RESUMEN

Este texto está basado en la conferencia de clausura del V Congreso Mexicano de Antropología Social y Etnología que, con el título de «La participación de las y los antropólogos en el movimiento estudiantil del 68», tuve el honor de impartir en la sede de la ENAH en octubre de 2018, justo cuando se cumplían 50 años de una masacre que cambió al país e impactó en toda América Latina. No es LA memoria de aquellos días, sino una particular memoria, la que nace de mis recuerdos como miembro del Consejo Nacional de Huelga. El movimiento estudiantil generado en las fechas previas a la celebración de las Olimpiadas buscaba implantar un régimen político democrático, desterrar el autoritarismo y la corrupción, garantizar la libertad de prensa y de pensamiento, y, en general, instaurar en México el respeto a la libertad ciudadana y el combate contra la desigualdad social. Esto fue visto por el establishment como un peligro para el autoritario orden establecido, por lo que optó por reprimirlo de modo sangriento. Aunque los estudiantes del 68 no consiguieron todo lo que perseguían, México experimentó cambios en su vida pública a partir de un proceso que se inició inmediatamente después de ese movimiento.

Palabras clave: Movimiento estudiantil; Masacre de Tlatelolco; Historia de la antropología en México; Activismo académico.

ABSTRACT

The paper is based on the closing lecture of the V Mexican Conference of Social Anthropology, held during October in the Escuela Nacional de Antropología e Historia in the year 2018. Half a century ago, the Student Movement of 1968 was finished with a massacre, while the students where in a meeting in Tlatelolco Square, Mexico City. The present paper is not The memory of that student movement, but only my memory of it as a member of the Strike National Student Congress. In those days the Mexican students asked for democracy and for the end of corruption in the public administration of the country. Also, the students asked a better way of life for Mexican people and the end of social inequality. Even though the student movement don’t get what all they want, Mexico change in many aspects of the public life.

Keywords: Student Movement; Tlatelolco Massacre; History of Anthropology in Mexico; Academic Activism.

Cómo citar este artículo / Citation: Fábregas Puig, Andrés A. 2019. «Tlatelolco 1968: Memoria de un antropólogo». Disparidades. Revista de Antropología 74(2): e015. doi: <https://doi.org/10.3989/dra.2019.02.015>.

SUMARIO

  1. RESUMEN
  2. ABSTRACT
  3. INTRODUCCIÓN
  4. MEMORIA DEL 68 DESDE LA ENAH
  5. TRAS EL 68
  6. NOTAS
  7. BIBLIOGRAFÍA CITADA

A mis compañeras y compañeros, estudiantes en la ENAH en 1968

INTRODUCCIÓN[Subir]

Este texto es una oportunidad para desplegar la memoria de un suceso que conmovió a un país entero: México. No es un artículo fruto de una investigación rigurosa sobre un conjunto de sucesos en los que hube de verme envuelto, sino una memoria. No LA memoria, advierto, sino una particular, la de mis recuerdos.

Trataré de mostrar que los sucesos que menciono no solo conmovieron a una parte de la antropología en México, sino que cambiaron nuestra manera de ver el país, América Latina y los temas que tratamos además de los nuevos que surgieron. No es una teorización de todo ello, sino una memoria salpicada de reflexiones y comentarios acerca de los sucesos expuestos.

El centro de esta memoria está situado en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la legendaria ENAH, que en aquellos días fue protagónica en referencia a la participación de los antropólogos en el movimiento estudiantil de 1968 en México. El primero en elaborar unas notas etnográficas al respecto y publicarlas fue Ángel Palerm, en un texto que firmó con el seudónimo obvio de «Profesor A», aclarando quién era en el artículo final de la serie de cuatro publicado con el título de «El movimiento estudiantil: notas sobre un caso» ( ‍Palerm, Ángel. 1969a. «El movimiento estudiantil: notas sobre un caso», Comunidad 17: 90-102.Palerm 1969a,  ‍Palerm, Ángel. 1969b. «El movimiento estudiantil: notas sobre un caso», Comunidad 18: 219-231.1969b,  ‍Palerm, Ángel. 1969c. «El movimiento estudiantil: notas sobre un caso», Comunidad 19: 371-383.1969c y  ‍Palerm, Ángel. 1969d. «El movimiento estudiantil: notas sobre un caso», Comunidad 20: 525-529.1969d). No sé de otro texto publicado sobre la ENAH y el 68 aunque tengo noticia de alguna tesis presentada en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, que no me ha sido posible consultar.

Para avivar y precisar mi recuerdo, conversé con Victoria Novelo, porque como estudiante de la ENAH, ella tuvo una destacada participación en el movimiento de 1968. Le estoy agradecido por su generosidad que me auxilió a encontrar claridad en algunos rincones de mi memoria. Igual hubiera conversado también con mis queridos ausentes, José Lameiras Olvera y Brigitte Boëhm, pero no los encontré por más que le hice la lucha

José Lameiras, Pepe, falleció en la ciudad de Zamora de Hidalgo, Michoacán, el 14 de octubre de 2003. Brigitte Boëhm, Brixi, falleció en la misma ciudad el día de navidad de 2005.

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. A ellos dedico esta memoria y a todos los que, siendo estudiantes en la ENAH, participamos en el movimiento estudiantil de 1968.

Han pasado ya 109 años del inicio de la Revolución Mexicana el 20 de noviembre de 1910 cuyo periodo armado finalizaría en 1924, con Plutarco Elías Calles como presidente de México, si bien el inicio de su final como proceso no ocurriría hasta 1940, momento en que el presidente Lázaro Cárdenas traspasa el poder al general Manuel Ávila Camacho. Si en 1940 se inicia el declive de la Revolución, su inercia llega hasta 1988, año en que termina el período presidencial de Miguel de la Madrid y comienza la era de los tecnócratas neoliberales.

Este breve recordatorio obedece al hecho de que varias instituciones en las que participaron los antropólogos mexicanos se establecen en dos períodos distintos: el que va de 1917 a 1948 y, posteriormente, la década de 1970, en los estertores de la Revolución, con el surgimiento de instituciones en las que los antropólogos tendrán una amplia participación, en mucho, derivada del movimiento estudiantil de 1968.

Esta nueva serie de fundaciones, justo inmediatamente después de 1968, tendrá lugar durante el mandato del presidente Luis Echeverría

Luis Echeverría fue presidente de México desde el 1 de diciembre de 1970 hasta el 30 de noviembre de 1976

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cuya participación en las represiones a los estudiantes ha sido ampliamente comprobada ( ‍Monsivais, Carlos y Julio Scherer. 1999. Parte de Guerra. México: Nuevo Siglo / Aguilar.Monsivais y Scherer 1999). Así, en 1973 se funda el CIS-INAH, antecedente directo del actual CIESAS, instaurado en 1980. El 25 de julio de 1974, al año siguiente, se celebra la Asamblea Constitutiva del Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales (CEAS) que obtendrá su personalidad legal en 1976. Un año más tarde de esa asamblea, en 1975, se fundará el Departamento de Antropología de la UAM-Iztapalapa. Todavía en esa década, el 15 de enero de 1979 es la fecha de fundación del Colegio de Michoacán, con sede en Zamora.

Así pues, el espectro institucional dentro del que se ha desarrollado la antropología en México queda enmarcado por esta breve referencia cronológica asentada en dos momentos: en el primero, el contexto institucional es el establecimiento del nuevo Estado Nacional surgido con la Revolución Mexicana. En el segundo, es ya el de la decantación de la inercia revolucionaria. Afortunadamente no concluye ahí, pues la ampliación institucional de la antropología siguió después de la llegada de los tecnócratas en 1988 con fundaciones tan importantes como la de la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México establecida en 2011, con el antecedente de la fundación de la ENAH-Chihuahua en 1990.

Por otra parte, el movimiento estudiantil del México de 1968 no puede entenderse sin la referencia a un contexto internacional convulso: coincide con el pleno apogeo de la Guerra Fría, la Guerra de Vietnam y otros acontecimientos que conmocionaron al mundo como el triunfo de la revolución cubana al arrancar 1959; los asesinatos de John F. Kennedy en Dallas, Texas, en 1963, y de Martin Luther King en 1968; o los movimientos estudiantiles en Francia, Estados Unidos, Berlín y Tokio.

En México, la vocación represora de los grupos de poder se manifestó repetidamente. En el sexenio presidido por Adolfo López Mateos

1 de diciembre de 1958 a 30 de noviembre de 1964.

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, se desarrolló contra los ferrocarrileros, los médicos, los movimientos populares de índole diversa, sin olvidar el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia en el estado de Morelos. En esos días fueron encarcelados los líderes obreros Demetrio Vallejo y Valentín Campa. Los grupos políticos que controlaban al Estado nacional seguían la máxima de Rubén Figueroa, aquel gobernador siniestro del Estado de Guerrero, quien decía: lo que se debe aplicar a los disidentes es la regla de las tres erres: encierro, destierro o entierro. El uso sistemático del ejército para reprimir continuó sucediendo durante el movimiento estudiantil de 1968, prolongándose hasta la actualidad.

El centro del movimiento estudiantil de 1968 fue la Ciudad de México y en ese contexto, la ENAH fue la base de la participación de los antropólogos, tanto estudiantes como profesionales sobre los que Marx y Engels y el Che, ejercieron influencias importantes. Es aquí en donde se inicia la memoria que a continuación relato.

