Disparidades. Revista de Antropología 79 (2)
 eISSN: 2659-6881
https://doi.org/10.3989/dra.2024.012

MOL, Annemarie. 2023. El cuerpo múltiple: ontología de la práctica médica. Traducción de Pablo Santoro. Manresa: Bellaterra Edicions, 275 pp.

 

Llevamos una buena racha. Poco a poco, son cada vez más los textos fundamentales de la antropología contemporánea que están traduciéndose al castellano, y el caso que aquí me ocupa requiere de una celebración especial. El cuerpo múltiple, publicado originalmente en 2002, es de esos libros que marcan, no sólo a quien se cruce con él, sino prácticamente a toda su generación intelectual. Su relevancia va mucho más allá del campo en el que oficialmente se sitúa, la antropología médica, pues algunos de sus conceptos, y muy especialmente la idea de enactment —“puesta en acción”, según la acertada traducción de Pablo Santoro, o “promulgación”, tal y como se ha venido a traducir también en otros lugares—, han tenido un impacto indudable en los STS y en multitud de otros ámbitos. Conviene aclarar, de cualquier modo, que el libro de Mol es una etnografía desarrollada a partir de 4 años de trabajo de campo en un hospital universitario de los Países Bajos, y que está dedicada al estudio de la ateroesclerosis, una patología/enfermedad vinculada con el endurecimiento de las arterias de las piernas. Pero la ateroesclerosis será en cierta medida obviada en esta reseña, ya que a continuación me dedicaré a deshilvanar el concepto de puesta en acción y las ideas y métodos que lo acompañan.

Pues bien, comencemos por establecer que, en palabras de Mol, esta investigación no se interesa tanto por cómo la medicina conoce sus objetos (en este caso la ateroesclerosis), sino por cómo interactúa con ellos o, mejor dicho, cómo “pone en acción los objetos de los que se ocupa” (p. 9). Esto supone un salto nada desdeñable, una fuga del dominio clásico de la epistemología hacia algo que la autora define como “praxeografía”. Un salto, sugiere ella, que escapa de los regímenes universales de lo discursivo, lo referencial y lo representacional (epistemología) para abrazar las prácticas y formas de intervención localizadas, materializadas o acontecidas (praxeografía), lo que supone a su vez el paso de un modelo basado en la dicotomía “sujetos cognoscentes/objetos conocidos”, a la constatación de que las “actividades de conocimiento” tienen lugar “por todas partes” (p. 86). Salto también en el tipo de preguntas que emergen: frente a la clásica búsqueda de lo unívoco —¿cómo encontrar la verdad?—, Mol propone una mirada hacia lo múltiple —¿cómo resultan los objetos manipulados en la práctica? (p. 24)— y lo indeterminado —¿cómo vivir con la duda? ¿Cómo habitarla? (p. 239)—. Salto, en fin, en el seno mismo de la ontología, cuyo término clave —el “es” de un enunciado como “la ateroesclerosis es”— abandona el supuesto orden natural de las cosas para resituarse problemáticamente en el mundo: “ser es estar en relación”, sentencia Mol (p. 90), por lo que el complemento necesario de que algo sea o exista en esta “ontología-en-la-práctica” (p. 209) es, ¿dónde es? ¿Dónde existe?

Este es un libro, pues, de filosofía empírica. Dedicarse a la filosofía empírica es preguntarse por la “naturaleza específica” de los objetos en su “aquí-y-ahora”, y para ello los métodos etnográficos ofrecen herramientas de gran utilidad (p. 26). Frente a la búsqueda de cualquier respuesta típica o tipificante sobre el problema que se presenta, así, en este libro toman peso los “sucesos particulares que tuvieron lugar en un hospital holandés” (p. 18), y lo hacen en forma de “instantáneas” o “viñetas que se yuxtaponen” (p. 89):

Un enfoque praxiográfico habla tanto de moléculas como de dinero, tanto de células como de quejas, cuerpos, bisturíes o sonrisas —y habla de todo ello en un mismo párrafo. […] La aproximación praxiográfica incluye el conocimiento y los objetos como partes de la vida, como elementos en una historia, nodos en cadenas de sucesos que se interrelacionan (p. 227).

