Disparidades. Revista de Antropología
79(1), enero-junio 2024, e009
eISSN: 2659-6881
https://doi.org/10.3989/dra.2024.009

TIENTOS BIBLIOGRÁFICOS

DE VUELTA A LA INTIMIDAD Y LA PRÁCTICA DE LAS ARTES POÉTICAS. ENSAYO SOBRE METROPOLITAN INTIMACIES (F. CRUCES, 2022Cruces, Francisco. 2022. Metropolitan Intimacies. An Ethnography on the Poetics of Daily Life. Lanham: Lexington Books.)

THE RETURN TO INTIMACY AND THE PRACTICE OF POETIC ARTS. AN ESSAY ON METROPOLITAN INTIMACIES (F. CRUCES, 2022Cruces, Francisco. 2022. Metropolitan Intimacies. An Ethnography on the Poetics of Daily Life. Lanham: Lexington Books.)

Honorio M. Velasco

Profesor Emérito, Departamento de Antropología Social, UNED

https://orcid.org/0000-0003-1462-1011

RESUMEN

El giro hacia la intimidad y el encuentro una vez más con la subjetividad donde el alcance del todo es más inabordable, las grandes metrópolis, es una propuesta de enorme potencia reflexiva. No es por supuesto un campo nuevo para tientos bibliográficos, pero sí obliga a poner en discusión conceptos previos como vida ordinaria, vida doméstica, privacidad y a la vez requiere renovar el utillaje metodológico de modo que la producción de etnografía se hace inevitablemente mediante multimedia. El registro de la experiencia parece conllevar aún más riesgos y requiere aún más imaginación por parte de quien la codifica y de quien la interpreta. Sin duda, presentada en historias, por minúsculas que sean, promete y provoca, especialmente si se perciben en ella (y se practican y gozan) las artes poéticas.

PALABRAS CLAVE: 
Intimidad; Subjetividad; Experiencia; Narrativa; Poética; Antropología urbana.
ABSTRACT

The turn towards intimacy and the encounter once again with subjectivity in large metropolises is a project of enormous reflexive power. It is not a new field for “Tientos Bibliográficos,” but it does force us to discuss previous concepts such as ordinary life, domestic life, and privacy. At the same time, it requires renewing the methodological tools and, inevitably, incorporating multimedia into the production of ethnography. The recording of experience seems to entail even more risks and requires even more imagination from whoever codifies and interprets it. Undoubtedly, presented in stories, however minuscule, it promises and provokes, especially if the poetic arts are perceived (and practiced and enjoyed) in those stories.

KEYWORDS: 
Intimacy; Subjectivity; Experience; Narrative; Poetics; Urban Anthropology.

Recibido: 16 de mayo de 2023; Aprobado: 15 de enero de 2024; Fecha de Publicación: 10 de julio de 2024

Cómo citar este artículo / Citation: Velasco, Honorio M. 2024. «De vuelta a la intimidad y la práctica de las artes poéticas. Ensayo sobre Metropolitan Intimacies (F. Cruces, 2022)». Disparidades. Revista de Antropología 79(1): e009. doi: <https://doi.org/10.3989/dra.2024.009>.

CONTENIDO

Ganar la intimidad como tema para la antropología social supone estar de vuelta o bien haber invertido la dirección del foco de atención. «Estar de vuelta» se entiende después de haber transitado por lejanos rincones del mundo, ya no sólo para satisfacer esa vieja aspiración de la Antropología de captar los múltiples matices de la diversidad cultural, sino en la propia trayectoria de Francisco Cruces, después de haber recorrido y revisitado lugares, gentes y modos de vivir y pensar en ciudades y pueblos españoles y americanos. «De vuelta» implica fijar la mirada en el entorno propio, incluso en la propia casa y en definitiva en el propio yo. Para, sin embargo, en realidad perseguir esa permanente intención antropológica de encontrarse con el Otro. «Invertir el foco de atención» implica -al modo de esa práctica rutinaria del selfie- dejar que la mirada sea un reflejo propio. Sin dejar de ser, sin embargo, reflejo del Otro.

