SUMARIO

  1. NOTAS

El libro editado por Gabriel Gatti y Kirsten Mahlke, cuya base es el seminario Sangre y filiación en los relatos del dolor realizado en 2014

El seminario reunió dos programas de investigación: Mundo(s) de víctimas (Universidad del País Vasco) y el proyecto Narratives of Terror and Disappearance (Universidad de Konstanz-Alemania).

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, reúne catorce textos que proponen un recorrido posible por las texturas de la vida social a través de un fluido conductor: la sangre. Sangre, filiación y dolor establecen una triada conceptual reveladora desde la cual es posible mirar con nuevos ojos problemas sociológicos clásicos. Y es que, metáfora y metonimia, la materia ambigua y limítrofe entre el cuerpo individual y el colectivo, la sangre, sostienen los editores en la introducción, «tiñe de rojo» nuestros objetos de investigación, posibilitando múltiples abordajes. Desde esta base, comparten una bitácora del recorrido emprendido colectivamente, donde lo biológico, lo social, lo moral, lo psicológico son entramados en una potente reflexión. ¿Qué sentidos revela la sangre en torno a los conceptos de filiación y parentesco? ¿Cuál es su potencial a la hora de hacer comunidad, o de construir identidad, o de deshacerla? ¿De qué sentidos puede ser investida para gobernar o gobernarla, para subvertirla?

El libro está dividido en cuatro partes. El primer grupo de textos, reunidos bajo el apartado «La sangre como invariante», se enfocan en «el estatuto que la sangre, lo sanguíneo y lo familiar ha tenido y tiene en la vida social» (p. 9) y su capacidad de cristalizar la autenticidad y la continuidad que delimitan los bordes de un nosotros. Mientras el texto de Enric Porqueres i Gené traza un recorrido por la antropología clásica y las relaciones entre sangre, parentesco y comunidad en las llamadas sociedades primitivas; el texto de Andrés Seguel aborda las formas de afectación biosocial que se dan a partir de la intervención tecnocientífica de la sangre durante la modernidad, y la reconfiguración de solidaridades e identidades que se ha desarrollado desde entonces. El texto de Mahlke, por su parte, analiza los relatos de misioneros y funcionarios coloniales en torno al sacrificio humano como símbolo de la (in)civilización azteca. La sangre que corre entre estos textos, ya sea como sustancia del parentesco, fluido contenedor de una verdad positiva sobre la identidad o signo de una alteridad radical, deja sentados los fundamentos para pensar los problemas planteados por los siguientes conjuntos de textos.

El segundo apartado, titulado «Los parentescos sin sangre», propone revisar los debates que tensionan la concepción de la sangre como invariante a partir de la posibilidad de existencia de lazos familiares postsanguíneos. Así, Jaume Perís Blanes analiza cómo las ficciones postapocalípticas permiten imaginar lazos sociales alternativos en un futuro distópico. Sangre, comunidad y amenaza fundamentan el análisis de los temores contemporáneos, donde las ficciones zombis resignifican el imaginario de la contaminación en una sociedad regida por un «paradigma inmunitario». El texto de María Martínez se pregunta sobre los sentidos de los lazos de consanguineidad para mujeres que han sido maltratadas. A partir del análisis sus trayectorias aborda los procesos de construcción/destrucción/sustitución de lo familiar a partir de un vínculo queer. Elixabete Imaz, por su parte, propone un análisis etnográfico sobre la relación entre parentesco y filiación en las maternidades lesbianas. Analizando diversas facetas de la problemática, como los avances biomédicos (fertilización artificial, gestación subrogada, donación de gametos) y las modificaciones jurídicas que supusieron la legalización de matrimonio de personas del mismo sexo y de su descendencia, Imaz realiza un sugerente aporte a pensar las transformaciones y continuidades en las representaciones sobre lo familiar en las sociedades contemporáneas.

En continuidad con lo anterior los textos del siguiente bloque, titulado «La sangre cuando puede gobernarse», abordan problemas que revitalizan el concepto de biopolítica y la posibilidad de controlar, gobernar, domesticar, o bien refutar los atributos de la sangre entendida como memoria de un origen que perfila un destino. Aquí, los textos de Cecilia Sosa y de Mariana Pérez, Águeda Goyochea y Sebastián Grymberg se centran en la posdictadura argentina y en la segunda generación de víctimas: «hijos», «apropiados», «restituidos» se vuelven categorías en disputa en torno a esa (dis)continuidad por la cual la sangre gobierna al linaje. Analizando el caso de los «nietos restituidos» durante la última década, Sosa da cuenta de cómo la sangre se convierte en cifra de la identidad y reservorio de una verdad sobre el origen, tensionando este discurso con otras correspondencias afectivas. El texto de Pérez, Goyochea y Grimberg, en clave de parodia autobiográfica, aborda sutiles modos de resistir la densidad del discurso sobre la sangre entre los «hijos», «güerfanos», como categorías políticas. En una narrativa en torno a «morcillas» y «normales», pequeñas historias componen un texto que busca desmarcarse de los imperativos de «esa sangre» en forma y contenido.