MEMORIA DEL 68 DESDE LA ENAH[Subir]

Ingresé a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en el año de 1965. En ese año, la ENAH cambió sus locales situados en la calle de Moneda, en pleno centro de la Ciudad de México, a las aulas construidas ex profeso en el Museo Nacional de Antropología e Historia, inaugurado como el «Templo del Nacionalismo Mexicano» por el presidente Adolfo López Mateos el 17 de septiembre de 1964. En ese tiempo, la ENAH exhibía a un profesorado excepcional, que la hacía uno de los recintos escolares más importantes en el mundo para estudiar antropología. Allí se congregaban Paul Kirchhoff, Jorge A. Vivó, Wigberto Jiménez Moreno, Barbro Dhalgren, Roberto Weitlaner, Ricardo Pozas Arciniega, Rodolfo Stavenhagen, Guillermo Bonfil Batalla, Daniel Cazés, Mercedes Olivera, Margarita Nolasco, José Rendón, Johanna Faulhaber, Rosa Camelo, Luis González y González, José Luis Lorenzo Bautista, Carlos Navarrete, Román Piña-Chán, Jaime Litvak King, Leonardo Manrique, Arturo Romano, Arturo Warman, Enrique Valencia, Fernando Cámara Barbachano, Beatriz Barba, Julio César Olivé Negrete, Carlos Martínez Marín, Moisés Romero, Otto Schuman Gálvez, entre los que mejor recuerdo. A ellos se agregó Ángel Palerm en el año de 1966.

Los estudiantes de la ENAH han sido activos participantes en movimientos sociales de importancia en el país. En 1965, se recordaba vivamente el apoyo que los estudiantes habían prestado a los a su vez estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN), que llamaron a una huelga general el 11 de abril de 1956. Los estudiantes exigían mayor calidad en la educación superior en general, la destitución del Director General de la institución y aumento del presupuesto para adecuarlo a las nuevas exigencias de la enseñanza politécnica. También se defendía al internado del Politécnico, muy importante para los estudiantes que procedían de sectores modestos de la población. El dirigente de aquel movimiento, el estudiante Nicandro Mendoza, fue acusado del delito de disolución social de acuerdo a los artículos 145 y 145 Bis del Código Penal, siendo el primer preso político del país condenado por ese delito

Aprobado en 1941 por el presidente Manuel Ávila Camacho para evitar la expansión del fascismo representado en México por los camisas doradas de Acción Revolucionaria Mexicanista y la Unión Nacional Sinarquista, el delito de disolución social fue utilizado posteriormente para reprimir movimientos sociales y políticos. En su literalidad, el artículo 145 señalaba que «comete el delito de disolución social, el extranjero o el nacional mexicano, que en forma hablada o escrita o por medio de símbolos o en cualquier otra forma, realice propaganda política entre extranjeros o entre nacionales mexicanos, difundiendo ideas, programas o normas de acción de cualquier gobierno extranjero, que perturbe el orden público o afecte la soberanía del Estado mexicano. Se perturba el orden público, cuando los actos de disolución social, definidos en el párrafo anterior, tiendan a producir rebelión, tumulto, sedición o escándalo. La soberanía nacional se afecta cuando los actos de disolución social puedan poner en peligro la integridad territorial de México, obstaculicen el funcionamiento de sus instituciones legítimas o propaguen el desacato de parte de los nacionales mexicanos a sus deberes cívicos. También comete el delito de disolución social, el extranjero o el mexicano que, en cualquier forma, realice actos de cualquier naturaleza, que preparen material y moralmente la invasión del territorio nacional o el sometimiento del país a cualquier potencia extranjera».

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. De allí en adelante, dichos artículos 145 y 145 Bis, se aplicaron a todos los movimientos populares.

Al igual que sucedió en 1968, el ejército mexicano intervino en la huelga politécnica y el 23 de septiembre de 1956 desalojó a punta de bayoneta a los estudiantes que se encontraban en el Internado del IPN. De todo ello nos enteramos porque en 1967, ocupando yo la presidencia de la Sociedad de Alumnos, organizamos una mesa redonda para rememorar el movimiento de los estudiantes politécnicos. En esa ocasión hablaron Guillermo Bonfil, Enrique Valencia, Alfonso «Poncho» Muñoz, Arturo Warman, entre los que recuerdo. Eventos como el que menciono eran frecuentes en la ENAH de aquellos años. Las asambleas estudiantiles también se sucedían una tras otra, con variación de temas y discusiones y hasta representaciones corales o breves piezas teatrales. La sociedad de alumnos de la ENAH, la SAENAH, tenía también una tradición editorial interesante no solo con la revista Tlatoani y sus suplementos, sino con la edición de tesis presentadas en la Escuela y textos mimeografiados. De hecho, con la SAENAH publicamos La epopeya de Gilgamesh y, justo en 1967, el libro de André Gunder Frank, Desarrollo del subdesarrollo, y otros títulos como El camino chibcha a la sociedad de clases, de Francisco Posada. También publicamos en las ediciones en mimeógrafo de la SAENAH la primera versión pública del curso de Introducción a la Teoría Etnológica dictado por Ángel Palerm en 1966 la. Era, en definitiva, una Escuela intensa en su vida académica y política. En esa fecha, la presidenta de la SAENAH era Blanca Sánchez, hija de republicanos españoles, dirigente estudiantil respetada y querida. La última directiva de la SAENAH se eligió en 1968 y terminó su ciclo justo al iniciarse el movimiento estudiantil que vio llegar a los Comités de Huelga y posteriormente, a los Comités de Lucha. El último Presidente de la SAENAH fue Jaime Nieto.

Los prolegómenos del movimiento estudiantil de 1968 se localizan en un pleito entre estudiantes de nivel medio-superior, preparatorianos

El término preparatoriano se aplica a los estudiantes de Educación Media Superior, popularmente conocida como preparatoria o, más coloquialmente, prepa, porque antecede o prepara para la Educación Superior (universitaria). Es pues, más o menos, equivalente a los bachilleratos de otros países. Aunque hay algunas preparatorias abiertas, todas están incorporadas a la Secretaría de Educación Pública o a alguna universidad. La Escuela Nacional Preparatoria fue fundada en 1868.

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y politécnicos, ocurrido en La Ciudadela, justo el sitio de la Decena Trágica. Los politécnicos de las vocacionales 2 y 5 se enfrentaron a los preparatorianos de la Escuela Isaac Ochoterena. El motivo del pleito había sido un partido de futbol americano, como los tantos que se celebraban entre estudiantes en las calles de la Ciudad. Al siguiente día, 23 de julio, los preparatorianos que resultaron los derrotados en la batalla deportiva, decidieron cobrarse la afrenta y, transportados en autobuses dirigidos por los porros

Los porros son grupos de choque estudiantiles, a menudo muy violentos, que han operado desde hace más de un siglo en las universidades mexicanas para defender o atacar determinados intereses ideológicos o políticos, no necesariamente universitarios. Aunque su nombre ha ido variando desde sus orígenes, el término porros comienza a usarse a finales de los años 50 o comienzos de los 60 del pasado siglo XX cuando muchos porristas, es decir participantes en porras –grupos que animan y apoyan a los grupos deportivos o de otra índole echándole porras‒ son incorporados a tales grupos para romper manifestaciones o huelgas.

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, agredieron a los estudiantes de las vocacionales. El tristemente famoso Cuerpo de Granaderos de la ciudad, se limitó a observar, sin intervenir. Repuestos de la sorpresa, los estudiantes politécnicos se organizaron para devolver la agresión. Cumplieron su propósito causando daños al edifico de la preparatoria Isaac Ochoterena, y justo cuando se devolvían a sus planteles, aparecieron los granaderos agrediendo a los estudiantes con una particular saña. Llevaron la violencia hasta el interior de las escuelas, golpeando a todo el mundo, profesores y estudiantes, y a uno que otro transeúnte que nada tenía que ver con el conflicto. Esta agresividad fue muy comentada en los recintos escolares de la Ciudad de México.

No obstante que no existían los teléfonos celulares, la comunicación de estos sucesos corrió rápida en los ámbitos estudiantiles de la Ciudad de México. Ello prendió la indignación. Entre asambleas y mítines en las escuelas transcurrieron el 24 y el 25 de julio. En la ENAH se celebraron asambleas para discutir qué había pasado y estar informados sobre las acciones que se organizaban. Sucedía, además, que cada 26 de julio se organizaba una gran marcha en apoyo a la Revolución cubana. En 1968 estaba fresca en la memoria de los jóvenes la muerte del Che Guevara en Bolivia. Se comenzaba a leer su Diario más los textos escritos por Regis Debray, el filósofo francés de 26 años, que lo entrevistó en las cañadas bolivianas en donde se movía la guerrilla comandada por el legendario guerrillero. Todo ello hacía un ambiente intenso y cargado de deseos de cambio, además de alimentarse la creencia de que era posible en América Latina generalizar la experiencia de la Revolución cubana, no importando el tropiezo del Che en Bolivia. Además de este contexto, los estudiantes teníamos fresca la memoria de las represiones en la Universidad de Michoacán en 1966, con invasión del ejército de los locales universitarios, y de la Universidad de Sonora en 1967, con los mismos procedimientos militares. Además, en la ENAH habíamos apoyado la huelga de los estudiantes y profesores de Antropología de la Universidad Veracruzana (UV), en Xalapa. A mediados de 1968 los profesores del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana encabezaron un movimiento en protesta por las condiciones salariales y otras demandas, conformando junto a otros sectores universitarios y estudiantiles la Coalición de Trabajadores al Servicio de la Educación. A partir del mes de julio de 1968, los estudiantes de Antropología de la UV junto con otros sectores del estudiantado, se agruparon en el Frente Pro Libertades Democráticas, mismo que se uniría al movimiento estudiantil de la Ciudad de México.