Por un lado, el giro -concepto alusivo muy al uso- que conlleva la intimidad requiere todo un esfuerzo de delimitación de ámbito. Paradójicamente envuelve a la subjetividad que se abriga con un entorno como si éste estuviera adherido a ella, aunque queda difuminada la comunidad de pertenencia, que parece carecer de nombre colectivo y de lugares comunes. Potencialmente multitudes de individuos emergerían por doquier, con sus subjetividades con entornos adheridos y dispuestos a dar cuenta de su intimidad. Si bien en este caso han sido halladas en metrópolis como México, Montevideo y Madrid (tres Ms). Pero esta localización tiene más valor metodológico que conceptual. En realidad, carecen de nombre colectivo porque aquí la subjetividad (o la metrópolis como entorno/marco) parece estar investida de tal relieve que hace irrelevante la condición territorial colectiva. «Intimidades metropolitanas» es un término de impacto, aparentemente contradictorio, pero especialmente productor de sentido. En el sistema mundo la metrópolis opera a la vez como término con carácter definidor específico pero abstracto. Un término que representa la anomia por antonomasia y que, sin embargo, pierde sus efectos perversos de disolución cuando va asociado a la intimidad que, por su parte, representa por antonomasia la referencia de quien se identifica por un nombre propio. Y así «intimidades metropolitanas» logra dar un nuevo dibujo al micro-cosmos, (que siempre fue la versión a la medida humana del macro-cosmos), ahora ya tan mundo y tan personal.

La delimitación del ámbito requería sin duda recargar de contenidos lo que lejos de ser un «campo» (o un «camino») nuevo está ya más que relleno de materiales de fondo y de deslizamiento e igualmente más que lleno de huellas. Seguramente se reconocería en los clásicos todo un corpus de referencias, o más bien lo que hoy nos parecen apuntes anticipatorios en Simmel, Schultz, Mead, Goffman, Luhmann… Si bien el propio texto de Cruces consagra a un buen número de autores como acompañantes inexcusables en este trayecto: Hochschild, Giddens, Löfgren, Nieppert-Eng, Pardo, Kaufmann, Highmore, Finnegan. Ante todo, la intimidad está cargada de subjetividad. Si merece quedar algo de ese gesto tan post-moderno de sacar a escena el sujeto es precisamente el contar regularmente con él y hacerlo tan común que no parezca ya condición de revelación. Tal vez se vea en las Ciencias Sociales como un retorno, independientemente de que pueda haber sido por impotencia o por decepción, pero ciertamente ya no cabe proyectar de antemano sospecha por dar sitio al sujeto en su lugar, llámese casa, interior o hábitat. Cruces (2022)Cruces, Francisco. 2022. Metropolitan Intimacies. An Ethnography on the Poetics of Daily Life. Lanham: Lexington Books. recuerda a Giddens que convirtió una teoría de la sociedad moderna en una teoría de la subjetivación, cuando el proyecto de vida se decantó como el de una búsqueda de identidad, incentivada por la intervención continua de las instituciones generando modos de individualidad. Por supuesto, cabría añadir que el concepto de ciudadanía en su hábitat primario, la metrópolis, recoge todo tipo de perfiles sociales, morales y políticos de la individualidad, incluso el de la soledad como modo generalizado de habitar dentro de una multitud.

A la subjetividad se añade la gestión emocional cuando de la mano de Hochschild se dirige la atención hacia las consecuencias modernas de la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo y al traslado bidireccional del ambiente de trabajo al doméstico y del doméstico al del trabajo. La intimidad, advierte Cruces, ha dejado de ser asunto interno para pasar a ser también externo. Los vínculos afectivos ya no se limitan al espacio doméstico sino que se inducen y refuerzan entre los compañeros de trabajo con prácticas de convivencia -se entiende cordial- y generación de “buen ambiente”. Mientras que a la vez los hogares se pueblan de trabajadores del cuidado a los que se pide una adecuada gestión afectiva. Años después de los primeros escritos de Hochschild, y con la Covid, -y la duplicación de los hogares como espacios domésticos y espacios laborales y la casi completa flexibilización de los horarios-, que parece haber dado cumplimiento a su «visionario» análisis (escrito a finales del siglo XX), posiblemente la pautación temporal (a periodos cada vez más reducidos) se haya instalado definitivamente en la intimidad y la intensificación de las interacciones “virtuales”, que implica una «presencia» frecuente del exterior en casa, no solo conlleve la difuminación de límites y el despliegue de nuevas prácticas de reserva (fuera de cámara y de audio), sino también la pérdida de sentido y de carácter de la intimidad misma (relegada tal vez a algunas conductas rutinarias y a simples estados de ánimo).

