciar la vida doméstica de sus futuras víctimas porque no es lo mismo matar a un animal salvaje en la caza que a un animal doméstico indefenso.

La guerra de George W. Bush sacrificó a más de medio millón de iraquíes. En comparación el gobierno de Obama solo mató a un puñado de miles por medio de drones; era un bajo número de muertos, en palabras de su asesor y escritor de discursos Ben Rhodes (2018)Rhodes, Ben. 2018. The World as It Is: A Memoir of the Obama White House. Nueva York: Random House., una especie de mal menor concedido a la industria militar; la izquierda liberal americana lo entendió perfectamente y no tuvo nada que protestar. Bush igualmente internó a cerca de un millar de sospechosos de terrorismo en Guantánamo y los torturó. Obama no iba a cometer semejante barbaridad. Lo que hizo fue un refinamiento considerable de la política de Bush, que se conoció como la doctrina de «no capturar, matar». Es decir, detener, torturar, someterle a uno a juicios interminables resulta en un proceso sucio y bárbaro. Simplemente se mata a los sospechosos de terrorismo (bajo la noción de «ataque distintivo» que cubre a todos los varones en amplias zonas de varias naciones) y asunto terminado. Hay en la literatura innumerables casos para documentar esta política; como ejemplo, el libro de Klaidman Kill or Capture (2012)Klaidman, Daniel. 2012. Kill or Capture: The War on Terror and the Soul of the Obama Presidency. Boston: Houghton Mifflin Harcourt., en el que se detallan instancias de individuos que podían haber sido capturados pero se prefirió matarlos; así se explica que apenas ningún sospechoso fuera arrestado durante los años de Obama. Como resumió un periodista del New York Times, «el balance final es obvio: matar es más conveniente que capturar tanto para los Estados Unidos como para los países en los que tienen lugar los ataques» (Shane 2013: A1Shane, Scott. 2013. «Targeted Killing Comes to Define War on Terror», New York Times, 8 de abril.). Hubo casos en los que no había evidencia suficiente para encarcelar a un sospechoso, pero sí había evidencia (en base a los criterios expansivos del «ataque distintivo») para asesinarlo (Woods 2015: 220Woods, Chris. 2015. Sudden Justice: America’s Secret Drone Wars. Oxford: Oxford University Press.). Siguiendo el criterio de «no capturar, matar» se explica que el presidente del mando militar estadunidense, el almirante Michael Mullen, propusiera en marzo de 2009 destruir un campamento entero de reclutas de Al Shabab (¿cien militantes?, ¿doscientos militantes?) para eliminar a un individuo que era su objetivo; esta vez Obama se opuso pero, para marzo de 2016, semejantes delicadezas eran ya cosa del pasado y permitió un ataque contra otro campamento matando a 150 militantes de Al Shabab. Es la política que Obama institucionalizó y que por supuesto continuó con Trump. Al fin y al cabo, no es más que una caza, ¿y desde cuándo le interesa a un cazador arrestar a su presa en vez de matarla?

Por otra parte, esta política de la caza del hombre en su sentido más literal era ya una práctica conocida que la sociedad americana aplicó a los «salvajes» indios nativos en estos mismos territorios de Nevada y California. En su reciente libro An American Genocide, Benjamin Madley relata este capítulo trágico de la historia norteamericana, incluidas las así llamadas «operaciones de la caza de indios» en el norte de California en la segunda parte del siglo diecinueve que, aprobadas por el gobierno, el ejército, la prensa, la Corte Suprema y el Senado, terminaban en la matanza de comunidades enteras de indios y el entusiasmo de los cazadores que volvían al atardecer a casa con las cabelleras de los muertos colgando de sus cinturas (2016: 207Madley, Benjamin. 2016. An American Genocide: The United States and the California Indian Catastrophe: 1846-1873. New Haven: Yale University Press.). Los drones militares, que se jactan de poseer los sistemas robóticos más sofisticados, perpetúan las mismas categorías culturales de la guerra como un combate entre el salvajismo y la civilización que justifica la caza del hombre. El gran escritor James Baldwin, nieto de esclavos, sintetizó así la situación: « [Los americanos] se han engañado a sí mismos durante tanto tiempo que no creen que yo sea humano... Y esto quiere decir que ellos mismos se han convertido en monstruos morales» (2017: 39Baldwin, James. 2017. I Am Not Your Negro. Nueva York: Vintage International.).

LA FANTASÍA Y EL ARTE DE ASESINAR CON DRONES

 

Pero, tanto o más que la caza del hombre, había otra cosa que alarmaba de forma especial a Cian Westmoreland y Brandon Bryant: la fantasía ideológica por la que el público acepta la guerra de los drones como una normalidad necesaria. «Lo que más me aterra sobre esta guerra no es su brutalidad», observó Westmoreland en Las Vegas, «sino su civilidad, el hecho de que todo el mundo lleve una vida normal sin ninguna comprensión de que estamos destruyendo vidas». La difusión de la responsabilidad por las muertes permite la ilusión de que nadie es responsable de las mismas. «Yo no hice sino alimentar el sistema», añadió Westmoreland, quien había organizado la infraestructura para la retransmisión de datos en el sistema de comunicaciones del programa de drones, «y piensas cuán benigno suena eso, ser un técnico sin más... hasta que te das cuenta de que tú proporcionas la conexión vital» para que funcione el sistema.

Una teoría válida de la fantasía requiere que no se la equipare con algo no-real; al contrario, la fantasía «constituye una dimensión de lo real» (Butler 1990: 108Butler, Judith. 1990. «The Force of Fantasy: Feminism, Mapplethorpe, and Discursive Excess». Difference: A Journal of Feminist Cultural Studies 2(2): 105-25.). En palabras de Laura Nader, el contraterrorismo en muchas de sus formas «aparece como fantasía que requiere terror para acabar con el terror, cuando en realidad la eliminación del terror es la apoteosis del terror» (2012: 113Nader, Laura. 2012. «Rethinking Salvation Mentality & Counterterrorism». Transnational Law & Contemporary Problems 21(30): 99-122. ). Para Edmund Leach, el terrorista se convierte en «’el otro’ [que] viene a ser categorizado como un animal salvaje, [y] entonces no solo se le atribuye cualquier forma imaginable de actividad terrorista al otro sino que [el terror] viene a ser permisible para uno mismo» (1977: 36Leach, Edmund. 1977. Custom, Law, and Terrorist Violence. Edimburgo: Edinburgh University Press.). A los pilotos de drones se les obliga a mirar a sus víctimas a través de esta fantasía cazadora por la que no están matando a seres humanos reales sino a distantes animales fugitivos.