Pero este recurso narratológico no es exclusivo de la etnografía. Mol, de hecho, vincula de forma general este modo de indagar y enfrentarse a lo insospechado con el “carácter situado del pensamiento (de sus objetos, de sus posibilidades, de sus puestas en acción, de sus efectos”, tan presente, por ejemplo, en la obra de Michel Foucault o en Libro de los Pasajes de Walter Benjamin (p. 264). La praxeografía, por lo tanto, tiene precedentes y alianzas reconocibles —como Marilyn Strathern o Donna Haraway, por citar dos de ellas—, las cuales son movilizadas por la autora de un modo extremadamente original y perfectamente coherente con su objetivo de “combatir la linealidad” (p. 177). Y es que todo el libro está longitudinalmente divido en dos textos que, como dos cuerpos, producen sus propias líneas de desarrollo. El principal de ellos, siempre en la parte superior de cada página, articula todo lo referente al relato etnográfico; el segundo cuerpo, denominado “subtexto” por la propia autora, configura un ejercicio de reflexión teórico-bibliográfica de enorme sinceridad. Gracias a este recurso, el subtexto es capaz de producir capítulo tras capítulo conexiones parciales con el texto etnográfico central sin censurar la eventual emergencia de paradojas, dudas e itinerarios autónomos.

Pero vamos con el concepto clave del libro. Mol dice proponer este término, el ya mencionado enact o enactment, porque buscaba “una palabra que no sugiera demasiadas cosas. Una palabra sin excesiva historia académica” (p. 60), “inocente” (p. 72). A pesar de su notable afinidad, por lo tanto, era oportuno desterrar de su libro términos como “performance” o “construcción” (p. 72-73). Según lo que hemos visto hasta aquí, de igual manera, era necesario encontrar una palabra dirigida a la inmanencia de los actos, pero que a su vez dotase de cierta impersonalidad a la acción, es decir, que no privilegiase el papel de unos actores sobre otros. Eso, según Mol, es lo que posibilita la noción de puesta en acción.

Para ilustrar esto último sugiero que imaginemos a continuación un acontecimiento, una escena que la propia autora usa para introducir la idea que nos ocupa: el caso de la señora Tilstra (p. 46). Se trata de una mujer que acude con un dolor en la pantorrilla izquierda a la consulta de un doctor del Hospital Z. Este le hace una serie de preguntas y le examina la pierna, configurando un proceso que, a medida que aglutina enunciados, gestos, reacciones e indicios de todo tipo, hace emerger una novedad:

En la consulta algo se ha hecho. Podemos describirlo como “un dolor en el miembro inferior izquierdo de la señora Tilstra, que comienza después de andar una distancia corta en terreno llano y que desaparece tras un descanso”. Este fenómeno se conoce con el nombre médico de claudicación intermitente. Fuera cual fuera la condición de su cuerpo antes de entrar en consulta, en términos etnográficos la señora Tilstra no tenía esta patología antes de visitar a un médico. No la ponía en acción (p. 47, cursivas de la autora).

Médico y paciente se han requerido mutuamente a la hora de que este agenciamiento común llegase a ser. Pero en ningún momento esto fue un acontecimiento restringido a la participación de ellos dos, si bien “diferentes personas y multitud de cosas hacen que los sucesos ocurran. Las palabras también participan. El papeleo. Habitaciones, edificios. El sistema de seguros médicos. Una lista interminable de elementos heterogéneos” (p. 51). Es la práctica, en cuanto acontecimiento particular, la que reúne o transduce lo diverso, la que, al poner en relación, acciona lo emergente: “si un objeto es real, es porque es parte de una práctica. Porque es una realidad puesta en acción” (p. 76). Mol, así, dice estudiar el “conocimiento incorporado en las prácticas”, el cual “no reside únicamente en los sujetos, sino también en los edificios, en los bisturíes, en los tintes, en los escritorios” (p. 83).

Las prácticas, por otro lado, no siempre convergen a la hora de poner en acción los diferentes objetos. En el caso del Hospital Z, Mol describe numerosas situaciones en las que se activan todo tipo de disonancias y fricciones:

Puede suceder que la autopsia de una paciente que jamás emitió una queja resulte mostrar una ateroesclerosis severa. En un caso así, no hay correspondencia entre los objetos de estudio puestos en acción en uno y otro lugar. Discrepan. […] En situaciones como esta, los objetos de laboratorio y de consulta no pueden ser aspectos de la misma entidad: sus naturalezas simplemente no son la misma. Son objetos diferentes (p. 80).