El 26 de julio de 1968 confluyeron dos marchas en la Ciudad de México, ambas con permiso de las autoridades: una correspondía a la de los estudiantes politécnicos organizada por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, que salían para exigir la destitución del jefe de la policía, y la otra, organizada por la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (Partido Comunista de México), que tenía el propósito de celebrar la Revolución cubana. En esta última marchaba el contingente de la ENAH. Era un grupo pequeño comparado con los de otros centros escolares, incluyendo a la UNAM. Pero se marchaba con organización y disciplina, sin perder la alegría y la algarabía de las consignas. «Che, Che, Che Guevara» se gritaba; «Alerta, alerta, alerta, que camina, la lucha guerrillera en América Latina», nos desgañotábamos. «Gringos, go home» gritaban otros. No faltó el «únete, pueblo» aunado a «el pueblo uniformado, también es explotado». Aquello era un barullo juvenil de extraordinaria viveza.

Los estudiantes politécnicos habían decidido terminar su marcha en el Zócalo, habiendo partido de los locales del IPN en Zacatenco. Pedían la libertad de sus compañeros detenidos a raíz de los acontecimientos en la Ciudadela. El contingente dirigido por la Central Nacional de Estudiantes Democráticos tenía como punto final de reunión el Hemiciclo a Juárez, para allí escuchar los discursos de los líderes estudiantiles que versarían sobre la Revolución cubana y el Imperialismo yanqui. Instalados frente al histórico monumento y listos para escuchar los discursos, de pronto, buscando protegerse con nuestro contingente, irrumpieron, huyendo, los estudiantes politécnicos que, en su camino al Zócalo, habían sido detenidos por la policía que los perseguía. En medio del revuelo, los líderes lograron la reorganización de los contingentes y decidieron que deberíamos marchar todos hacia el Zócalo, enfrentándonos con los granaderos. Pero estos, que eran muchos, golpeaban sin cesar a cuanto cuerpo viviente alcanzaban. No tardaron en lograr la desbandada de los contingentes juveniles, a golpe de macanas. Incluso las lanzaban cuando alguien lograba esquivar los golpes y seguir corriendo. De nuevo, se repetía una saña notable en el actuar de los policías. Me pareció que disfrutaban los granaderos cada golpe que acertaban. Fueron horas de tratar de escapar de un cerco de macanas. En medio de la confusión, sirenas y gritos poblaron aquella tarde defeña.

Pero lo mismo sucedía en Xalapa, Veracruz, en donde los estudiantes de Antropología, los universitarios en general, habían salido a apoyar sus propias demandas, sin ninguna relación, en ese momento, con lo que estaba pasando en la Ciudad de México. En Xalapa, el ejército y la policía estatal tendieron un cerco a los manifestantes, encerrándolos en el centro de la ciudad, y golpeándolos hasta que se cansaron. No quedó allí la represión. El ejército y la policía violentaron los domicilios de los estudiantes líderes, entre ellos varios de Antropología, que fueron a dar con sus huesos a las cárceles veracruzanas. Después supimos que habían sido 65 los estudiantes presos y 6 profesores, todos fichados como delincuentes en el Cuartel de Policía de San José, acusados de desacato y reos del delito de disolución social.

El 27 de julio hubo asambleas en muchos centros educativos de la Ciudad de México, desde las secundarias y prepas, hasta las universidades. En la ENAH, la asamblea repasó los sucesos del día anterior. Los estudiantes que habían asistido a la manifestación del 26 de julio relataron lo que habían vivido aquella tarde. Varios experimentaban por vez primera la represión y estaban comprensiblemente asustados, como lo revelaban sus relatos. Las opiniones estudiantiles se inclinaban por que la ENAH encontrara un mecanismo para estar al tanto de lo que pasaba en otros centros universitarios, sobre todo, en la UNAM. Se me comisionó para asistir el 28 de julio a la UNAM y averiguar qué estaba sucediendo. Javier Mena, que en paz descanse, me facilitó su vehículo para trasladarme desde los locales de la ENAH a la Ciudad Universitaria porque se consideraba peligroso viajar en los autobuses o en taxis. Llegué a la UNAM a tiempo de asistir a una reunión que se celebró en un aula de la Facultad de Filosofía y Letras. Habríamos unos 60 estudiantes en esa aula, procedentes de diversos planteles. Se habló con detalle de los sucesos ocurridos el día 26 y se acordó regresar a nuestras asambleas para consultar qué hacer, cuál era el paso siguiente. El 29 de julio, por la tarde, estaba a punto de ingresar a la ENAH cuando fui interceptado por Javier Mena en el estacionamiento del Museo Nacional de Antropología. Le devolví su auto y escuché lo que me transmitió: me habían asignado la tarea de permanecer atento a lo que sucedía en la UNAM e informar de todo ello a Javier Mena quien, a su vez, lo informaría a la Asamblea declarada permanente mientras se sostuviera la actividad estudiantil. Deberíamos vernos, Mena y yo, en el Café Literario, situado en el paseo de la Reforma, en una próxima reunión y allí decidir en dónde nos veríamos en una siguiente ocasión. El 30 de julio, por la madrugada, ocurrió un hecho definitorio de los rumbos que tomó el movimiento estudiantil: el ejército lanzó un misil de bazuca contra la puerta de la Preparatoria de San Idelfonso, no importando que había estudiantes detrás ni el carácter de monumento histórico del inmueble. El bazucaso, como se conoce ese episodio, era un acto de extrema violencia contra estudiantes desarmados y contra la autonomía de la UNAM. Pronto corrió la noticia. En la ENAH, la Asamblea Permanente se reunió de inmediato y durante esa sesión llegó la noticia de que el rector de la UNAM, ingeniero Javier Barros Sierra, convocaba a una gran marcha de protesta para el 1 de agosto. Por unanimidad, se acordó asistir a la marcha.

La gran manifestación convocada por el rector de la UNAM partió a las 16:30 de la explanada de Ciudad Universitaria. Antes, el rector Barrios Sierra dirigió un discurso a los más de 100 000 congregados. Dijo el Rector: marchamos en demanda de liberación de los estudiantes presos; marchamos para que se termine la represión. Marchamos para defender la autonomía que ha sido gravemente violada. Hubo un estallido de aplausos cuando el rector le dio la bienvenida a los estudiantes y profesores del IPN, a los que llamó «hermanos». Recalcó que había que actuar con energía dentro del marco de la ley y no hacer caso a los provocadores. Anunció que, al llegar a la esquina de avenida Insurgentes y Félix Cuevas, la marcha retornaría a la Ciudad Universitaria, evitando así al ejército y la policía. El discurso terminó con las arengas de Barrios Sierra: «¡Viva la UNAM! ¡Viva el IPN! ¡Vivan las instituciones hermanas», pero, sobre todo, ¡Viva México!». El rector bajó del sitio desde el que hablaba, se colocó al frente de una inmensa columna y dio inicio no solo a una gran demostración de repudio al gobierno por las medidas represivas, sino al movimiento estudiantil de 1968. Los gritos de «Únanse», «Únanse» y «Justicia», «Justicia» se alternaban. A su paso, la gente aplaudía a la marcha, tanto los transeúntes como desde las puertas y ventanas de las casas. Era obvia la presencia de los informantes de la Secretaría de Gobernación que no despegaban los radios de los labios enviando informes. Hubo muchos incidentes en varios puntos de la ciudad dado que el ejército desplegó no solo a la infantería sino batallones motorizados y tanques, además del acompañamiento del cuerpo de granaderos y aparición de quienes después se conocieron como los Halcones.

La marcha encabezada por el rector Javier Barros Sierra selló la unidad entre los estudiantes del IPN y los de la UNAM. Por aquellos años, la educación privada en México no tenía el auge que exhibe actualmente. La UNAM era el centro universitario al que acudía la clase media alta del país y en cuyas aulas se forjaban los dirigentes políticos de México. En cambio, el IPN, fundado por el presidente Lázaro Cárdenas del Río, era el centro de educación superior al que se inscribían los jóvenes de orígenes sociales modestos. Ello se manifestaba en la enemistad entre ambas instituciones, que afloraba en los encuentros deportivos, sobre todo en el fútbol americano, al enfrentarse los Burros Blancos del Politécnico contra los Pumas de la Universidad.