Atravesando la autopista 95 que recorre la distancia entre Las Vegas y Reno, justo enfrente de la base de Creech se halla el pequeño pueblo de Indian Springs. No es sólo su cercanía con los drones militares y con Nevada Test Site, lugar donde durante la guerra fría explosionaron cerca de mil bombas atómicas, lo que le ha dado fama a Indian Springs; es también el lugar de la extrema fantasía asociada con los OVNIs dado que aquí, en la zona super secreta conocida como Área 51, supuestamente ocurrieron los episodios más sonados de encuentros con los extraterrestres. En la correlación entre el secretismo y teorías conspirativas, el desarrollo de los nuevos sistemas de armas en el Área 51 generaba el suplemento de las fantasías de platillos volantes. Por otra parte, el Área 51 sirvió para estetizar la guerra ya que en él se generaron más de sesenta películas, series de televisión y juegos de video. De aquí surgió también la ciencia ficción de Star Wars. Área 51 se conoce también como Dreamland («Tierra de sueños») y como Rancho Paraíso. «Dreamland es el núcleo crítico de la bomba», escribió Phil Patton (1998: 56)Patton, Phil. 1998. Dreamland: Travels Inside the Secret World of Roswell and Area 51. Nueva York: Villard.. Hay una conexión evidente entre Dreamland y Las Vegas, «la ciudad que nunca duerme», reflejo privilegiado del American Dream en su doble vertiente de fantasías eróticas y extraterrestres por una parte, y de las pesadillas nucleares apocalípticas de «Las bombas en el jardín trasero» (Titus 1986Titus, A. Constandina. 1986. Bombs in the Backyard: Atomic Testing and American Politics. Reno: University of Nevada Press.), la otra cara de la moneda. Como también la hay entre Las Vegas y Hollywood a través de figuras como Howard Hughes y Ronald Reagan.

El antropólogo Joseph Masco ha estudiado las continuaciones culturales e imaginarias entre la Guerra Fría y la Guerra contra el Terror: «El ‘nuevo’ estado contraterrorista del 2001 era en la actualidad una repetición, modelado en su lenguaje y tono en el lanzamiento del estado de seguridad nacional de 1947» (2014: 5Masco, Joseph. 2014. The Theater of Operations: National Security Affect from the Cold War to the War on Terror. Durham: Duke University Press.). El estado de seguridad conocía desde el inicio el poder de la fantasía, no solamente como un peligro a ser explotado por el enemigo para provocar histerias masivas (como sucedió en 1938 con la emisión radiofónica de Orson Welles anunciando la llegada de los marcianos a la tierra), sino también como un activo para generar miedo y controlar a una ciudadanía dócil. Si «después de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki [la Guerra Fría] tuvo lugar en el plano de la imaginación» (Masco 2014: 16Masco, Joseph. 2014. The Theater of Operations: National Security Affect from the Cold War to the War on Terror. Durham: Duke University Press.), otro tanto sucede con la Guerra contra el Terror. Del mismo modo que la bomba atómica probada en el desierto de Nevada se convirtió en «el fetiche nacional» (Masco 2006: 17Masco, Joseph. 2006. Nuclear Borderlands: The Manhattan Project in Post-Cold War New Mexico. Princeton: Princeton University Press.) durante la Guerra Fría, el dron militarizado en el mismo lugar proyecta una figura similarmente fetichista: el nuevo armamento robotizado convertido en imagen de una superioridad tecnológica militar americana en un mundo en el que sus resultados militares reales han sido fracasos abismales.

Uno de los aspectos críticos de la fantasía es la perversión de la temporalidad que permite confundir el estado de «esperando al terror» típico del discurso político con los traumas del pasado. Esto resulta en una característica fundamental del contraterrorismo confirmada con multitud de ejemplos, aplicable también a la guerra de los drones: la naturaleza de profecía auto-cumplida por la que el terrorismo y el contraterrorismo se generan y se retroalimentan mutuamente (Zulaika 2009Zulaika, Joseba. 2009. Terrorism: The Self-Fulfilling Prophecy. Chicago: University of Chicago Press.). Por poner un ejemplo de cuán desesperadamente el contraterrorismo necesita al terrorista e ilustrar el uso de la fantasía narrativa para manufacturar terroristas, uno no tiene más que leer el libro The Terror Factory de Trevor Aaronson, periodista y director del Florida Center for Investigative Journalism. Tras examinar los supuestos 60 complots terroristas frustrados en la década entre 2001 y 2011 en Estados Unidos, Aaronson llegó a la conclusión de que, de los 508 supuestos «terroristas» que se hallaban en las cárceles estadounidenses, «243 habían sido blanco de un informante del FBI, 158 habían sido cogidos en una operación secreta contra el terrorismo del FBI, y 49 habían sido objeto de un agente provocador» (2013: 15Aaronson, Trevor. 2013. The Terror Factory: Inside the BFI’s Manufacture War on Terrorism. Brooklyn: Ig Publishing.). Con la excepción de tres casos, todos ellos eran delincuentes de poca monta: «De los 508 casos, se podían contar con los dedos de una mano el número actual de terroristas». Aaronson concluye: «la organización responsable de haber creado más complots terroristas en la última década que ninguna otra es el FBI». En palabras de unos de los abogados, «Están creando crímenes para resolver crímenes de modo que puedan proclamar una victoria en la guerra contra el terror» (Aaronson 2013: 15, 24Aaronson, Trevor. 2013. The Terror Factory: Inside the BFI’s Manufacture War on Terrorism. Brooklyn: Ig Publishing.). En resumen, de los 508 terroristas 503 habían sido manufacturados por el FBI.