Con Löfgren cabe reflexionar incluso «por no hacer nada». La vida cotidiana se ganó hace tiempo el derecho a la Historia. En la Antropología en realidad siempre lo tuvo para “otros” tiempos o para «otros» lugares, aunque al fin y al cabo por pura coherencia (como entre otros, mostró De Certeau) también para todos. Por supuesto, todo lo que abarca la vida cotidiana no solo puede ser abrumador sino que además es un cajón de sastre. (Si el concepto, como hace Löfgren, se expresa en inglés con entanglement, dice además otras cosas). Sin duda, la intimidad está cargada de multitud de cosas y todas ellas revestidas de filias y fobias, de recuerdos y olvidos, de… Seguramente el discurso apropiado para mostrarla sería una interminable enumeración con amenaza permanente de, al hacerlo, conseguir el tedio. Y el concepto de vida cotidiana parece contener justo eso mismo incluido el no hacer nada. Pero en las sociedades modernas y en las metrópolis en particular se ha hecho significativo haber tenido que negar que eso no sea igualmente la vida.

La vieja distinción entre público y privado parece desusada, pero retomada la intimidad pudiera tener aún algún sentido. Sin duda, como apunta Nippert-Eng, se ha abierto una enorme y peligrosa brecha en las siempre débiles fronteras de la privacidad. Tal vez nos lo hayamos buscado todos. El trabajo de establecer límites se ha multiplicado con las nuevas tecnologías siempre tan deseadas precisamente por su capacidad de saltarlos. (Y por los goces de hacerlo). Del mismo modo que la distinción público/privado se entendió relativa y por ‘relación’ se alude más bien a la necesaria implicación de sentido de lo uno en lo otro, así actualmente también los dominios se entienden implicados. Los límites son propiamente lo que les conforman y constituyen. Pero la intimidad parece conllevar un sesgo -un término marcado-, puesto que se da por hecho que las sociedades modernas impusieron la masificación. El mundo social humano adquirió así el paisaje de un océano en el que el dominio de la privacidad había quedado reducido a islas. Sorprende que el mundo social virtual se haya hecho con todo el paisaje, sin islas, y la privacidad solo sea posible si uno no está conectado. Pero más propiamente no suelen ser los desconectados quienes reclaman privacidad, sino otra vez más quienes asumen esa penosa tarea de erigir indefinidamente límites y deshacerlos.

El otro ámbito llamado a la carga de contenidos de la intimidad es el de la vida doméstica. En la mirada post-moderna de Kauffmann presentada como una coreografía, una «danza de las cosas», cruces se suma a la fascinación de danzar con ellas y luego a la poética que las adorna. (No solo El orden que habito, el film realizado junto con Jorge Moreno está inspirado en este motivo, sino también el núcleo del análisis en este libro). El empeño es haber convertido en foco de atención las «cosas» de la vida doméstica, anteriormente tenidas tan intrascendentes, tan triviales, pero además lo que se hace con ellas. La palabra francesa que emplea Kaufmann es ménage, cuyo significado incluye los agentes y la acción. En realidad, no sólo la condición de agente sino la de grupo y la tonalidad de la vinculación de sus miembros. Con la connotación que antes tenía sobre todo de referencias de género, pero que Kauffmann convierte en generalizadas. La intimidad cobra así todo el dinamismo de la acción, ya deshecha del lastre tecnicista que en la sociedad moderna se la ha dado. Y caracterizando la vida social, es decir, integrando el componente subjetivo básico, liberado igualmente de las obligadas configuraciones tradicionales (matrimonio, familia, etc.) y de los lastres de subordinación que conllevaban las referencias de género. La intimidad está hecha por ménagéres y de ménages. Como una especie de fondo de acción se ofrece ante todo como el soporte primario del agitado oficio de individuo en las sociedades modernas, pero también como un formidable aporte de experiencia vital en las metrópolis. Un ménage que genera continua complicidad entre personas -en variedad de composición de los grupos y de los modos de presencia- y con las cosas.