Durante la marcha también se inició lo que vendría a conocerse como el Consejo Nacional de Huelga (CNH). Se corrió la voz para que los representantes de las escuelas acudieran al otro día, 2 de agosto, a la UNAM, para una reunión convocada para decidir los pasos siguientes. En efecto, el martes 2 de agosto se instaló en Ciudad Universitaria el CNH, con la asistencia de delegados de la propia UNAM, el IPN, la Universidad Iberoamericana, la Escuela Normal Superior, la Universidad La Salle, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, El Colegio de México, la ENAH y varias instituciones más. Entre otros líderes, presidieron la reunión Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Sócrates Campus Lemus, Eduardo Valle, Roberto Escudero, Jesús Martín del Campo, Luis González de Alba, Gilberto Guevara Niebla, Raúl Álvarez Garín, Marcelino Perelló, Félix Hernández Gamundi, Salvador Martínez de la Roca «El Pino», José Tayde Aburto, «La Tita» Avendaño y Ana Ignacia Ramírez, la Nacha, entre los que recuerdo. Días antes se había constituido en el Casco de Santo Tomás del IPN el Comité Coordinador, antecedente del CNH. El CNH emitió sus primeros acuerdos: 1. solo se admiten representantes de escuelas en huelga; 2. cada escuela tendrá derecho a tres representantes elegidos por sus respectivas asambleas, y, además, cada tercer día, las asambleas debían ratificar a sus delegados o elegir nuevos. 3. ninguna otra representación será permitida: solo delegados escolares; y 4. el CNH se erige como el máximo órgano de dirección del movimiento estudiantil. Solo se ejecutarían los acuerdos emanados de sus asambleas. En su momento de mayor actividad, el CNH llegó a tener la representación de 75 escuelas, es decir, 225 delegados. Después de aquella reunión primera en Ciudad Universitaria, el CNH se reunió alternativamente también en locales del IPN. Fui confirmado por la Asamblea de la ENAH como delegado y se nombró además a Abraham Carro Avitia (q. e. p. d.) y Carlos Aguirre para completar la delegación de la ENAH ante el CNH. Durante el transcurso del movimiento, Carlos Aguirre y Abrahan Carro Avitia se retiraron por diferentes motivos y me quedé como único representante de los estudiantes de la ENAH ante el CNH.

En los inicios del movimiento estudiantil salieron a la luz pública los líderes más respetados y escuchados, como los que enuncié presidieron la primera reunión del CNH. Pero debe destacarse también la presencia de las estudiantes, mujeres líderes que cumplieron papeles básicos en el transcurso del movimiento estudiantil. Me viene el recuerdo de las líderes: Ana Ignacia Ramírez «La Nacha», Roberta Avendaño «La Tita», Esmeralda Reynoso, Amada Velasco, Adela Castillejos, que fue encarcelada desde 1968 y salió en libertad el 26 de enero de 1971. La Tita, muy conocida por sus discursos, murió en un hospital de Guadalajara en el mes de agosto de 1999. Había cumplido los 58 años de edad. Así mismo, se conformó un grupo de 10 dirigentes reconocidos como los más experimentados, que al mismo tiempo que presidían las asambleas plenarias del CNH, orientaban las discusiones. Recuerdo de ese grupo a Félix Hernández Gamundi, Marcelino Perelló, Gilberto Guevara Niebla, Eduardo Valle «El Búho», Sócrates Amado Campos Lemus, Luis González de Alba, Raúl Álvarez Garín, José Tayde Aburto, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca y la única mujer dentro de ese círculo, Roberta Avendaño «La Tita».

Al tiempo que se dio a conocer la instalación del CNH, los profesores se reunieron para establecer la Coalición de Maestros, que tuvo también su repercusión en la ENAH. Formaron parte de la Coalición de Antropólogos Maestros, Margarita Nolasco, Mercedes Olivera, Guillermo Bonfil, Ángel Palerm, Arturo Warman, Daniel Casez, José Rendón, Enrique Valencia, Barbro Dahlgren, Johanna Faulhaber, Rodolfo Stavenhagen, entre los que recuerdo. De mis compañeras y compañeros, debo decir que participamos la mayoría de estudiantes, aunque el contingente se fue diluyendo conforme avanzaba el movimiento hasta quedar un grupo de entre 40 y 50.

Los intelectuales del país también se organizaron para apoyar al movimiento estudiantil. Así nació lo que se llamó el Comité de Intelectuales, Artistas y Escritores en apoyo al Movimiento Estudiantil. La figura descollante de ese Comité fue José Revueltas, a quien recuerdo siempre al lado de quienes marchábamos en las calles de la Ciudad de México o llegábamos como delegados a las reuniones del CNH. El gran escritor era un rebelde sempiterno, amigo entrañable de Roberto Escudero. Revueltas había escrito su Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1962), texto de severa crítica al Partido Comunista Mexicano y sus métodos estalinistas.

Además del CNH, el otro invento organizativo del movimiento estudiantil de 1968 fueron las brigadas. Si el CNH surgió como un medio para evitar la corrupción y la cooptación de líderes, las brigadas se configuraron para evitar la infiltración de agentes del gobierno en las entrañas del movimiento estudiantil. La regla de oro de las brigadas era conformarlas solo con amigos, los más cercanos, para evitar delaciones e infiltraciones. Copiaron las brigadas la organización de las pandillas, en donde la fraternidad y las relaciones cercanas, garantizan la solidaridad. Me parece que, en ese tipo de organización de movimientos estudiantiles, el de 1968 en México fue innovador y contribuyó con ello a introducir formas de movilización social inéditas. De esta manera, los representantes de las asambleas ante el CNH, informaban a los enlaces de los acuerdos que, a su vez, eran ejecutados por las brigadas. En el caso de la ENAH, los representantes informábamos a Javier Mena y este transmitía los acuerdos a las brigadas. Estas tenían la responsabilidad de financiar el movimiento a través de los boteos callejeros

En México se conoce como boteo o botear a la acción de pedir una cooperación, es decir, una pequeña cantidad de dinero.

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, imprimir y distribuir los volantes informativos, organizar las marchas, llevar la cotidianidad del movimiento a la sociedad. Su punto de reunión eran los locales de la ENAH en el Museo Nacional de Antropología, en cuyas instalaciones se preparaban las mantas y las pancartas que distinguían a los estudiantes de Antropología en los contingentes que marchaban por la ciudad. Las consignas eran acordadas en el CNH, así como los oradores y el orden en que hablarían en los mítines y reuniones.

El tipo de organización que describí permitía localizar infiltrados, controlar las marchas para que no cundiera el desorden alentado por los provocadores, mover multitudes disciplinadas y asegurar el cumplimiento estricto de los acuerdos. En una de las primeras reuniones del CNH presidida en esa ocasión por Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, se presentó un estudiante de nombre José Murat que venía respaldado por su asamblea. Murat hablaba un lenguaje incendiario e intransigente. Luis Tomás Cervantes lo interrumpió señalándolo como un agente de la policía. Murat retó a que se le probara la acusación, a lo que Cabeza de Vaca replicó, diciendo: «Precisamente porque eres policía no te lo puedo probar» y dicho lo cual, lo expulsamos del Consejo. En efecto, Murat era policía. Con los años, llegó a gobernador del estado de Oaxaca.

Las reuniones del CNH eran largas, cansadas, a veces tediosas. Se iniciaban por las tardes y más de una terminaba en la madrugada del día siguiente. En el seno de esas reuniones surgieron vocablos como «ganar la calle» que era lo que hacían las brigadas y las marchas; «concretito» para alertar a quienes tenían el complejo de Demóstenes y lanzaban discursos interminables; «rollo» para referirse a una intervención discursiva; «cámara maestro» para denotar que se estaba exagerando. Por cierto, que la tarde que surgió el vocablo «rollo» en reunión del CNH en el Auditorio de la Facultad de Medicina de la UNAM, soltamos una carcajada general porque nos imaginamos a un rollo de papel higiénico desenvolviéndose. Cuando los delegados se dormían y ya nadie estaba escuchando a los oradores, lanzábamos la «moción de aplausos» para despabilar a los durmientes. Una de las reuniones más largas del CNH que recuerdo, fue la celebrada el 3 de agosto, cuyo tema fue elaborar el Pliego Petitorio del Movimiento Estudiantil. Prácticamente todos los delegados que asistimos esa tarde a la reunión, hablamos proponiendo puntos. Finalmente, después de un desfile de oradores, y gracias a la experiencia y habilidad de los líderes, logramos un consenso expresado en lo que fue un acuerdo general, obligatorio de respetarse para todas las escuelas en huelga. El Pliego Petitorio quedó así:

  1. Libertad a los presos políticos, sin distinción.

  2. Destitución de los generales Luis Cueto, jefe de los Granaderos y Raúl Mendiolea, jefe de la Policía del D. F. También la destitución del teniente coronel Armando Frías.

  3. Extinción del organismo represivo llamado Cuerpo de Granaderos.

  4. Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal, que implantaba el delito de disolución social, arma legal usada contra la disidencia política y los movimientos populares.

  5. Indemnización a las familias de los muertos y heridos por los cuerpos represivos a partir del 26 de julio.

  6. Deslindamiento de responsables de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades, a través de sus diferentes órganos de represión.

Resultaría muy largo relatar el funcionamiento de las brigadas y de los enlaces. Pero si menciono que el CNH envió representantes a los estados del país, a explicar los motivos del movimiento estudiantil. La repercusión no tardó en observarse: más de 10 manifestaciones en apoyo al movimiento estudiantil en diferentes ciudades de México, además de las diferentes escuelas que a lo largo y ancho del país acataron el llamado a la huelga.