La fantasía está muy relacionada con lo que Lacan llamaba «la pasión por la ignorancia». Como ejemplo, los efectos fatales de la radiación atómica se hicieron evidentes inmediatamente pero Las Vegas se negó a reconocerlos. Hizo de las pruebas nucleares, con sus nubes en forma de hongo levantándose sobre el desierto, un aliciente más para el turismo y la diversión. El público aceptó en seguida la explicación tranquilizadora del gobierno de que no había peligro para la salud. La realidad era que, según una estimación del Instituto Nacional del Cáncer, «las bombas nucleares explosionadas en Nevada durante los años 1950 pueden haber causado entre 10.000 y 75.000 cánceres de tiroides extra» (Welsome 1999: 489Welsome, Eileen. 1999. The Plutonium Files: America’s Secret Medical Experiments in the Cold War. Nueva York: Random House.). Si Hiroshima y Nagasaki no eran evidencia suficiente para mostrar que la radiación atómica mata, ¿cómo podía la ciencia probarlo? Hollywood vino en ayuda de la guerra atómica con sus documentales realistas o películas de ciencia ficción; las bombas atómicas era malas solo si se hallaban en manos de los comunistas. Se tardarían tres décadas antes de que un juez reconociera los daños causados por la radiación atómica. La guerra de los drones continúa la misma tradición de la pasión por la ignorancia deliberada en el sentido psicoanalítico de rechazo activo a conocer la verdad.

Un uso macabro de la fantasía es el realizado por los torturadores. Al modo en que Carlo Ginzburg leyó los procesos de brujería como «textos que proporcionaban evidencia directa sobre los inquisidores y jueces» (1991: 321Ginzburg, Carlo. 1991. «A Rejoinder to Arnold I. Davidson», en James Chandler, Arnold I. Davidson, y Harry Harootunian (eds.), Questions of Evidence: Proof, Practice, and Persuasion across the Disciplines: 321-24. Chicago: The university of Chicago Press.), testimonios de torturas como los de Mohamedou Ould Slahi (2015)Slahi, Mohamedou Ould. 2015. Guantánamo Diary. Larry Siems (ed.), Nueva York: Little, Brown and Company. y Murat Kurnaz (20107)Kurnaz, Murat. 2007. Five Years of My Life: An Innocent Man in Guantánamo. Nueva York: St. Martin’s Griffin. proporcionan evidencia de las fantasías que rigen el mundo del contraterrorismo. Torturados durante años en Guantánamo, Slahi y Kurnaz tenían que proporcionar historias que estuvieran de acuerdo con las imaginadas por los torturadores, sin nunca poder admitir ignorancia o decir no a lo que ellos propusieran (la diferencia entre una narrativa factual y una de fantasía es que en la segunda no existe el negativo). Fabricar historias para satisfacer al torturador es lo fácil; lo difícil es mantener la coherencia en la historia inventada; para sostener la naturaleza intersubjetiva de la narrativa, tanto el torturado como los torturadores tienen que pretender creer en la historia inventada, lo que conlleva fabricar más pruebas aún para convencerse de su pretendida veracidad. La realidad era que los torturadores sabían que tanto Slahi como Kurnaz eran inocentes mientras continuaban torturándolos pero tenían que ignorarlo para continuar en su búsqueda delirante de evidencia. El Obama candidato prometió cerrar Guantánamo, pero tras ocho años en la presidencia no lo consiguió. Al final uno se queda con la pregunta: ¿por qué la necesidad de Guantánamo, el emblema internacional de la brutalidad e ilegalidad americanas? El presupuesto militar americano (que ya era superior a la suma de los presupuestos de la docena de naciones siguientes en gasto militar) se dobló en la década siguiente al 11 de septiembre del 2001; este imperialismo militar requiere para su justificación del suplemento ideológico indispensable de la figura del Terrorista. Así Guantánamo responde a la necesidad de cementar lo que los psicoanalistas denominan la fantasía fundamental que proporciona consistencia al sujeto o en este caso al estado de seguridad contraterrorista norteamericano.

El problema de Bryant y Westmoreland (y de cientos de pilotos de drones trabajando en Creech) es que vieron demasiado-en detalle e intimidad-mientras observaban a sus futuras víctimas. «Nosotros somos los voyeurs indiscutibles. Yo llegué a conocerlos [a los Talibán]... les vi teniendo sexo con sus mujeres. Eran buenos papás» (Abé 2012Abé, Nicola. 2012. «Dreams in Infrared: The Woes of an American Drone Operator». Spiegel Online, 14 de diciembre. ), decía Bryan a un entrevistador. El resultado era de esperar: no podían mantener la fantasía de que los miles de personas que estaban cazando y matando, de quienes no sabían nada, ni siquiera sus nombres, fueran la encarnación viva del Mal. La presencia diaria de sus víctimas deshizo sus prejuicios-como en el caso del verdugo que se hace amigo del condenado al que tiene que ejecutar (Cabana 1996Cabana, Donald A. 1996. Death at Midnight: The Confession of an Executioner. Boston: Northeastern University Press.). De una muestra de 141 analistas y oficiales involucrados en las operaciones de los drones, «tres de cada cuatro informaron tener sentimientos de duelo, remordimiento y tristeza» (Press 2018Press, Eyal. 2018. «The Wounds of the Drone Warrior». The New York Times Magazine, 13 de junio. ). El problema ocurre cuando, en vez de fijarse en el malvado terrorista, el piloto empieza a reparar en los miembros de las familias horrorizadas recogiendo en un manto partes del cuerpo de sus muertos esparcidas por el campo. Y la fantasía del cazador colapsa ante la evidencia de lo que ve con sus ojos. Y cuando ya no se puede mantener la fantasía, el trauma se apodera del individuo, la sensación apocalíptica de «la coincidencia de los opuestos» por la cual la supuesta Maldad de ellos es al final nuestra Maldad. «¿Qué hubierais hecho vosotros si os hubierais puesto en nuestros zapatos, qué haríais ahora?» nos preguntaban Westmoreland and Bryant, quienes estaban ahora dedicando sus vidas a la resistencia contra los drones en un esfuerzo sobrehumano para sobrevivir el horror de su trauma.

Thomas de Quincey escribió a fines del siglo diecinueve su famoso ensayo «Sobre el asesinato considerado como una de las bellas artes» donde examina una serie de asesinatos cometidos en Londres. Eran casos en los que se mataba «en un éxtasis de arte creativo» y el asesinato era «tratado estéticamente... es decir, en relación al buen gusto», y el asesino era «como Miguel Angel pintando» (de Quincey 1890: 13, 12De Quincey, Thomas. 1890. The Collected Writings of Thomas De Quincey, Vol XIII. David Messon (ed.). Edimburgo: Adam y Charles Black.). También el piloto de drones Martin insiste en la satisfacción estética de sus vuelos y compara su «arte» precisamente con el trabajo de Leonardo (2010: 2, 33Martin, Matt J. y Charles W. Sasser. 2010. Predator: The Remote-Contnrol Air War over Iraq and Afghanistan: A Pilot’s Story. Mineápolis: Zenith Press.).

