La invención de la cultura no es una obra maestra. Si los grandes maestros son, como sugería Clifford Geertz, aquellos que trasladan al papel ideas inexpresadas que estaban en el aire, Roy Wagner no es un maestro. Lo sugiere Pedro Pitarch en el prólogo (p. 36). De hecho, Wagner es exactamente lo contrario de un maestro: es un estudiante rebelde que se inventa y revuelve el aire donde los maestros buscan ideas y fenómenos. Roy Wagner es la contradicción de un maestro. Es alguien que enseña a «desaprender la antropología» (p. 34), mientras otros tratan de explicarla. En este libro se dice que las culturas que describen los antropólogos no son invenciones o construcciones conceptuales (como en el giro posmoderno), sino que las culturas inventan ellas mismas el mundo, la naturaleza, a los antropólogos, a sus maestros y a sus estudiantes rebeldes. Y no solo eso. También se dice que Galileo, Newton o Kepler ‘crearon’ (no ‘describieron’, como en el naturalismo) el cosmos en el que vivimos (p. 278). ¡Qué irreverencia! No se acerquen a estas páginas. Que nuestros maestros nos pillen confesados.

La gran virtud de esta edición en castellano no es solo que permite la reinvención de La invención de la cultura al margen de la hegemonía anglófila, sino que también ofrece un marco de partida, el prólogo, de una profundidad y clarividencia suficiente como para situar al lector en un argumento que lleva indefectiblemente a la pérdida, y a la necesidad de creación. Así, Pedro Pitarch (que también es el preciso y sutilmente creativo traductor) reconoce la premeditada pérdida, e invita re-crearse en las ‘analogías’ que nos iluminan como «destellos súbitos» (p. 24), en los aforismos inesperados (de una luminosidad a veces cegadora), en las inesperadas contradicciones generativas entre lo artificial y lo innato, o en las etimologías wagnerianas que «llevan las palabras a su fin lógico» (p. 29) con el fin de reinventar los mundos que las acompañan. En cierto sentido el prólogo mimetiza, más que refleja, el principal gesto lógico del libro, que es el heurístico. Wagner dice que la antropología es «el estudio del hombre “como si existiera” la cultura» (p. 24). De manera análoga, el prólogo nos sugiere de manera indirecta leer La invención de la cultura ‘como si’ entendiéramos su argumento. Tanto la Cultura como La invención de la cultura, son incomprensibles, inexistentes. Sin embargo, tienen ambas un enorme potencial heurístico: podemos a través de ellas llegar a imaginar y crear, de manera tal vez sorprendente, otros mundos, y los mundos de los otros que nos imaginan a nosotros (p. 41).

En la introducción se nos avisa de que la antropología aquí practicada no es inductiva, no surge de abstraer fenómenos observados. En realidad, tampoco es una antropología deductiva en un sentido lógico, porque las premisas, que las hay, pueden llevar a conclusiones contradictorias. Este libro propone en su lugar una antropología inventiva. El tipo de invención que Wagner propone se ilustra por la creación de «símbolos negativos». Tomemos el cero como ejemplo, cuya doble creación, independiente y paralela, el autor sitúa en la India y en Mesoamérica (p. 60). Wagner sugiere atender a esos símbolos que hablan de «aquello con lo que no tratamos». Así, a lo que el cero se refiere no existe. Sin embargo, el cero inventa, o crea, su propio referente, digamos una ausencia. Y no solo eso, el cero crea también su contrario, digamos su no-cero. De esa manera Wagner propone ver el símbolo negativo no como agujero negro (Barth), ni como un simbolismo incumplido (Sperber), sino como un ‘mediador’ (p. 61), es decir, algo que crea la posibilidad de relación entre dos ‘no-ceros’ a través de un cero que simboliza y ‘hace’ tanto la posibilidad de no-relación como la realización de lo contrario. Esto vale tanto para relaciones entre números como para relaciones entre personas.