Como sabemos, en 1968 coincidió el movimiento estudiantil con la organización de los Juegos Olímpicos. Desde el inicio de la movilización estudiantil, el Gobierno presidido por Gustavo Díaz Ordaz lanzó la versión de que los estudiantes obedecíamos a quienes querían boicotear las olimpiadas y ridiculizar a México. Se decía que el Partido Comunista Mexicano introducía directrices extranjeras, con el mismo propósito además de buscar la desestabilización de la nación. Así mismo, para una mentalidad como la de Gustavo Díaz Ordaz, los estudiantes eran manifiestamente «groseros» y «majaderos», además de invocar a héroes extranjeros, como el Che Guevara. La represión continuaba. Incluso, la Universidad de Puebla fue intervenida por el ejército y se seguían llenando las cárceles de jóvenes. Es más, ser joven se volvió el mayor peligro en el México de 1968. No había respuestas a la petición de diálogo público, sino más y más represión. Esta situación, así como las versiones difundidas por el gobierno, se discutieron ampliamente, tanto como las opiniones que describían a los jóvenes como «groseros», «irrespetuosos». Después de una serie de largas sesiones del CNH (cada una de más de 10 horas), se acordó llevar a cabo lo que se llamó la Manifestación del Silencio, en cuyo desarrollo no se gritaría ninguna consigna, se llevarían tapabocas y además en las mantas solo se mencionarían las peticiones del pliego petitorio. Se decía por parte de la prensa mexicana que éramos imitadores de los estudiantes de Paris y de Berlín. Por ello, el CNH acordó llevar solo las figuras de Hidalgo, Morelos, Villa, Zapata, los hermanos Flores Magón y solo banderas mexicanas En el transcurso de la reunión del CNH, propuse (ni Carlos Aguirre ni Abraham Carro asistieron en esa ocasión) que la marcha del silencio saliera de la explanada del Museo Nacional de Antropología, para recorrer Reforma y entrar al Zócalo. La propuesta se aceptó. Además, el CNH fijó el día 13 de septiembre para llevar a cabo la llamada Marcha del Silencio.

Alrededor de la una de la tarde, en la fecha mencionada, empezaron a llegar al sitio acordado los contingentes que participaron en la marcha del silencio. La explanada del Museo Nacional de Antropología comenzó a llenarse de jóvenes que, la mayoría con la boca tapada, se formaban según el orden que correspondía a los contingentes de las diversas escuelas. El 13 de septiembre es día de celebración de la batalla del Castillo de Chapultepec en contra de la invasión norteamericana de 1848, por lo que el lugar de inicio de la marcha y el día para hacerla, eran significativos. Acudimos más de 200 000 estudiantes. Marchamos en perfecto orden. Solo se escuchaban los murmullos y los pasos. La gente aplaudía. La marcha simulaba un enorme cortejo para enterrar la represión y darle vida a la democracia. Las mantas anunciaban: «Diálogo Público»; «Nos sostiene el pueblo, por el pueblo luchamos»; «Prohibido Prohibir»; «La Tierra es de todos»; «Libertad a los presos políticos»; «Haz el amor y no la guerra», «Mamá: nos vemos en la Procu»; «Veterinaria presente: vacuna a tu granadero». Al saludar a la gente que se agrupaba desde las aceras, levantábamos las manos haciendo la señal de la V de Venceremos. En los volantes oficiales del CNH que se repartían en las calles durante la marcha, se leía: «El silencio es más elocuente que las palabras acalladas por las bayonetas». El volante hacía alusión a una de las marchas anteriores, que también había partido de la explanada del Museo Nacional de Antropología, la del 28 de agosto, disuelta con tanques y bayonetas en pleno Zócalo de la Ciudad de México. Esta vez, utilizaron helicópteros desde el día anterior, 12 de septiembre, para aterrorizar a la población. Con potentes megáfonos, se oía la voz de quienes, desde los helicópteros, amenazaban a la población para que no asistieran a la Marcha del Silencio. Desde los aparatos, dejaban caer miles de volantes, supuestamente firmados por organizaciones de padres de familia, pidiendo que no se dejara salir de sus casas a los estudiantes porque se toparían con el ejército y los granaderos. El CNH había previsto lo anterior y pidió a las brigadas, a las asambleas, que trabajaran repartiendo volantes, explicando a la población qué pasaba, cuáles eran las demandas, desmintiendo que se estuviera en contra de las Olimpiadas y otras versiones que emanaban del gobierno. Carlos Monsivais diría de aquella manifestación que «El silencio articula el lenguaje de los manifestantes». A las 9 de la noche, la cabeza de la manifestación arribó al Zócalo. Cinco horas después, llegó el último contingente. No hubo manera de que el ejército saliera ese día, pero sí de que destrozara los autos que se habían dejado en el estacionamiento del Museo Nacional de Antropología. En efecto, acompañé a Pepe Lameiras y Brigite Boëhm que regresaban por su vocho estacionado en el Museo para, al llegar, ver los destrozos. Habían roto los cristales, dañado los espejos laterales, ponchado llantas, destrozado carrocerías. Se desahogaron en los autos, con saña e impunidad.

La Marcha del Silencio marcó el punto culminante del movimiento estudiantil mexicano de 1968. Enseñó a la nación no solo la capacidad organizativa de los jóvenes, su disciplina y madurez, sino también su vinculación con los problemas que afrontaba la sociedad mexicana, gobernada por un régimen autoritario, sordo e insensible a las demandas populares. El silencio portaba un torrente emocional, la voluntad juvenil por participar en la construcción de un país mejor. Por el silencio decíamos que no olvidaríamos a los muertos, a los que dieron su vida en aquellos días de combate por una nación digna. Con el silencio demostramos que la crítica es un acto creativo y que la discrepancia es un derecho que toda democracia debe respetar. Y los estudiantes de la ENAH, hombres y mujeres, más los profesores de la Coalición de Maestros, estuvimos allí, con nuestro contingente ordenado, disciplinados, sin emitir sonido alguno, tomados de las manos, portando las mantas y los cartones con las consignas acordadas en el CNH.

Justo la noche anterior habíamos trabajado arduamente imprimiendo volantes en casa de una estudiante, hoy reconocida antropóloga, la doctora Silvia Gómez Tagle en donde teníamos instalado el mimeógrafo que no descansó sino hasta las primeras horas de la mañana. Silvia no solo acondicionó su casa para imprimir los volantes, sino que también nos confortaba con excelentes viandas. De allí salimos para repartir a las brigadas cientos de esos volantes, que deberían distribuirse por las calles de la ciudad.

Durante el tiempo que duró el movimiento estudiantil, los estudiantes de la ENAH concurrían a la escuela para estar alertas a los informes que se vertían en la Asamblea Permanente. Pero, además, había conferencias como las dictadas por Arturo Warman e ilustradas con las canciones que interpretaba Victoria Novelo, con voz suave y profunda, rasgando la guitarra con maestría, mientras era acompañada por Diana Molina. También llegamos a tener la visita de Judith Reyes, que cantaba en los mítines, o de Oscar Chávez que también solía interpretar sus canciones como parte de los mítines estudiantiles. En esa Asamblea de la ENAH se discutió la invasión soviética a Checoslovaquia, la guerra de Vietnam y por supuesto, los movimientos estudiantiles en París, Berlín, Tokio, los Estados Unidos.

Cito a continuación una parte de un correo que me escribió Victoria Novelo como respuesta a una pregunta. Dice:

El 68 en la escuela nos agarró muy fuerte pues para muchos, creo que para la mayoría y los recién ingresados éramos más de 100, era nuestra primera experiencia en un movimiento social de esa envergadura. Teníamos una gran frescura e ingenuidad y muchas ganas de hacer cosas. Había pocos con experiencia en organizaciones políticas. Había uno del PC, un par de compañeras activistas y creo que eran todos. El del PC desapareció a las primeras de cambio y toda la organización nos la dimos intuitivamente, creo. Acabábamos de pasar por una huelga de solidaridad con la escuela de antropología de Jalapa y ya sabíamos algo sobre represión, discusión. Por lo menos para mí y otros compañeros, las noticias sobre la represión gubernamental era algo que no podíamos creer. ¿Por qué la violencia se desató así? Y eso nos hizo agruparnos y tratar de resistir y oponernos a esa agresión del estado con las pocas armas que teníamos. Creo que fuimos muy organizados en todo lo que hicimos. Las asambleas, el boteo, las brigadas a cargo de algún alumno con más experiencia (a mí me tocó estar bajo las ordenes de Javier Guerrero), la continua escritura sobre lo que acontecía pues el periodismo mexicano en esa época se resumía en la frase «prensa vendida» y escribíamos en varios idiomas pues los volantes nos servían para pedir cooperaciones a los turistas que llegaban al Museo (y que nos daban mucho dinero) ante la asombrada mirada de los «agentes secretos» que ya rondaban la explanada del museo y la entrada. Las asambleas y luego la organización de cómo marcharíamos en las manifestaciones, fueron también muy bien organizadas y las pancartas que hacíamos (muy bellas además de buen contenido). Creo que participamos muchos y sin protagonismos, hombres y mujeres juntos, no existía todavía el famoso feminismo. Las asambleas permanentes las mantuvimos todo el tiempo y ahí participamos maestros y alumnos. Arturo Warman daba unas conferencias sobre la música popular en México y Diana y yo cantábamos para ilustrar sus pláticas. De burla nos decían que éramos el comité de festejos.