Pero los asesinatos con drones son sobre todo arte político. Constituyeron «una gran ventaja para Obama» (Klaidman 2012: 122Klaidman, Daniel. 2012. Kill or Capture: The War on Terror and the Soul of the Obama Presidency. Boston: Houghton Mifflin Harcourt.), reconoció su jefe de personal, Rahm Emanuel. Un factor clave del programa de drones es la oportunidad que ofrece a los políticos para mostrar que están haciendo cosas «para generar en casa ciertos efectos políticos» (Woods 2015: 286Woods, Chris. 2015. Sudden Justice: America’s Secret Drone Wars. Oxford: Oxford University Press.). Una muestra de esto es el extenso reportaje del New York Times, citando a miembros de su administración y detallando su implicación ávida en la lista de ejecuciones de cada martes, potenciando así la imagen de un Obama «duro» preparado a ejecutar a miles de sospechosos desconocidos en aras de la seguridad nacional, siendo el objetivo final ganarse al público y asegurarse la reelección. Tras haber matado a bin Laden y tantos otros, Obama se jactó de que «resulta que soy realmente bueno en matar... no sabía que esto iba a ser uno de mis fuertes» (citado en Cockburn 2015: 242Cockburn, Andrew. 2015. Kill Chain: The Rise of High-Tech Assassins. Nueva York: Picador.; Scahill and Greenwald 2016: 106Scahill, Jeremy y Glenn Greenwald. 2016. «Death by Metadata», en Jeremy Scahill (ed.), The Assassination Complex: Inside the Government’s Secret Drone Warfare Program: 94-106. Nueva York: Simon & Schuster.).

Pero el principal arte de guerra asociado con los drones no es otro que el viejo arte de controlar la narrativa. Westmoreland y Bryant pueden decir lo que quieran, que ellos mataron a cientos de civiles, pero lo que cuenta es la narrativa que domina el discurso político. Las ambigüedades políticas y morales empiezan por el problema de cómo nombrar la dualidad de esas muertes. ¿Puede uno llamarlos asesinatos? Semejante calificación es por supuesto intolerable para el gobierno y la prensa que se refiere a esas muertes como targeted killings («muertes selectivas»). El nombrar resulta el primer paso inaugural para el paradigma conceptual contraterrorista (Zulaika y Douglass 1996Zulaika, Joseba y William A. Douglass. 1996. Terror and Taboo: The Follies, Fables, and Faces of Terrorism. Nueva York: Routledge.). El argumento de los periodistas americanos es que el término «asesinato» debe ser reservado para las muertes de personajes políticos prominentes (Shane 2013Shane, Scott. 2013. «Targeted Killing Comes to Define War on Terror», New York Times, 8 de abril.). Es decir, las víctimas de los drones son suficientemente «prominentes» para merecer un misil teledirigido desde Creech pero su muerte no llega a la categoría de «asesinato». Aún así, no tuvo que haber sido fácil para el corresponsal jefe del New York Times en Washington David Sanger escribir en 2012 que semejantes targeted killings con drones eran «esencialmente asesinato, porque la conexión con los ataques de septiembre 11, 2001, hace más de una década, ha sido forzada por el paso del tiempo» (2012: 253, 255Becker, Jo y Scott Shane. 2012. «Secret ‘Kill List’ Proves a Test of Obama’s Principles and Will». New York Times, 29 de mayo.). En el pasado la CIA poseía un manual con técnicas explícitas sobre cómo asesinar; todo el mundo reconocía que era parte de su modus operandi. El manual contenía un aviso explícito de que, «raras veces puede el asesinato ser empleado con una conciencia limpia. Personas de moralidad delicada no deben intentarlo» (citado en Cockburn 2015: 84Cockburn, Andrew. 2015. Kill Chain: The Rise of High-Tech Assassins. Nueva York: Picador.). El presidente Ford prohibió la política del asesinato en 1976 pero, para 1983, la CIA la había reinstaurado. La novedad con la Guerra contra el Terror está en la adopción del eufemismo «muerte selectiva» para lo que antes se llamaba sin más asesinato. Es un aspecto inaugural del nuevo arte de asesinar con los drones.

Desde la perspectiva de la guerra de drones, Obama terminó siendo un personaje trágico. El combate es la negación de la comunidad, pero en el mundo de la tragedia homérica hay todavía algo mucho peor: «la negación más perfecta de la comunidad... es inherente no tanto en matar al enemigo sino en denegarle un funeral», porque «en la medida en que los guerreros se prometen uno al otro a llevar a cabo un funeral … muestran el respeto mutuo hacia sus comunidades» (Redfield 1975: 183Redfield, James M. 1975. Nature and Culture in the Iliad: The Tragedy of Hector. Chicago: Chicago University Press.). Si la guerra produce caos y terror «el emblema de este caos dentro de la Ilíada es el anti-funeral» (Redfield 1975: 183Redfield, James M. 1975. Nature and Culture in the Iliad: The Tragedy of Hector. Chicago: Chicago University Press.), siendo su forma última el guerrero muerto al que se le deja a la intemperie sin ser enterrado para que sea devorado por los buitres y los perros. Desde la perspectiva de la Ilíada, el posicionamiento anti-funeral de Obama es la prueba más clamorosa de su error. Nada muestra más claramente la falta de respeto de los drones a las normas de la guerra. El periodista Chris Woods (2015: 161)Woods, Chris. 2015. Sudden Justice: America’s Secret Drone Wars. Oxford: Oxford University Press., el Bureau of Investigative Journalism, y las Facultades de Derecho de las universidades de Stanford y Nueva York (Jaffer 2016: 12Jaffer, Jameel. 2016. «Introduction». Jameel Jaffer (ed.), en The Drone Memos: Targeted Killing, Secrecy and the Law: 1-55. Nueva York y Londres: The New Press.) han identificado docenas de casos de ataques con drones contra las personas que acuden al rescate y contra funerales durante la administración Obama. «La historia de Héctor empieza, como termina, con un funeral» (Redfield 1975: 127Redfield, James M. 1975. Nature and Culture in the Iliad: The Tragedy of Hector. Chicago: Chicago University Press.); la historia de miles de víctimas de los drones termina con el no-funeral. El periodista Seymour Hersh publicó un libro mostrando que casi todo lo que dijo la administración Obama sobre le muerte y funeral de bin Laden había sido una fabricación. Sus fuentes revelaron a Hersh que el comando que le mató le acribilló a tiros reduciéndolo a trozos; recogieron sus restos en una bolsa de plástico y que arrojaron sobre las montañas de Paquistán mientras volvían en helicóptero (2016: 47Hersh, Seymour M. 2016. The Killing of Osama bin Laden. Londres: Verso.)1Pero no sólo para las sociedades homéricas “la última impureza” consistía en negar el entierro al cuerpo del guerrero muerto, lo que era una especie de “canibalismo” y “el terror quintaesencial de la Ilíada” (Redfield 1975: 183); el enterramiento y el respeto a las prácticas funerarias sigue siendo un derecho cultural fundamental en la tradición musulmana, al igual que lo es para cualquier sociedad moderna, incluidas la americana y las europeas que dedican todos los recursos que haga falta para recuperar los restos de sus soldados caídos.’ A este imperativo cultural previo a toda política responde también que en la actualidad en España se estén desenterrando cientos de fosas de gente muerta en la guerra civil en un esfuerzo angustioso para borrar la abominación última que supone el hecho histórico de familiares que no recibieron ni funeral ni sepultura (Ferrándiz y Robben 2015).