Parece una reflexión abstracta, pero las consecuencias de ello son reveladoramente concretas. En los capítulos 1 y 2 Wagner describe, de manera terrenal y a la vez sublime, como se integra entre los daribi de Nueva Guinea haciendo ‘como sí’ estos existieran en ‘su’ cultura. Aquí se despliega también lo que se ha venido a conocer como una ‘antropología inversa’, esto es, el modo en que los propios daribi se acercan al antropólogo haciendo ‘como si’ este encarnara ‘una’ cultura. Sin el cero, o sin la posibilidad inventada de la ausencia de cultura del otro, no habría posibilidad de imaginar el contrario de uno mismo, no habría relación. Por ejemplo: con aguda ironía, Wagner relata cómo, viéndolo solo, los daribi imaginan su celibato (p. 94). Sin embargo, esa ausencia imputada, ese cero, es solo la simbolización negativa que permite imaginar otras posibilidades, como que los antropólogos puedan «casarse con el gobierno y los misioneros» (p. 95). Gracias a la simbolización negativa se generan nuevas reglas del juego. Como el fontanero que conecta tuberías según determinadas premisas tecnológicas (p. 100), lo que Wagner denomina ‘trabajo en el campo’ no es otra cosa que establecer o inventar relaciones a través de las premisas que los otros inventan para extraernos del cero.

En los capítulos 3, 4 y 5 se despliega un lenguaje conceptual (‘resistencia’, ‘controles’, ‘enmascaramiento’, ’convenciones’, ‘motivaciones’, ‘obviación’, etc.), y un sistema de relaciones entre esos conceptos, para la comparación analógica entre contextos culturales, o mejor dicho entre distintos contextos de invención. Wagner adopta aquí perspectivas que se acercan a la lingüística (capítulos 3 y 5) o a la psicología (capítulo 4), pero las elicita desde Nueva Guinea. Así Wagner contra-inventa, a través de los daribi, a Pierce, a Bateson, a Lévi-Strauss, o a Freud. Pero en lugar de ejercitar la crítica, Wagner abre otros espacios para ellos. Por así decirlo, se busca liberar a esos pensadores para permitirles que sus términos conciban las tensiones mutuamente generativas entre lo singularizante y lo colectivizante, entre el signo y el significante, o entre lo innato y lo artificial. De manera crucial, no se describen esas dualidades por oposición de elementos, sino que se tratan de capturar como energías relacionales que otros inventan, distribuyen y administran de manera diferente.

Wagner habla siempre de Cultura como el arte de ‘cultivar’ las analogías con los otros, no la síntesis. Esto le lleva a un último capítulo donde se reinventa la antropología como una dialéctica sin síntesis, es decir, como un gesto de reconocer y cuidar la diferencia y la contradicción entre nosotros y «las personas estudiadas para no vaciar de antemano su creatividad en el interior de nuestra propia invención» (p. 325, las cursivas están en el original). En un recorrido súbito pero fulminante desde el evolucionismo hasta la ‘cacareada relatividad’ cultural del posmodernismo (p. 302), Wagner sostiene que la separación entre la constitución física del mundo y aquello que llamamos cultura no es más que un malentendido del ‘occidental urbano’. Sorprende que esto se escribiera antes de 1975. Como también sorprende que se hable de los ‘ordenadores’ en tanto que objetos cotidianos (p. 295), o de ‘ecologistas’ que, al abrazar una naturaleza a la que se ‘inflige’ la cultura, ya no se sabe si son ‘conservacionistas’ o simplemente ‘conservadores’ (p. 299).

La invención de la cultura es un libro extemporáneo. De hecho, podría decirse que es un libro que habla de un tiempo que está siempre por delante del tiempo de quien lo lee. No por casualidad, en el prefacio a esta edición en castellano se apunta que la ‘invención’ pertenece al dominio de la ‘anticipación’ (p. 43). Se refiere, claro está, a la invención de la Cultura, pero también a la invención de La invención de la cultura. Probablemente este libro sea un artilugio diseñado para ser re-inventado con cada lectura, y anticipar así siempre algo distinto. El que escribe esta reseña, por ejemplo, se queda con la sospecha de que ‘el otro’ que vislumbran estas páginas no son los daribi de Nueva Guinea. Más bien parece que lo que anticipa e inventa este libro es a sus lectores, esos ‘otros’ a través de los cuales Wagner sigue conversando consigo mismo y desde el futuro.