El 15 de septiembre, el ingeniero Heberto Castillo encabezó la ceremonia del grito

La ceremonia del grito es la fiesta cívica más importante del calendario mexicano. Tiene lugar a las once de la noche de cada 15 de septiembre para conmemorar el grito que inició la Independencia de México respecto de la corona española. Durante la festividad, las autoridades de los diferentes niveles de gobierno ‒nacional, estatal y municipal‒, acompañados de la bandera nacional, realizan una arenga a la población que concluye con el tañido de una campana, el ondear de la bandera y el canto del himno nacional por toda la concurrencia.

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en la explanada de Ciudad Universitaria ante miles de estudiantes. El presidente Díaz Ordaz montó en cólera y ordenó la invasión de Ciudad Universitaria. En la noche del 18 de septiembre el ejército nacional mexicano invadió la UNAM mientras se llevaba a cabo una sesión del CNH en la Facultad de Medicina. Ante el aviso de que el ejército estaba ya en Ciudad Universitaria, recuerdo que varios estudiantes advirtieron «es un borrego»

Un bulo.

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, lo que fue de inmediato desmentido por la presencia de los tanques y el ruido de las botas de la infantería. Salimos como pudimos. El ingeniero Heberto Castillo se fue por los pedregales volcánicos, destrozándose las manos. No sé cómo me introduje a un vocho que, en reversa, logró salir de Ciudad Universitaria. Los que no lograron la fuga, fueron tomados como prisioneros por el ejército. Esa invasión, desarticuló al CNH y tardamos varios días en comunicarnos todos nuevamente. El ejército permaneció 12 días en Ciudad Universitaria, destrozando equipos y mobiliario. El 30 de septiembre, la tropa devolvió las instalaciones en estado deplorable.

El 25 de septiembre, los miembros del CNH que quedábamos aún activos nos reunimos por la noche en la casa de Viki Novelo, en la calle de Chimalcóyotl, en Tlalpan. La contraseña para ingresar era «la última cena» (no sabemos a quién se le ocurrió) que debíamos pronunciar en la puerta, vigilada por Victoria Novelo y María Ángeles Comesaña. A la reunión asistiríamos alrededor de 40 delegados de los 225 que éramos. La discusión se concentró en analizar qué camino seguir ante las bajas estudiantiles por diversas razones: vacaciones, estudiantes que regresaban a sus poblaciones, encarcelamientos, la invasión de Ciudad Universitaria, los muertos. Se avecinaba además la inauguración de la Olimpiada y no se debería ofrecer al gobierno ningún hecho que pudiera ser mencionado como prueba de que el verdadero motivo de la rebelión juvenil era boicotear los Juegos. Así que después de mucho discutir, se llegó a la conclusión de hacer un mitin para declarar una tregua y reorganizarnos en el inicio del próximo ciclo escolar. De nuevo, una larga discusión sobre el lugar en donde debería celebrarse el mitin. Se acordó hacerlo en la plaza de las Tres Culturas porque era un lugar de habitación popular y allí, se dijo, no se atrevería a disparar el ejército. El mitin ocurriría frente al edifico Chihuahua, y desde un balcón del mismo hablarían los oradores, que no recuerdo quienes fueron, porque, además, no estuve porque se consensó que no asistiera ningún miembro del CNH al mitin como medida de seguridad. Dicho acuerdo no se respetó por todos y el ejército tomó prisioneros a los que estaban presentes en el mitin. La prensa reportó que solo logró hablar un orador, Florencio López Ozuna, estudiante de la Escuela Superior de Economía del IPN. Existen también otros reportajes que hablan de tres oradores, entre ellos una mujer, que debió ser Consuelo Hernández, si la memoria me es fiel. Esa tarde-noche en Tlatelolco se consumó una matanza como respuesta del Estado Nacional y de quien lo encabezaba a las demandas estudiantiles.

Al terminar la reunión en casa de Victoria Novelo, uno de los compañeros encargados de hacer labor de inteligencia, Jorge Peña, me sugirió abandonar lo más pronto posible la Ciudad de México. Según él, me habían localizado e iban detrás de mí. Así que me decidí a regresar a Tuxtla Gutiérrez lo que hice desde el 30 de septiembre, trasladándome en autobuses de segunda, viajando por el estado de Oaxaca, atravesando el istmo de Tehuantepec. Llegué a Tuxtla Gutiérrez en el amanecer del 2 de octubre. En las primeras horas del 3 de octubre, escuché el teléfono y me levanté presto a responder. Era Brigite Boëhm. Brixi, como le decíamos sus amigos, me describió lo que había pasado en Tlatelolco. Cito de nuevo una parte del correo de Viki Novelo:

De fechas, nunca me acuerdo. Pero la reunión en mi casa en Tlalpan debió haber sido a mediados o fines de septiembre del 68 o por ahí, cuando se decidió lo de ir a Tlatelolco. Luego tuvimos una Asamblea en la ENAH, donde Daniel González (q.e.p.d.), el marido de Diana, nos explicó (él había estado en el ejército) que era una especie de trampa y que no deberíamos ir como escuela porque era una verdadera ratonera. La decisión fue que quien quisiera y bajo su propia responsabilidad asistiera a Tlatelolco, pero como escuela o todos, no se recomendaba. A partir de esa junta en mi casa y que salió en el periódico tuve un agente secreto en la banqueta de enfrente durante muchos días. El santo y seña para entrar a esa reunión había sido «la última cena» y mira que resultó macabra la frase.

Hay que apuntar que el 7 de septiembre se había llevado a cabo un mitin en la misma Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, conocida como la Manifestación de las Antorchas, que había terminado sin represión. Pero la descripción que Brixi me hacía por el teléfono era escalofriante. La recuerdo de esta manera: desde más o menos las 4 de la tarde, Brixi, junto con otros compañeros, habían llegado a la plaza. Notaron grupos de soldados cercanos a la misma, pero decidieron permanecer esperando el inicio del mitin. José Lameiras, no iba en esa ocasión acompañando a Brixi. Más o menos hacia las 6 de la tarde, un helicóptero sobrevoló la Plaza de las Tres Culturas y soltó una bengala. Acto seguido, se oyeron los primeros disparos. Ante esa situación, Brixi, junto con otros estudiantes, corrieron buscando una salida. Un oficial los vio venir y los llamó, indicándoles por dónde huir. Eso salvó de recibir un balazo a los estudiantes que lograron salir por indicaciones de un soldado. Terminaba el relato de Brixi celebrando que yo no hubiese estado en el mitin, porque, quizá, no hubiese salido vivo de allí. Lo mismo decía de la ausencia de Pepe Lameiras en esa trágica tarde en la plaza de las Tres Culturas.

TRAS EL 68[Subir]

El movimiento estudiantil de 1968 finalizó el 6 de diciembre de ese año, fecha en la que el CNH se disolvió. Díaz Ordaz pronunció su informe el 1 de septiembre

Aunque era costumbre desde el siglo XIX, la constitución mexicana de 1917 estableció como obligación ineludible que el Presidente de la República rindiese su informe de gobierno ante el Congreso de la Unión cada uno de septiembre como apertura del periodo de sesiones. Este mandato fue modificado en 2008 siendo desde entonces suficiente que el presidente lo envíe por escrito sin necesidad de asistir.

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. Dada su calidad, el rector de la UNAM, ingeniero Javier Barros Sierra, asistió como invitado. Fue notorio que nunca se levantó para aplaudir a Díaz Ordaz, como si lo hacían todos los asistentes. Al término de su informe, Díaz Ordaz se dirigió al lugar en donde estaba el rector de la UNAM y en tono burlón le dijo mientras señalaba la puerta: «Primero los sabios». Barros Sierra respondió: «De ninguna manera, señor presidente. Los resabios por delante». Ello habla del valor del rector que se expuso a que lo mataran por aquella respuesta.

En los primeros días de febrero de 1969, asistí a una ceremonia religiosa en la capilla de Chimalistac, acompañando a unos paisanos de Chiapas. Al término de la misa y salir de la capilla, me encontré con un joven que repartía unas tarjetas muy singulares: en el anverso estaba impresa una foto del Che Guevara con un pie que decía ¡Venceremos!; en el reverso, una lista de nombres: Victoria Novelo Oppenheim, Felipe Ehremberg, Ricardo Loewe, otro personaje de apellido Ludlow y otros más, que no recuerdo. También Victoria Novelo recuerda esta tarjeta porque la llevé de inmediato a la ENAH, justo para discutir qué se hacía. Era claramente una amenaza. También estaba claro que los apellidos de quienes aparecían al reverso eran de extranjeros, como apuntalando la tesis del gobierno acerca de la infiltración en el movimiento estudiantil de «agentes comunistas internacionales». Hubo algunos de los que aparecían en la tarjeta que salieron de inmediato del país, temiendo que los encarcelaran. Esta anécdota ilustra el resentimiento de Díaz Ordaz y su ánimo contra la juventud de su país. Su paso por la administración pública en México será eternamente recordado por la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.