La vida ordinaria está llena de belleza, apuntaba Highmore, despojando al sentido estético de trascendencia y a la contemplación de su relevante papel en disfrutarla. La belleza es más objeto de la pasión. Aquí la metáfora no es coreografía, sino orquestación. Las cosas se suman a una profusa producción de estímulos que empuja a amarlas, odiarlas o simplemente a dejarlas estar. La intimidad se carga así de interacciones con el entorno y con el mundo exterior y por supuesto el cuerpo está llamado a hacerlas propias. La belleza es sentida.

Cruces incorpora finalmente a la intimidad el arte de narrar la vida. En parte es hacer de la necesidad virtud, pero en buena medida el acierto está en haber asumido el papel que los medios de comunicación de masas modernos han adquirido en las sociedades actuales, intrusos consentidos en los espacios de la intimidad que han obligado a ser tomados como interlocutores y, además, manufacturan constantemente algo común, materia permanente de la intimidad, las historias del yo. A esto han contribuido Finnegan y Pardo, por separado, y con intereses distintos. Por un lado, Finnegan ha proporcionado un modo práctico de tratar las historias, sin necesidad de perderse en formalismos refinados pero fríos. Y, por otro lado, Pardo ha establecido un principio básico de comprensión: la intimidad es uno de los efectos del uso del lenguaje. Aquí la compañía del filósofo lleva a recorrer un camino sinuoso, pero estimulante. No se trata de adentrarse en las interioridades del yo, sino de hablar con voz propia, con lengua propia. El lenguaje constitutivamente tiene un doble lado, un pliegue. Por uno de ellos fluyen los códigos y convenciones públicas, por el otro lo particular de la enunciación, una dimensión personal de la significación inaccesible a nadie que no sea quien habla. Es un lado elusivo del lenguaje del que apenas cabe hablar salvo con ejemplos y metáforas, sensitivo, afectivo. (Se diría que está aludiendo a todas esas partes del cuerpo/mente que también hablan cuando se habla con el lenguaje). Y que finalmente arrastra a uno mismo, a sentirse, a tenerse. Vulnerabilidad y desnudez son las modestas caracterizaciones de esa experiencia, lo que recuerda a viejos alientos existencialistas, aunque el análisis de Pardo discurra más cerca de Bajtin empleando tropos literarios para expresar lo indecible, la intimidad. Que, sin embargo, es la fuente de la voz, de las palabras, el impulso que es capaz de tejer la conversación.

En este libro se intenta, por tanto, presentar y construir, no solo desde la Antropología pero en todo caso con la Antropología, todo un ámbito, un dominio emergente, que ciertamente no tiene una definición de límites precisos, sino difusos, perdidos y variables, pero que está suficientemente cargado de materiales (reales y virtuales), de cuestiones sobradamente problematizadas y de perspectivas variadas, en el que cabe un amplio programa de investigación. Con contenidos viejos, ya largamente transitados como la vida cotidiana, la vida doméstica, la ordinaria, la privacidad y otros más recientes como la subjetividad, el mundo virtual, la generalización del valor estético, el modo emocional de vivir… pueden irse formulando multitud de proyectos de más corto o largo recorrido. Esta es, por tanto, una notable aportación.

Y si la delimitación de un ámbito ha sido una ardua tarea, otra no menor es la elaboración metodológica que conlleva la aproximación antropológica a tal ámbito de límites tan difusos. Y de ambiciones tan elevadas como el trabajo de campo en metrópolis. Los estudios de comunidad que nos generaron la «ilusión» de ser capaces de captar totalidades se quedan en un trasfondo de ingenuidad y de nostalgia cuando se sufre la tentación del diablo (Al Pacino) -en El Abogado del Diablo- de ofrecer (a Keanu Reeves) todo el poder y las riquezas del mundo contemplado desde la altura elevada de la terraza de un rascacielos en una metrópolis. Pero las metrópolis nos han generado otra «ilusión», la de la potencia de fabricar la uniformización por medio del gigantismo tecnológico. Se ha perdido el todo social y se ha ganado el todo material. Eso hace impensable e innecesario un trabajo de campo interminable visitando calle tras calle, casa tras casa.