BIDEN CONTRA LA PARED

 

La guerra de drones de Obama se alimentó de la falacia de que, comparado con las docenas de miles de muertos provocados por las guerra convencionales de Bush, los drones eran después de todo, en palabras del asesor Ben Rhodes, «una especie de recuento reducido de bajas de cara a las relaciones públicas» (Samuels 2016Samuels, David. 2016. «Through the Looking Glass with Ben Rhodes». New York Times Magazine, 5 de mayo.). En otras palabras, las guerras de Bush eran las guerras reales; los drones de Obama no eran sino ataques esporádicos aquí y allá causando víctimas que eran por definición terroristas; así mataron a una diez mil personas como sacrificio necesario en el altar de la Seguridad Nacional. ¿Caerá Biden en un espejismo semejante?

Fue el presidente Bush quien, tras los ataques terroristas de 11-S, declaró la Guerra contra el Terror e introdujo la estrategia de la caza del hombre como su noción indispensable. Bush llevó a cabo una guerra convencional invadiendo primero Afganistán y luego Irak. ¿Fueron realmente inevitables estas guerras? Cabe recordar que a fines de noviembre de 2001 los talibanes, huyendo del acoso de los bombardeos americanos, ofrecieron negociar para pactar una rendición sin más condición que la amnistía, así como la entrega de bin Laden a un tercer país. El Secretario de Defensa Donald Rumsfeld respondió que, «Estados Unidos no está dispuesto a negociar rendiciones». Era la hora de la revancha. Casi 20 años más tarde llegaría la rendición, pero no la de los talibanes, sino la de Estados Unidos ante los «terroristas» de entonces.

Para Bush los drones no eran sino una ayuda complementaria en las guerras convencionales de Afganistán e Irak. El presidente Obama, con Joe Biden como vicepresidente, terminó la guerra de Irak con la retirada del ejército norteamericano en diciembre de 2011. Al mismo tiempo, durante su primer mandato, aumentó hasta 110.000 tropas las fuerzas extranjeras en Afganistán, pero para diciembre de 2014 cesaron las operaciones de combate y se repatriaron las tropas, dejando una fuerza residual de 13.000 soldados. Obama se centró en la guerra de drones como alternativa a la guerra convencional; añadió novedades tácticas fundamentales como el signature strike («ataque distintivo»), el «doble toque», el «no capturar, matar» y el kill list (las listas de presuntos terroristas que debían ser eliminados). Obama fue también el presidente que se involucró personalmente en el diseño y ejecución de los ataques selectivos con misiles Hellfire desde la base aérea de Creech, Las Vegas. El hecho de que fueran políticas de Obama es lo que les dio credibilidad ante la izquierda políica. Para cualquier estudioso de la guerra de drones, y más ahora que su ex vicepresidente Biden se halla al frente de la Casa Blanca, Obama es la figura clave de este tipo de guerra.

La transición de la guerra convencional a la guerra de drones se presenta a primera vista como más «humana» por el reducido número de bajas que produce en comparación con la guerra convencional. Sin embargo, la guerra de drones es más problemática legal, política y éticamente. Las invasiones militares de Bush produjeron cien veces más bajas que la guerra de drones, pero la guerra convencional posee unas normas que vienen de lejos, normas de las que carece la guerra de drones. Para empezar, los drones rompen con la simetría entre los contendientes en el campo de batalla, haciendo que el riesgo de muerte sea enteramente unilateral y por tanto pone en juego toda la base ética tradicional de la guerra convertida ahora en una caza del hombre.

La presidencia de Trump no hizo sino seguir la estela del programa de drones heredado de Obama. Trump rescindió las provisiones principales de la orden ejecutiva firmada por Obama justo antes del término de su mandato, como la obligación de los informes anuales sobre el número de ataques y bajas. Redujo la involucración de la Casa Blanca y de los departamentos civiles en los ataques. Concedió más autoridad a la CIA al expandir sus ataques con drones a naciones como Libia, Somalia y Yemen. Aun así, «hubo menos ataques bajo el mandato de Trump que bajo el de Obama». Esto se atribuye sobre todo «a la naturaleza de la guerra contra Al Qaeda y a los cambios de su mutante descendencia, ya fragmentada» (Savage y Schmitt 2021Savage, Charlie y Eric Schmitt. 2021. «Biden Secretly Limits Counterterrorism Drone Strikes away from War Zones», New York Times, 3 de marzo.).