En el ámbito de la ENAH, la represión continuó con el cese de Guillermo Bonfil como profesor, lo que provocó la renuncia de Margarita Nolasco, Mercedes Olivera, José Rendón, Arturo Warman, Enrique Valencia y Ángel Palerm. Nacía la leyenda de los «Siete Magníficos» y una y mil versiones de lo que sucedió. Al respecto, recuerdo que un estudiante a quien Guillermo Bonfil dirigía la tesis, acudió a la dirección de la escuela para ultimar detalles de su examen profesional. Allí se le comunicó que su director de tesis ya no era profesor de la ENAH. Al saber Bonfil la noticia, renunció públicamente a la Escuela lo que provocó la renuncia solidaria de sus colegas. La asamblea estudiantil discutió el asunto y se dividió entre quienes apoyamos a Bonfil y quienes opinaron que no debió de haber renunciado, sino resistido. Este suceso es importante porque a partir de allí la ENAH entró a otro período en el que no participé, con cambios en el programa de estudios y en la planta de profesores.

En noviembre de 1969, a un mes antes de graduarme en la ENAH, asistí al Congreso Anual de la American Anthropological Association en Nueva Orleans, gracias a los buenos oficios de Ángel Palerm, quien consiguió se me diera la oportunidad de hablar ante la Asamblea General de miembros de la Asociación, para describir lo que había pasado con el movimiento estudiantil de 1968. Cito un párrafo que escribí en Los Años Estudiantiles:

Finalmente llegó la tarde en que debía relatar el desarrollo del movimiento estudiantil de 1968 ante la Asamblea General de la Triple A… No había tenido experiencia previa similar. Me tranquilizaba el que mi amigo Martín Dizkin, un gran antropólogo, ya fallecido, estuviese a mi lado. Nos habíamos puesto de acuerdo en cómo iría exponiendo puesto que él fungió como traductor. La Asamblea escuchó con atención la exposición que hice. En verdad, en aquellos momentos había sensibilidad ante estos temas pues la guerra de Vietnam estaba en la discusión nacional en los Estados Unidos y en muchos países. Martín Dizkin tradujo con excelencia mi intervención, lo que la hizo más ágil. Al terminar, se abrió la discusión que, pronto, mostró la división de la Triple A de aquellos días entre «izquierdas y derechas». Los voceros de la derecha alegaban que no era un asunto pertinente a la Triple A y que ya se había hecho bastante con escucharme. Los voceros de la izquierda entre los que destacaban Eric Wolf, Ángel Palerm, Sindney Mintz y el propio Martin Dizkin, afirmaban, por el contrario, que el asunto correspondía a las preocupaciones de los antropólogos y que no se podía ser indiferente ante un hecho como la masacre de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Después de un buen rato de intercambio de argumentos entre uno y otro bando, la Asamblea decidió dirigir una carta al Presidente de México, Gustavo Días Ordaz, expresándole su preocupación por la suerte de los estudiantes presos y el rechazo de una acción como la del 2 de octubre ( ‍Fábregas Puig, Andrés. 2005. Los años estudiantiles (1965-1973). La formación de un antropólogo en México. México: Universidad Intercultural de Chiapas / El Colegio de San Luis / Universidad de Guadalajara.Fábregas 2005: 74-‍75).

El movimiento estudiantil de 1968 abrió nuevos caminos a la antropología en México, empezando por una crítica más sistemática de la política indigenista, de la actuación del Instituto Nacional Indigenista (INI), y de sus secuelas. Recordemos que en 1970 se publicó el libro colectivo De eso que llaman antropología mexicana ( ‍Warman, Arturo, Margarita Nolasco, Guillermo Bonfil, Mercedes Olivera y Enrique Valencia. 1970. De eso que llaman antropología mexicana. México D. F.: Editorial Nuestro Tiempo.Warman et al. 1970) que en su momento se tomó como el «manifiesto de la generación crítica». El libro lo suscribían Arturo Warman, Margarita Nolasco, Guillermo Bonfil, Mercedes Olivera y Enrique Valencia, cinco de los Siete Magníficos. Surgieron nuevas temáticas en la antropología, ante todo, el análisis político que, por ejemplo, aplicaría Roberto Varela en el estado de Morelos y yo mismo en los Altos de Jalisco. También se intensificó el análisis del Estado como tal, en parte, para responder a la pregunta de por qué la represión ante la protesta juvenil. Los trabajos sobre cultura política me parece que también se impulsaron post-68. Las temáticas que hoy se llaman estudios de género también arrancaron con el post-1968, aunque con la etiqueta de estudios sobre la condición de la mujer. Hoy abarcan la amplia problemática de los géneros existentes. El feminismo cobró auge y en México tiene figuras de vanguardia que son antropólogas.

Así mismo, la repetida frase de «prensa vendida» que gritaban los estudiantes al pasar las manifestaciones frente a los locales de alguno de los periódicos nacionales, nutrió a una nueva generación de periodistas mexicanos. En esos días, Daniel Cosío Villegas declaraba: «No hay sino un remedio: hacer pública de verdad, la vida pública del país» ( ‍Serna, Ana María. 2014. «La vida periodística mexicana y el movimiento estudiantil de 1968». Signos Históricos 16(31): 117-159.cit. en Serna 2014). En cuanto a las manifestaciones, el post-68 logró que la gente saliera a la calle sin pedir permiso y sin que la policía o el ejército disparase. Se cometieron otros abusos y crímenes tan graves como el de Ayotzinapa, pero lo cierto es que la libertad de manifestación se abrió después de las luchas estudiantiles de 1968. Sin embargo, la máxima «Nunca Más» que apareció en días pasados en una manta que cubría el edificio de la Rectoría de la UNAM, no se ha alcanzado. Vivimos en un país violento, sembrado con tumbas y en el que diariamente se cometen crímenes que quedan impunes. Claudio Lomnitz lo discutió en un texto publicado en La Jornada (miércoles 3 de octubre de 2018).

Pero el movimiento estudiantil de 1968 aún no terminaba con la retirada de Díaz Ordaz del poder. Se iniciaba el año de 1971 y la Universidad Autónoma de Nuevo León pasaba por un conflicto debido a que el Gobierno del Estado había reducido drásticamente el presupuesto. Tal medida, según el gobierno neoleonés, se debía a que estudiantes y docentes de la universidad habían decidido inaugurar un «gobierno paritario», lo que irritó al gobierno local. Ante la situación, los académicos y estudiantes de la universidad decidieron llamar a una huelga e invocar la solidaridad universitaria del país. De nuevo, unidos, los estudiantes del IPN y de la UNAM, respondieron convocando al primer mitin que se celebraría después del 2 de octubre en Tlatelolco. El Presidente Luis Echeverría había dado signos de «apertura democrática» liberando a varios estudiantes y presos políticos, entre ellos a José Revueltas, además de permitir el retorno de los líderes estudiantiles que fueron desterrados a Chile. Muy pronto, la solidaridad con los estudiantes de Nuevo León se amplió y la convocatoria al mitin incluyó las demandas siguientes:

  1. Democratización de la enseñanza y respeto a la diversidad cultural del país (esta última demanda la propusieron los antropólogos).

  2. Presupuestar el 12 % del Producto Interno Bruto para la Educación y que la parte destinada a las universidades fuese administrada por estudiantes y docentes.

  3. Desaparición de todas las juntas de gobierno de las universidades del país.

  4. Representación paritaria de maestros y alumnos en los Consejos Técnicos del IPN y de la UNAM.

  5. Derogación del Reglamento General del IPN.

  6. Disolución de los porros de la UNAM.

  7. Libertad a los presos políticos.

La marcha se convocó para el Jueves de Corpus, el 10 de junio. Ese día, junto con Guillermo Bonfil, habíamos decidido asistir a la marcha, atendiendo a un acuerdo de los estudiantes y maestros de la Escuela de Graduados de la Universidad Iberoamericana y de los estudiantes de la licenciatura en Antropología Social de la misma universidad. Después de comer en casa de unos amigos, Guillermo Bonfil y yo, nos dirigimos en el vocho del primero, hacia la calzada México-Tacuba, ruta de la marcha. Cerca del punto en donde abordaríamos a la marcha estacionamos el auto y caminamos para incorporarnos a los contingentes. Estábamos próximos al cine Cosmos que iniciaba la función vespertina exhibiendo la película 24 horas de fuego, al momento en que escuchamos los primeros balazos. Vimos venir a un grupo de jóvenes hacia donde nos encontrábamos, portando bastones y camisetas con la efigie del Che Guevara. Además, venían gritando, «Che, Che, Che Guevara». Bonfil me gritó «¡A correr!», pero en sentido contrario al grupo que se acercaba, mientras arreciaban los balazos, con sonidos secos, repetidos. La balacera era nutrida. Guillermo Bonfil gritaba, «no voltees, ¡corre!» Y corrimos hasta que llegamos al Monumento a la Revolución. Localizamos un café y entramos para recuperar energías. Comentamos que la represión había vuelto y hacíamos cálculos de los daños que podría haber producido. Decidimos buscar a Margarita Nolasco para preguntar qué sabía ella de lo acontecido. La encontramos en su casa, desesperada porque no aparecía su hijo. Margarita nos confirmó que la balacera había sido muy nutrida y que se calculaba en cientos a los heridos, sin que se tuviera reportes de los muertos. Se afirmaba que los atacantes eran del grupo de los Halcones, una agrupación paramilitar, que también había actuado en Tlatelolco el 2 de octubre. Los diarios de la mañana siguiente publicaban a grandes columnas las noticias del jueves de corpus. Los Halcones eran los autores de la matanza

Estos trágicos sucesos han sido recreados recientemente en la laureada película Roma, dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón.