Por otra parte, en realidad el esfuerzo metodológico de situarse en intimidades tiene valor cualitativo por sí mismo. No sería justo reducirlas a datos estadísticos. La subjetividad es irreductible a números. Pero especialmente hay recursos disponibles de producción de información etnográfica de inagotable eficacia. El «taller», los grupos de discusión, la entrevista formal y las visitas a domicilio, que, como se sabe, son los mismos procedimientos que emplea la administración pública de calidad para abordar ciudadanos, pues no casualmente provienen de las técnicas de investigación de ciencias sociales «aplicadas». Y en todos ellos se producen imágenes y, sobre todo y ante todo, palabras. Y así se ha hecho. Propiamente la investigación ha terminado siendo un libro, pero también un film documental (ya mencionado antes), que ha alcanzado un sorprendente éxito y merece ser reconocido. Tal vez se vaya haciendo necesario generar etnografía multimedia, porque ya no son tiempos de Geertz, aquellos de «hacer libros» como oficio, sino otros tiempos en los que sin dejar de hacer libros, se hacen otras cosas.

Cuando las palabras se hilan para confeccionar historias, germina la etnografía, se hace brote, hoja, rama, árbol. La intimidad fluye en las historias como un jugo con sabor, justo como se presume que es sentir la subjetividad. Seguramente tendrá razón Pardo en que se requieren metáforas para hablar de la intimidad. Pero no han sido tanto las metáforas el centro de atención etnográfica, sino que Cruces encuentra en Finnegan un método para hablar de historias que hablan de subjetividad y con el que ella había hecho antes «Un estudio de narrativa y vida urbana». Y es con este método con el que se identifica lo que constituye el material básico de elaboración de etnografía, las historias. El horizonte abrumador de la metrópolis se vuelve fondo difuso de contraste mientras que saltan las historias en el texto todas hechas experiencia compartida, en tanto que el investigador se sitúa en diálogo continuo en el que está implicado con su propia experiencia como correspondencia básica. No sólo las historias contienen temas que las singularizan sino subjetividad entrelazada en el texto mismo. El yo locutor es también el yo protagonista y a la vez el objeto del que se habla. Y siempre lleva consigo un entorno (se entiende urbano) del que no cabe desprenderse. No se necesita hablar explícitamente de la metrópolis, ya que se desliza anudada en lo que se habla. El capítulo 3 se titula «Stories of the Self» que no es lo mismo pero que en castellano quedaría como «narraciones sobre yo» y si fuera sobre el Ego sonaría pretencioso, mientras que sobre «uno mismo» quedaría poco afirmativo. E «historias» suena a agrandar lo que más bien son apuntes narrativos. Y sin embargo, tienen cuerpo, trama incluso. No forman un grupo unitario, ni el conjunto sigue un guión. Se suceden algunas como escenas, pero cada una de ellas podría ser un drama por sí mismas. Son «historias mínimas», que contienen los 6 componentes que identificó Finnegan (protagonista, acontecimiento, actantes facilitadores u obstaculizadores, esquema temporal, algún principio de evaluación y convenciones de acción). Pero en otros casos son fragmentos de un diálogo, frases, preguntas, deseos expresados… tweets en los que, sin embargo, cada uno ha pretendido resumir la vida. En todos los casos se trata de narrativas solicitadas en distintos contextos (talleres, visitas domiciliarias, etc.), incluyendo como contexto las redes sociales. Hay aspectos destacables, uno -es obvio- la naturaleza variopinta de estos materiales, abundantes en todo caso, pues los modos urbanos de hablar del yo son muy habituales y admiten tanto modos mínimos como modos de elaboración sofisticada, tanto marcando exhibicionismo como disimulando la identidad o la presencia, tanto sincerándose como mintiendo, tanto ofreciéndose como huyendo o evitando la acción. El lenguaje contiene recursos para todo. El yo locutor además podría ser capaz de impersonalizar el relato o atribuirlo a otro.