Nos encontramos así frente a uno de los efectos más llamativos del “giro praxiográfico” (p. 239) y los procesos de puesta en acción: la multiplicación. Para Mol, la realidad se multiplica de forma evidente ahí donde se presta atención sin tapujos a las acciones. Para ello resulta necesario dejar de comprender los objetos “como puntos comunes en las perspectivas de una serie de personas distintas” (como representaciones colectivas u objetos universales), para, en su lugar, problematizarlos como “cosas manipuladas” (p. 22). En ese movimiento observacional, todo muta: “ninguna entidad se mantiene igual en nuestro viaje, porque todas y cada una de ellas se modifican. No existen las variables invariables” (p.178).

Pero, atención, según Mol, afirmar que hay multiplicidad, es decir, diversidad, no consiste en afirmar que haya pluralismo o fragmentación (p. 131). Y es que, muchos de los objetos que hacen las prácticas médicas en el Hospital Z pueden reaccionar entre sí, pero no todos difieren. Los objetos, de hecho, son constantemente compatibilizados gracias a diferentes mecanismos de “coordinación” (tratados en el capítulo 3), tales como la “suma de resultados diagnósticos” (a partir de su jerarquización o de la omisión de las discrepancias) o la “calibración de los resultados de diferentes pruebas” (mediante la correlación de datos o la traducción de variables) (p. 131). En otros casos, cuando la coordinación entre dos o más objetos no resulta rentable, se llevan a cabo procesos de “distribución” (capítulo 4) mediante los que se les atribuye a cada uno de ellos un lugar o un marco de existencia válido y se regula la circulación entre ellos (evitando así la fragmentación). Este sería el caso, por ejemplo, de las diferentes ateroesclerosis puestas en acción durante las fases de diagnóstico y tratamiento, que, aunque puedan disonar entre sí, conviven gracias a que cada una de ellas dispone de su espacio: “[la ateroesclerosis] es tanto dolor al caminar como una arteria obstruida, solo que no ambas cosas en el mismo lugar. Es dolor en el diagnóstico y una arteria obstruida en el tratamiento” (p.145).

Hasta aquí debe quedar claro que, a la luz de las prácticas, la variabilidad de los objetos es constante, por lo que, en palabras de Mol, “el milagro que hay que explicar es cómo, a pesar de todo, las prácticas logran mantenerse unidas” (p. 209). Esto resulta todavía más llamativo si tenemos en consideración que un objeto como la ateroesclerosis no se ve obligado a interactuar únicamente con las múltiples versiones de sí mismo, sino que se ve constantemente confrontado con la interferencia de otros objetos y sujetos que reclaman ser incluidos en cada ecuación práctica:

Tomemos, por ejemplo, a los cirujanos. En la sala de operaciones, con su bata puesta, sus manos impolutas y su sofisticado instrumental, un cirujano es alguien a quien se le permite abrir el cuerpo de otra persona, como si se tratara de una cuestión técnica y no de una forma de violencia. En otros lugares es diferente. Un cirujano que saque un bisturí en el curso de una reunión en la que se deciden los tratamientos comete una transgresión gravísima. Así pues, el cirujano es tan poco unitario como la ateroesclerosis. Exento del tabú de violar la piel de otra persona aquí (en el quirófano), en otro sitio (en todo el resto de lugares, en realidad) este tabú rige para un cirujano, tanto como para el resto de nosotros. […] Cuando se pone en acción una u otra ateroesclerosis, hay muchas entidades implicadas: bisturíes, preguntas, teléfonos, formularios, expedientes, imágenes, prendas de vestir, técnicos… Pero nada de esto tiene un carácter unitario: solo hace falta investigar un poco para que todas las entidades, al igual que el cirujano, revelen ser múltiples (p. 208).

En definitiva, la diversidad de objetos y variables que coinciden en cada acontecimiento, están haciéndose mutuamente, lo que los hace, a su vez, interdependientes (p. 177). Pero dependencia mutua no implica harmonía o perfección. No hay síntesis geométrica posible. Los cuerpos múltiples “no habitan un espacio euclidiano” (p. 175), porque, al fin y al cabo, no hay espacio más allá del aquí (y ahora) puesto en acción, en el ensamblaje inmanente que envuelve cada práctica.