Los costes humanos de la Guerra contra el Terror declarada por el presidente Bush tras los ataques del 11-S son bien conocidos. Más de un millón de muertos en Irak, Afganistán, Pakistán, Siria y Yemen, así como 37 millones de refugiados y personas desplazadas. Todo ello no parece ser suficiente, por lo que recientemente Estados Unidos ha ampliado la guerra de drones a otras naciones. Solo durante los últimos tres años, los drones norteamericanos han efectuado operaciones de contraterrorismo en 85 países (Watson Institute 2021Watson Institute. 2021. Costs of War, abril. Brown University.).

Tras la inquietante presidencia de Donald Trump, la elección de Joe Biden supuso la esperanza de un regreso a cierta normalidad. Está por ver qué sucederá con la política internacional y en concreto con la guerra de drones. Los drones no son sino el último ejemplo de la fantasía imperial de involucrarse en un tipo de guerra que resulta letal para el enemigo, mientras uno mismo permanece invulnerable en la distancia tecnológica. En palabras del ex coronel y autor Andrew Bacevich, las guerras llevadas a cabo en el Oriente Medio desde el 11-S son prueba de que los generales que creyeron en semejantes «expectativas pueriles», como la «descabellada» perspectiva «de hacer la guerra a escala global por décadas», eran «culpables de una negligencia profesional flagrante, si no de un fraude descarado» (Bacevich 2008: 132, 131, 130Bacevich, Andrew J. 2008. The Limits of Power: The End of American Exceptionalism. Nueva York: Metropolitan Books.). Sus posturas eran intentos deliberados de ignorar la incertidumbre y el riesgo que son componentes permanentes e intratables de la guerra.

Los Estados Unidos han liderado el desarrollo y la proliferación de los drones armados. Durante la administración Obama se doblaron las ventas de drones comparadas con las de la era Bush, ventas que se aceleraron aún más bajo Trump (Stohl (2021: 12)Stohl, Rachel. 2021. «A New Agenda for US Drone Policy an the Use of Lethal Force». Stimson, abril.. Entre 2001 y 2015, únicamente Estados Unidos, Israel y el Reino Unido llevaron a cabo ataques con drones. Después de 2015 otras ocho naciones se han sumado a los ataques con drones armados. Actualmente unas cuarenta naciones tienen ya o están en el proceso de obtener drones armados. El gobierno de Boris Johnson, por ejemplo, se ha comprometido a invertir 190 millones de libras esterlinas en los próximos cuatro años. Su secretario de defensa ha sugerido que para 2040 el 90% de las fuerzas aéreas británicas serán drones no tripulados y que ello obligará al ejército a tener que deshacerse de otros armamentos como los tanques, además de una reducción de diez mil soldados (Cole 2021Cole, Chris. 2021. «UK Air War in Middle East Continues with No End in Sight». Drone Wars, 7 de Mayo.). Dada la robotización de las fuerzas armadas del futuro, no es de extrañar que en este momento sean numerosas las naciones y grupos militares que tengan ya o estén en el proceso de obtener drones armados. Es la fantasía de una guerra sin bajas en nuestro bando y sin responsabilidades políticas o morales pues se espera que idealmente las decisiones letales las tomarán los drones de forma autónoma. Como era de esperar, también los grupos paramilitares antioccidentales se han hecho con drones y presentan cada vez más peligro; solo en el año 2021 ha habido seis ataques con drones armados de bombas contra las fuerzas norteamericanas estacionadas en Irak (Warrick et al. 2021Warrick, Joby, Souad Mekhennet y Louisa Loveluck. 2021. «In Militants’ Hands, Drones Emerge as a Deadly New Ewild Card in the Middle East». Washington Post, 7 de diciembre.).

«Una década de guerra está llegando a su fin», proclamaba el presidente Obama en enero de 2013 durante su segunda investidura de presidente. El presidente Biden avanzó igualmente: «Ya es tiempo de acabar con las guerras interminables». Biden tiene en sus manos la posibilidad de terminar la guerra perpetua pidiendo al Congreso que revoque la Autorización para ir a la guerra emitida tras los ataques de 11-S. Pero aun dando este paso el presidente seguiría al frente de una infraestructura militar y de inteligencia global que sitúa a los Estados Unidos continuamente al borde del precipicio de la guerra. Esto requiere más bien una profunda reforma de los poderes de guerra del presidente, algo que Biden admite que está dispuesto a considerar (Bender y Desiderio (2021)Bender, Brian y Andrew Desiderio. 2021. «Biden Backs New War Powers Vote in Congress, White House Says». Politico, 5 de marzo. .

La incógnita que permanece es qué hará Biden con la guerra de drones en particular. Los augurios tras el trágico ataque de un dron en Kabul no fueron buenos. Biden autorizó el ataque dos días antes del plazo límite para la evacuación, presionado por la amenaza de más ataques terroristas y las críticas de la opinión pública. El dron mató a diez personas civiles de una misma familia, entre ellas siete niños. En su combativo discurso tras la retirada de Afganistán, Biden prometió «dar caza» a los terroristas con ataques de drones y misiles a distancia. ¿Cuál es por tanto la situación real en lo que concierne a la guerra de drones? El hecho más relevante al año de su mandato es que hasta el momento Biden ha detenido la guerra de drones con el motivo de llevar a cabo «una revisión» de la misma en el contexto de terminar con «las guerras para siempre» del terrorismo.

Lo que Biden debe revisar son aberraciones como los «ataques selectivos» y los «ataques distintivos»-muertes de grupos de gente por mera asociación o porque se hallan en una zona que ha sido predefinida como zona de combate-, o como los ataques contra los primeros socorristas o contra funerales y bodas; ataques que los relatores especiales de las Naciones Unidas y organizaciones de derechos humanos año tras año han considerado crímenes de guerra. Por algo se negaron los Estados Unidos a ser miembro de la Corte Penal Internacional. Biden tiene que cambiar de paradigma y repudiar la noción misma de la existencia de una «Guerra contra el Terror» en la que el enemigo cambia de un día para otro -Al Qaeda, Talibán, ISIS, Al-Shabbaab-, en la que la disparidad militar hace que la contienda sea un simulacro de guerra, y que, dada la imprevisibilidad y ausencia de formas estables del terrorismo, la convierte por definición en un enfrentamiento interminable que no admite victoria.