Los contextos metropolitanos son aquí mostrados como lugares, acontecimientos y «medios» en los que el yo se sitúa en el foco y se expone para uno mismo y ante los otros. Así, por ejemplo, ante un álbum de fotos o una desordenada acumulación de ellas, el yo habla -ante el investigador- identificándose en la foto, identificando el lugar y el tiempo donde y cuando se la hizo y en su caso el motivo, una foto de turista en el mismo lugar en el que se la hizo su madre hace años y vestida con la misma blusa que ella tenía entonces. O bien en un apartamento alquilado hablando de haber hallado la firma en un armario que resulta ser la que la protagonista hizo otra vez anterior que habitó en él. Los tweets son llamados con propiedad selfie-tweets y podrían ser coleccionados a modo de piezas con las que componer con palabras algo similar a esas enormes imágenes integradas por miles de fotos/retratos con las que se mostraran sectores de alguna metrópolis. A modo de drama: «Mi vida es un error que tendría que acabar», dice un varón español de 25. O a modo de slogan publicitario: «Soy la más bonita, sana, con éxito millonario, feliz, cariñosa, honesta, positiva, guapa, sexy, positiva, deseable, amada y querida chica del mundo» dice una mujer mexicana de 33. Etc., etc. Tal vez el formato lo pida y de ellos no cabe decir sino que en términos de «género» (se entiende de textos) no cabría otro más representativo. Tal vez los materiales etnográficos para las metrópolis tengan que ser sin duda multimedia, pero en cuestión de palabras los selfie-tweets alcanzan ese minimalismo que impone a los individuos todo tipo de construcción metropolitana y que sin embargo es capaz de contener tanto. Toda una humanidad contenida en pequeñas partículas de discurso. Es un hallazgo que esperablemente dará otros muchos resultados.

El capítulo sobre IKEA es la antesala del análisis que Cruces ha desarrollado planteando de entrada una paradoja: la vida cotidiana está penetrada ya por estructuras que vienen de «fuera» y de «antes», pero los sujetos buscan autonomía y autodeterminación. Hay una relación circular, paradójica, entre la intimidad y los sistemas expertos. Y la respuesta para abordarla está en un viejo concepto, «poiesis». Cuya primera función es producir sentido. Dicho de otro modo, en el título del documental, «el orden que habito», o de otra forma el título del capítulo 5, «la poética de habitar». El concepto tiene una larga trayectoria y aquí en buena medida se recarga de contenido para dar forma y figura a la intimidad. Poiesis sirve muy bien para designar algo que en realidad nunca está terminado y que aun elaborado con lenguaje le traspasa (metalingüístico, usa decir Cruces, aunque seguro que no en un sentido jakobsoniano). Y siendo el planteamiento para el que ha sido invocada una paradoja, ha de tener al menos dos vertientes. Una en relación con las estructuras, los sistemas expertos, y otra con la capacidad de autonomía, la irreductible mismidad. Cada una de estas dos vertientes podría haber exigido un largo tratamiento, pero tiene razón el autor en que a la primera al menos ya se le ha prestado suficiente atención. Y parece obvio que las historias recogidas mencionen reiteradamente procesos como la producción, la reproducción, el comunitarismo, la racionalización, la ciencia aplicada, la mercantilización o la individualización. Y casi el análisis se haría trivial mostrando cómo el discurso se recrea con las vicisitudes de la presencia de un «imprescindible» electrodoméstico en casa o la constante tensión en los estrechos lazos sociales que mantienen la convivencia.

La otra vertiente es la gran aportación que Cruces hace en este libro. Y de entrada la intimidad contada es un ejercicio de subjetividad. Tiene un yo narrador de sí mismo. Tal vez sea un dato básico que por primario no es lo bastante apreciado. La etnografía no está muy acostumbrada a este relato. Y se entiende que sería necesario aceptar que tendría que deshacerse de las tramas habituales que fabrican la interpretación para asumir que la subjetividad consiste en la construcción de un relato propio. ¿Esto puede ser entendido como «reflexividad»? En este sentido vuelve a asomar el término «metalingüístico» con un leve pero ineludible giro ontológico. El yo experiencia salta sobre el yo que habla, el yo narrador. Y se expresa cargado de entorno, el hábitat en el que vive y que «pone en orden», concepto al que Cruces ha otorgado la equivalencia del sentido. Pero que en realidad deja en permanente estado de deriva. Lo mejor que se puede decir de ese orden es que «está abierto a la invención» y que en el fondo consiste en «vivir a la manera de uno».