Los textos que completan este bloque analizan más bien la necropolítica y sus efectos en los límites de lo humano. Gudrun Rath explora la figura del zombi en la literatura antropológica en el Caribe y África. El zombi —muerto en vida, fantasma que retorna pidiendo justicia— es una figura ambivalente. Tan deshumanizada como resistente, permite (d)enunciar el poder absoluto del colonialismo y la esclavitud. En la misma línea, el texto de Luz Souto explora el límite de lo humano en torno a fantasmas y zombis, y en confrontación con lo animal y la zona de intersección de la carne en las longevas violencias de Estado en Argentina y España.

El último bloque de textos se enfoca en el potencial productivo y performativo de la sangre. Este apartado, titulado «La poderosa sangre de las víctimas», permite analizar a la víctima, ese universal, a la luz de situaciones en las que la misma adquiere diferentes rostros. Al enfocar en la víctima echa luz sobre la relevancia expresiva de la sangre en los procesos de (re)fundación de comunidades luego de eventos críticos. Gatti analiza la polisemia de humores, flujos-ánimos, mediante los cuales se perfila una víctima. A través de esos humores cambiantes propone historizar la sensibilidad al sufrimiento y sus diferentes «encarnaciones». Héroes, mártires, chivos expiatorios, víctimas «o nada» protagonizan «baños de sangre», vierten «mares de lágrimas», proponen expresiones subjetivas pasibles de ser (re)conocidas y analizadas en un espacio social que las produce, las performa, las inscribe en una genealogía.

El texto de Gatti es una suerte de introducción a los siguientes, enfocados en las víctimas por excelencia: las mortales. Y en los posibles linajes que emanan de esa victimización original. Ulrike Capdepon analiza la «vida política de los cadáveres» exhumados de las fosas del franquismo y la tensión entre parentesco y afinidad política a la hora de legitimar políticas de memoria, verdad y reparación en la España contemporánea. Jordana Blejmar ahonda en la potencialidad del arte para representar lo irrepresentable en el caso de la desaparición política en Argentina: la falta de cuerpos y su efecto en la creación de fantasmas, dobles y sombras, la sangre y la carne como representaciones ancladas en la mitología nacional, las manos manchadas de sangre de los matarifes, la contracara de la víctima: el victimario. En la misma tónica de análisis de la sangre derramada, el texto de Josebe Martínez aborda lo que llama la «estética de la sangre» en los femicidios perpetrados en Ciudad Juárez, México. Desde allí analiza tanto la productividad de la sangre espectacularizada y su poder disciplinador como el recurso de la misma para fundamentar resistencia y resiliencia por parte de los familiares de las víctimas. Como cierre, el texto de Claudia Fonseca analiza uno de los mayores imaginarios de la contaminación en el siglo XX: la lepra, las prácticas de segregación por parte del Estado brasileño y el reclamo reparatorio de los afectados y sus descendientes. A partir de un trabajo etnográfico Fonseca muestra cómo, en el marco de las políticas reparatorias que se dan medio siglo después, la sangre —que antes fue contaminante— adquiere un nuevo sentido en tanto prueba de identidad tras la separación del grupo familiar. El análisis de la primera y segunda generación de víctimas de las políticas segregacionistas dialoga con el trabajo de Gatti en relación a la visibilidad o invisibilidad de los humores en las estrategias de transmisión y legitimación del sufrimiento, y cierra el recorrido conceptual iniciado entre peligro y contaminación.

Invitando a nuevas miradas sobre antiguos problemas como el parentesco y la identidad, la compilación retoma los debates contemporáneos acerca del cuerpo y el sufrimiento, complejizándolos a la luz de un potente símbolo: la sangre. Vínculos sanguíneos y postsanguíneos echan luz sobre biopolíticas y necropolíticas como modos en que el poder se hace cuerpo. Metodológicamente, la pluralidad disciplinar resulta ser un prisma de perspectivas epistemológicas, objetos de estudio y referentes empíricos que permiten abordajes convergentes e innovadores.

De lo invariante a la resistencia a esa invariante, pasando por el análisis de figuras liminales y contaminantes que revelan transiciones, sangre y filiación…, invita a desnaturalizar la fuerza de lo social cuando se escribe en —o fluye por— los cuerpos.

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El seminario reunió dos programas de investigación: Mundo(s) de víctimas (Universidad del País Vasco) y el proyecto Narratives of Terror and Disappearance (Universidad de Konstanz-Alemania).