Desde Carter hasta Obama y Trump, la intervención norteamericana en el Gran Oriente Medio, con la pretensión de ejercer su dominio sobre la región por los intereses del petróleo, no ha sido otra cosa, afirma Bacevich, que «una quimera», algo que no puede sino llevar «la marca inconfundible de la fantasía autocomplaciente» (Bacevich 2016: 354, 268-269Bacevich, Andrew J. 2016. America’s War for the Greater Middle East: A Military History. Nueva York: Random House.). Es la estrategia de creerse en posesión de la prerrogativa de ir a la guerra cuando y donde se le antoje al imperio, despreciando la legalidad internacional y sirviéndose de las mentiras piadosas de abanderar la libertad. La alternativa a esta «quimera» imperial aliada con la guerra de drones, a la que no cabe otro resultado que la retroalimentación perpetua entre terrorismo y contraterrorismo, no es otra que aceptar que ni las armas nucleares ni los robots armados sirven hoy para patrullar y controlar el mundo. Si Obama necesitaba a su némesis terrorista para salir victorioso en la guerra de drones ante la opinión pública, el Biden post-Obama debe actuar con la convicción de que tanto el terrorista como el contraterrorista pertenecen en muchos sentidos al mismo terreno humano universal, ambos víctimas de una guerra trágica que nunca se debió iniciar como tal y cuya continuación tras la retirada de Afganistán ha perdido aun más su razón de ser.

NOTA

 
1

Pero no sólo para las sociedades homéricas “la última impureza” consistía en negar el entierro al cuerpo del guerrero muerto, lo que era una especie de “canibalismo” y “el terror quintaesencial de la Ilíada” (Redfield 1975: 183Redfield, James M. 1975. Nature and Culture in the Iliad: The Tragedy of Hector. Chicago: Chicago University Press.); el enterramiento y el respeto a las prácticas funerarias sigue siendo un derecho cultural fundamental en la tradición musulmana, al igual que lo es para cualquier sociedad moderna, incluidas la americana y las europeas que dedican todos los recursos que haga falta para recuperar los restos de sus soldados caídos.’ A este imperativo cultural previo a toda política responde también que en la actualidad en España se estén desenterrando cientos de fosas de gente muerta en la guerra civil en un esfuerzo angustioso para borrar la abominación última que supone el hecho histórico de familiares que no recibieron ni funeral ni sepultura (Ferrándiz y Robben 2015Ferrándiz, Francisco y Antonius Robben (eds.). 2017.Necropolitics: Mass Graves and Exhumations in the Age of Human Rights. Filadelfia: Pennsylvania Press.)

BIBLIOGRAFÍA CITADA

 

Aaronson, Trevor. 2013. The Terror Factory: Inside the BFI’s Manufacture War on Terrorism. Brooklyn: Ig Publishing.

Abé, Nicola. 2012. «Dreams in Infrared: The Woes of an American Drone Operator». Spiegel Online, 14 de diciembre.

Agamben, Giorgio. 1998. Homo Sacer: Sovereign Power and Bare Life. Stanford: Stanford University Press.

Ahmad, Muhammad Idrees. 2011. «The Magical Count of Body Counts». Al Jazeera, 13, 2 de junio.

Bacevich, Andrew J. 2008. The Limits of Power: The End of American Exceptionalism. Nueva York: Metropolitan Books.

Bacevich, Andrew J. 2016. America’s War for the Greater Middle East: A Military History. Nueva York: Random House.

Baker, Nicholson. 2012. «Nicholson Baker: By the Book, Sunday Book Review», New York Times, 13 de septiembre.

Baldwin, James. 2017. I Am Not Your Negro. Nueva York: Vintage International.

Bateson, Gregory. 1985. Pasos hacia una ecología de la mente. Buenos Aires: Lohlé.

Becker, Jo y Scott Shane. 2012. «Secret ‘Kill List’ Proves a Test of Obama’s Principles and Will». New York Times, 29 de mayo.

Bender, Brian y Andrew Desiderio. 2021. «Biden Backs New War Powers Vote in Congress, White House Says». Politico, 5 de marzo.

Bergen Peter L. y Jennifer Rowland. 2015. «Decade of the Drone: Analyzing CIA Drone Attacks, Casualties, and Policy», en Peter L. Bergen y Daniel Rothenberg (ed.), Drone Wars: Transforming Conflict, Law and Policy: 12-41. Cambridge: Cambridge University Press.

Butigan, Ken. 2003. Pilgrimage through a Burning World: Spiritual Practice and Nonviolent Protest at the Nevada Test Site. Nueva York: State University of New York Press.

Butler, Judith. 1990. «The Force of Fantasy: Feminism, Mapplethorpe, and Discursive Excess». Difference: A Journal of Feminist Cultural Studies 2(2): 105-25.

Cabana, Donald A. 1996. Death at Midnight: The Confession of an Executioner. Boston: Northeastern University Press.

Calhoun, Laurie. 2016. We Kill Because We Can: From Soldiering to Assassination in the Drone Age. Londres: Zed Books.

Chamayou, Grégoire. 2013. A Theory of the Drone. Nueva York: The New Press.

Cockburn, Andrew. 2015. Kill Chain: The Rise of High-Tech Assassins. Nueva York: Picador.

De Quincey, Thomas. 1890. The Collected Writings of Thomas De Quincey, Vol XIII. David Messon (ed.). Edimburgo: Adam y Charles Black.

Cole, Chris. 2021. «UK Air War in Middle East Continues with No End in Sight». Drone Wars, 7 de Mayo.

Douglas, Mary. 1973. Pureza y peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú. Madrid: Siglo XXI.

Fernandez, James W. 2006. En el dominio del tropo: Imaginación figurativa y vida social en España. Honorio M. Velasco (ed.). Madrid: UNED.

Ferrándiz, Francisco y Antonius Robben (eds.). 2017.Necropolitics: Mass Graves and Exhumations in the Age of Human Rights. Filadelfia: Pennsylvania Press.

Geertz, Clifford. 1984. «Anti-anti-relativism». American Anthropologist 86: 263-78.

Geertz, Clifford. 2003. La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa.

Ginzburg, Carlo. 1991. «A Rejoinder to Arnold I. Davidson», en James Chandler, Arnold I. Davidson, y Harry Harootunian (eds.), Questions of Evidence: Proof, Practice, and Persuasion across the Disciplines: 321-24. Chicago: The university of Chicago Press.

Gusterson, Hugh. 2016. Drone: Remote Control Warfare. Cambridge: The MIT Press.