Y advertido eso, ahora sí, llega el momento de la poética, que con Aristóteles o sin él recorre todas las manifestaciones humanas e indefectiblemente lleva consigo el aura del arte. La intimidad es poética (y posiblemente también poesía). Cruces identifica cuatro efectos (pero a la vez procedimientos porque así se revelan en los relatos) poéticos y de ninguno de ellos cabría negar que pudieran ser también poesía: la firma, el desplazamiento, el cierre y la reverberación. Por supuesto, han sido extraídos de los textos y se manifiestan tanto en el mensaje como en la forma. Pero sin duda, esta es la ambigüedad que asoma en el análisis, pertenecen igualmente a la experiencia, a la experiencia que embarga al yo y que en definitiva adquiere condición de totalidad como intimidad. La firma, es decir, las formas y modos, los gestos y las huellas, como el yo se reconoce e identifica en un (su) entorno, -y cuyo texto prototipico es el de la mujer que se asombra de haber encontrado su firma en un armario de un apartamento alquilado- es presencia en el tiempo cambiante y a la vez distinción en el entorno anómico de hábitats estándar construidos según modelos de racionalidad tecno-económica. El desplazamiento, por otra parte, es el modo básico -el flujo permanente- del vivir y estar en la metrópolis. Y también la «danza de las cosas», una circulación aparentemente incansable que la producción, distribución y consumo (y reciclaje) las hace danzar, pero a la que se encabalga e incorpora el yo, por lo que parece, gozando indeciblemente de ello. Si bien el desplazamiento afecta igualmente a los individuos en flujo constante concibiendo sus vidas como acúmulo de experiencias en ambientes, campos y entornos distintos, que como Löfgren advirtió bien, se obtiene incluso en las prácticas rutinarias de la vida cotidiana. Y no son sólo de carácter material sino de significación. Tal vez la danza de los significados tenga más carácter poético que la otra. Y se vislumbra aquí un horizonte de investigación que podría ser fascinante (y tal vez decepcionante): la profesional fábrica de significados en realidad puede ser capaz de producir no sólo contenidos sino afectos tuneados, en el fondo estándares, aunque en la superficie singulares.

El cierre tiene ante todo referencias literarias. Y en las narrativas aportadas aparecen una y otra vez mecanismos de cierre. Las historias no es que acaben bien, sino que más bien, acaban. Y el contexto de entrevista también anima a hacerlo así. Podría pensarse igualmente que acaban por que el desplazamiento, el flujo metropolitano continua. A Borges, maestro de la historia breve, se le ocurrió la historia del mapa que coincidía exactamente con el territorio, pero no se le ocurrió la historia que va narrando el acontecimiento que nunca termina. Tiene que haber otra historia y tal vez otra y otra. El cierre como experiencia también hace posible la sucesión de actos, aunque se trate en no pocas ocasiones de circuitos que terminan y vuelven a empezar. Posiblemente como efecto poético proporcione a la intimidad tanto agobios como alivios y en todo caso revela de qué modo la intimidad se llena de valoraciones. Tal vez sea la caja de resonancia de valoraciones a las que se concede mayor carga. Algo que cabría seguir explorando. Y finalmente la reverberación. Inevitablemente aflora aquí el yo del investigador, incluso del músico. Resulta difícil hablar de la intimidad sin que el propio investigador esté implicado. Puede haber aspectos de la subjetividad que no sea posible «externalizarlos» o, dicho de otra manera, que hayan de ser expuestos con auto-etnografía. Y uno de ellos es lo que poéticamente dice la palabra «reverberación», la memoria que une al yo en el tiempo, el brillo repetido y cargado de emoción, como escribió Bachelard, del habitar. Es el yo que encuentra que el entorno hace ecos de él mismo. Igualmente una acción poética.

En suma, la etnografía de la intimidad es una hermosa tarea que ha acometido Francisco Cruces en este libro escrito con gran finura intelectual y ambición teórica. Y, además, ofrece una recompensa poco común, la práctica de las artes poéticas.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

 

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Cruces, Francisco. 2022. Metropolitan Intimacies. An Ethnography on the Poetics of Daily Life. Lanham: Lexington Books.

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Giddens, Anthony. 1995. La transformación de la intimidad: sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas. Madrid: Cátedra

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