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. «No existen», respondió el gobierno. «Es una leyenda», afirmaba Alfonso Martínez Domínguez, el regente del Distrito Federal, al que pronto apodamos «Halconso». El Presidente Echeverría lo cesó a los pocos días, cargándole toda la responsabilidad de lo sucedido. En amplias asambleas, con la participación de Palerm, Bonfil, el ingeniero Heberto Castillo, a quien recuerdo vivamente, y algunos líderes estudiantiles regresados de Chile, se discutió todo lo anterior. Estoy seguro que también en la ENAH se celebraron esas asambleas.

Ángel Palerm nos invitó a quienes estuvimos el Jueves de Corpus en la manifestación, a que escribiéramos los relatos y con ellos se publicó un libro que salió a la luz pública el mismo año de 1971.

Los sucesos del 10 de junio de 1971 terminaron de convencernos a varios miembros de mi generación de la importancia de estudiar las estructuras de poder en el país y, por supuesto, al Estado. Aunque se fundaron centros coordinadores del INI a lo ancho y largo del país durante la presidencia de Luis Echeverría, los antropólogos giraron su mira hacia el México urbano, la formación de regiones, la revisión de la etnohistoria y las articulaciones internacionales del Estado nacional y de la sociedad en México. Lejos de apartarnos de una actitud crítica, el movimiento estudiantil de 1968 nos alejó a muchos de la ortodoxia y el dogma.

Estoy convencido de que no se debe idealizar al movimiento estudiantil de 1968, pero tampoco minimizar su importancia. Ese movimiento cambió varias de las características de la actuación del poder en México, aunque no logró su propósito central de democratizar el país. Menos, por supuesto, logró modificar la economía política de México, que sigue favoreciendo a los grandes intereses financieros. Pero los cambios que se vinieron suscitando a lo largo de los años restantes del siglo XX llevan el impulso de 1968, de aquel atrevimiento juvenil por aspirar a un país mejor. Una parte importante de quienes conformábamos la comunidad antropológica en México, participamos de una manera o de otra en el movimiento estudiantil de 1968 y, por lo menos, hablando de mis colegas de generación, fuimos muchos los que definimos nuestros temas de investigación, a partir de esa inolvidable experiencia. Incluso, la fundación de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y al interior de ella, del Departamento de Antropología Social en la Unidad Iztapalapa, es consecuencia del movimiento estudiantil de 1968. Lo mismo es dado afirmar de la subsecuente fundación de centros de investigación durante el sexenio de Luis Echeverría Álvarez. Los coordinadores de los volúmenes sobre Antropología de la Antropología, Esteba Krotz y Ana Paula de Teresa, escriben en la introducción general a la obra, lo que sigue: «El movimiento estudiantil de 1968, la pronta represión el 10 de junio de 1971 a los estudiantes que ya se reorganizaban, el surgimiento de un sindicalismo universitario crítico del sistema político mexicano, la masificación de y una demanda creciente a las universidades públicas fueron hechos que provocaron un quiebre en las historias de las IESP del país» ( ‍Krotz, Esteban y Ana Paula de Teresa (eds.). 2012. Antropología de la Antropología Mexicana. Instituciones y Programas de Formación, 2 vols. México: RED MIFA / UAM / Juan Pablos.Krotz y De Teresa 2012).

NOTAS[Subir]

[1]

Correo electrónico: afabregas@ciesas.edu.mx. ORCID iD: <https://orcid.org/0000-0002-8696-3574>.

[2]

José Lameiras, Pepe, falleció en la ciudad de Zamora de Hidalgo, Michoacán, el 14 de octubre de 2003. Brigitte Boëhm, Brixi, falleció en la misma ciudad el día de navidad de 2005.

[3]

Luis Echeverría fue presidente de México desde el 1 de diciembre de 1970 hasta el 30 de noviembre de 1976

[4]

1 de diciembre de 1958 a 30 de noviembre de 1964.

[5]

Aprobado en 1941 por el presidente Manuel Ávila Camacho para evitar la expansión del fascismo representado en México por los camisas doradas de Acción Revolucionaria Mexicanista y la Unión Nacional Sinarquista, el delito de disolución social fue utilizado posteriormente para reprimir movimientos sociales y políticos. En su literalidad, el artículo 145 señalaba que «comete el delito de disolución social, el extranjero o el nacional mexicano, que en forma hablada o escrita o por medio de símbolos o en cualquier otra forma, realice propaganda política entre extranjeros o entre nacionales mexicanos, difundiendo ideas, programas o normas de acción de cualquier gobierno extranjero, que perturbe el orden público o afecte la soberanía del Estado mexicano. Se perturba el orden público, cuando los actos de disolución social, definidos en el párrafo anterior, tiendan a producir rebelión, tumulto, sedición o escándalo. La soberanía nacional se afecta cuando los actos de disolución social puedan poner en peligro la integridad territorial de México, obstaculicen el funcionamiento de sus instituciones legítimas o propaguen el desacato de parte de los nacionales mexicanos a sus deberes cívicos. También comete el delito de disolución social, el extranjero o el mexicano que, en cualquier forma, realice actos de cualquier naturaleza, que preparen material y moralmente la invasión del territorio nacional o el sometimiento del país a cualquier potencia extranjera».

[6]

El término preparatoriano se aplica a los estudiantes de Educación Media Superior, popularmente conocida como preparatoria o, más coloquialmente, prepa, porque antecede o prepara para la Educación Superior (universitaria). Es pues, más o menos, equivalente a los bachilleratos de otros países. Aunque hay algunas preparatorias abiertas, todas están incorporadas a la Secretaría de Educación Pública o a alguna universidad. La Escuela Nacional Preparatoria fue fundada en 1868.

[7]

Los porros son grupos de choque estudiantiles, a menudo muy violentos, que han operado desde hace más de un siglo en las universidades mexicanas para defender o atacar determinados intereses ideológicos o políticos, no necesariamente universitarios. Aunque su nombre ha ido variando desde sus orígenes, el término porros comienza a usarse a finales de los años 50 o comienzos de los 60 del pasado siglo XX cuando muchos porristas, es decir participantes en porras –grupos que animan y apoyan a los grupos deportivos o de otra índole echándole porras‒ son incorporados a tales grupos para romper manifestaciones o huelgas.

[8]

En México se conoce como boteo o botear a la acción de pedir una cooperación, es decir, una pequeña cantidad de dinero.

[9]

La ceremonia del grito es la fiesta cívica más importante del calendario mexicano. Tiene lugar a las once de la noche de cada 15 de septiembre para conmemorar el grito que inició la Independencia de México respecto de la corona española. Durante la festividad, las autoridades de los diferentes niveles de gobierno ‒nacional, estatal y municipal‒, acompañados de la bandera nacional, realizan una arenga a la población que concluye con el tañido de una campana, el ondear de la bandera y el canto del himno nacional por toda la concurrencia.

[10]

Un bulo.

[11]

Aunque era costumbre desde el siglo XIX, la constitución mexicana de 1917 estableció como obligación ineludible que el Presidente de la República rindiese su informe de gobierno ante el Congreso de la Unión cada uno de septiembre como apertura del periodo de sesiones. Este mandato fue modificado en 2008 siendo desde entonces suficiente que el presidente lo envíe por escrito sin necesidad de asistir.

[12]

Estos trágicos sucesos han sido recreados recientemente en la laureada película Roma, dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón.

BIBLIOGRAFÍA CITADA[Subir]

[1] 

Fábregas Puig, Andrés. 2005. Los años estudiantiles (1965-‍1973). La formación de un antropólogo en México. México: Universidad Intercultural de Chiapas / El Colegio de San Luis / Universidad de Guadalajara.

[2] 

Krotz, Esteban y Ana Paula de Teresa (eds.). 2012. Antropología de la Antropología Mexicana. Instituciones y Programas de Formación, 2 vols. México: RED MIFA / UAM / Juan Pablos.

[3] 

Monsivais, Carlos y Julio Scherer. 1999. Parte de Guerra. México: Nuevo Siglo / Aguilar.

[4] 

Palerm, Ángel. 1969a. «El movimiento estudiantil: notas sobre un caso», Comunidad 17: 90-‍102.

[5] 

Palerm, Ángel. 1969b. «El movimiento estudiantil: notas sobre un caso», Comunidad 18: 219-‍231.

[6] 

Palerm, Ángel. 1969c. «El movimiento estudiantil: notas sobre un caso», Comunidad 19: 371-‍383.

[7] 

Palerm, Ángel. 1969d. «El movimiento estudiantil: notas sobre un caso», Comunidad 20: 525-‍529.

[8] 

Serna, Ana María. 2014. «La vida periodística mexicana y el movimiento estudiantil de 1968». Signos Históricos 16(31): 117-‍159.

[9] 

Warman, Arturo, Margarita Nolasco, Guillermo Bonfil, Mercedes Olivera y Enrique Valencia. 1970. De eso que llaman antropología mexicana. México D. F.: Editorial Nuestro Tiempo.