Hersh, Seymour M. 2016. The Killing of Osama bin Laden. Londres: Verso.

Jaffer, Jameel. 2016. «Introduction». Jameel Jaffer (ed.), en The Drone Memos: Targeted Killing, Secrecy and the Law: 1-55. Nueva York y Londres: The New Press.

Johnson, Natalie. 2014. «At Pro-Palestinian Protest, Cornel West Calls Obama a ‘War Criminal’». The Daily Signal, 4 de agosto.

Klaidman, Daniel. 2012. Kill or Capture: The War on Terror and the Soul of the Obama Presidency. Boston: Houghton Mifflin Harcourt.

Kurnaz, Murat. 2007. Five Years of My Life: An Innocent Man in Guantánamo. Nueva York: St. Martin’s Griffin.

Leach, Edmund. 1977. Custom, Law, and Terrorist Violence. Edimburgo: Edinburgh University Press.

Madley, Benjamin. 2016. An American Genocide: The United States and the California Indian Catastrophe: 1846-1873. New Haven: Yale University Press.

Martin, Matt J. y Charles W. Sasser. 2010. Predator: The Remote-Contnrol Air War over Iraq and Afghanistan: A Pilot’s Story. Mineápolis: Zenith Press.

Masco, Joseph. 2006. Nuclear Borderlands: The Manhattan Project in Post-Cold War New Mexico. Princeton: Princeton University Press.

Masco, Joseph. 2014. The Theater of Operations: National Security Affect from the Cold War to the War on Terror. Durham: Duke University Press.

Mbembé, Achille. 2003. Public Culture 15(1): 11-40.

National Bird. 2016. Película documental dirigida por Sonia Kennebeck y producida por Wim Wenders y Errol Morris.

Nader, Laura. 2012. «Rethinking Salvation Mentality & Counterterrorism». Transnational Law & Contemporary Problems 21(30): 99-122.

Obama, Barack. 1995. Dreams from My Father: A Story of Race and Inheritance. Nueva York: Broadway Paperbacks.

Patton, Phil. 1998. Dreamland: Travels Inside the Secret World of Roswell and Area 51. Nueva York: Villard.

Press, Eyal. 2018. «The Wounds of the Drone Warrior». The New York Times Magazine, 13 de junio.

Queally, Jon. 2104. «Leaked Internal CIA Document Admits US Drone Program ‘Counterproductive’». Common Dreams, 18 de diciembre.

Rappaport, Roy A. 1977. Ecology, Meaning, and Religion. Richmond: North Atlantic Books.

Redfield, James M. 1975. Nature and Culture in the Iliad: The Tragedy of Hector. Chicago: Chicago University Press.

Rhodes, Ben. 2018. The World as It Is: A Memoir of the Obama White House. Nueva York: Random House.

Samuels, David. 2016. «Through the Looking Glass with Ben Rhodes». New York Times Magazine, 5 de mayo.

Savage, Charlie y Eric Schmitt. 2021. «Biden Secretly Limits Counterterrorism Drone Strikes away from War Zones», New York Times, 3 de marzo.

Scahill, Jeremy. 2013. Dirty Wars: The World Is a Battlefield. Nueva York: Nation Books.

Scahill, Jeremy y Glenn Greenwald. 2016. «Death by Metadata», en Jeremy Scahill (ed.), The Assassination Complex: Inside the Government’s Secret Drone Warfare Program: 94-106. Nueva York: Simon & Schuster.

Shane, Scott. 2013. «Targeted Killing Comes to Define War on Terror», New York Times, 8 de abril.

Shane, Scott. 2015a. Objective Troy: A Terrorist, a President, and the Rise of the Drone. Nueva York: Tim Duggan Books.

Slahi, Mohamedou Ould. 2015. Guantánamo Diary. Larry Siems (ed.), Nueva York: Little, Brown and Company.

Sluka, Jeffrey A., 2011. «Death from Above: UAVs and Losing Hearts and Minds». Military Review, mayo-junio: 70-76.

Stanford Law School y NYU School of Law. 2012. Living Under Drones: Death, Injury, and Trauma to Civilians from US Drone Practices in Pakistan. Nueva York: Stanford Law School y NYU School of Law.

Stohl, Rachel. 2021. «A New Agenda for US Drone Policy an the Use of Lethal Force». Stimson, abril.

Thompson, Hunter S. 1998. Fear and Loathing in Las Vegas. Nueva York: Vintage Books.

Titus, A. Constandina. 1986. Bombs in the Backyard: Atomic Testing and American Politics. Reno: University of Nevada Press.

Warrick, Joby, Souad Mekhennet y Louisa Loveluck. 2021. «In Militants’ Hands, Drones Emerge as a Deadly New Ewild Card in the Middle East». Washington Post, 7 de diciembre.

Watson Institute. 2021. Costs of War, abril. Brown University.

Weil, Simone. 1986. Simone Weil: An Anthology. Sian Miles (ed.). Nueva York: Grove Press.

Welsome, Eileen. 1999. The Plutonium Files: America’s Secret Medical Experiments in the Cold War. Nueva York: Random House.

Westmoreland, Cian. 2014. «The Day I Stopped Being afraid: Living the Dream». Blog Project Red Hand, 12 de noviembre.

Westmoreland, Cian. 2015. Diffused Responsibility: Focusing on Network Centric Aerial Warfare and a Call for Greater Understanding». Project Red Hand (Blog), 30 de julio.

Woods, Chris. 2015. Sudden Justice: America’s Secret Drone Wars. Oxford: Oxford University Press.

Wright, Robin. 2017. «Trump Drops the Mother of All Bombs on Afghanistan», The New Yorker, 14 de abril.

Zulaika, Joseba. 1990. Ehiztariaren erotika. Donostia: Erein.

Zulaika, Joseba. 2009. Terrorism: The Self-Fulfilling Prophecy. Chicago: University of Chicago Press.

Zulaika, Joseba. 2020. Hellfire from Paradise Ranch: On the Frontlines of Drone Warfare. Berkeley: University of California Press.

Zulaika, Joseba. 2022. Muerte desde Las Vegas: La guerra de drones y la fantasía norteamericana. Bilbao: Revista Hicapié.

Zulaika, Joseba y William A. Douglass. 1996. Terror and Taboo: The Follies, Fables, and Faces of Terrorism. Nueva York: Routledge.