Agradecemos la colaboración de Christine Laurière, Isabelle Combès, José Braunstein, José Antonio Vellard, Alicia Nores y Lorena Córdoba. Una versión en francés del texto, ligeramente distinta, ha sido publicada en André Delpuech, Christine Laurière & Carine Peltier-Caroff (eds.), «Les Années folles de l’ethnographie».
Para la mayoría de los americanistas Jehan A. Vellard (1901-1996) es un desconocido. Para muchos es apenas una referencia bibliográfica más, y para otros tan solo el médico que acompañó al Mato Grosso a Claude Lévi-Strauss. Definitivamente Vellard no es un contemporáneo: su obra resulta anticuada, poco glamorosa y carece de potencia heurística, mientras que su autor se presenta como un ancestro incómodo, antipático, que nadie reivindica. Sin embargo, contentarse con este diagnóstico sería demasiado fácil. El descarte disciplinar de la figura de Vellard deja escapar una personalidad polifacética, testigo de tiempos críticos para el Chaco, los Andes o la Amazonía, y al mismo tiempo una obra que combina la etnografía, la antropología física, la lingüística, la arqueología y la biología. Se trata, entonces, de revisar desapasionadamente algunas de las expediciones científicas que Vellard realiza para el Museo del Trocadero en la década de 1930, en particular los viajes al Paraguay (1931-1932) en vísperas de la guerra del Chaco y al Mato Grosso (1938) en la famosa expedición con Lévi-Strauss, y de repasar las circunstancias específicas en las cuales se conformó una parte de las colecciones del museo. Al mismo tiempo, el análisis permite echar luz sobre las ambigüedades del legado personal y científico de Vellard.
For most Americanist scholars, Jehan Albert Vellard (1901-1996) is relatively unknown. He may appear as a passing bibliographical reference, or at best as the doctor of medicine who joined Claude Lévi-Strauss on his trip to Mato Grosso. Vellard the Americanist is definitely not a contemporary author: to us, his works may seem antiquated, devoid of glamour and heuristic potential, while the author himself appears as an awkward and unpleasant ancestor whom nobody defends. Yet, such a diagnosis is simplistic and premature. This customary dismissal of Vellard prevents us from grasping his multifaceted personality, his role as a key witness at a critical moment for Chaco, the Andes and the Amazon, and his scientific research which combined ethnography, physical anthropology, linguistics, archaeology and biology. This paper therefore revisits some of the anthropological expeditions in which Jehan Vellard took part during the 1930s, commissioned by the Musée d'Ethnographie du Trocadéro, and particularly his voyage to Paraguay (1931-1932) during the Chaco War and the famous Mato Grosso expedition (1938) with Lévi-Strauss. The aim is to reconstruct the specific context in which part of the Museum’s anthropological collections were formed, while at the same time shedding light on the ambiguities of the personal and scientific legacy of Jehan Vellard.
Para la mayoría de los americanistas, Jehan A. Vellard (1901-1996) es un desconocido; para algunos es apenas una referencia bibliográfica más, y para otros tan solo el médico que acompañó al Mato-Grosso a Claude Lévi-Strauss. Limitándonos solo a la academia francesa: ¿cómo es posible que no cite su trabajo Pierre Clastres, que trabaja con los guayakis apenas treinta años después? (
Sin embargo, contentarse con ese diagnóstico sería demasiado fácil. El descarte en bloque de la obra de Vellard seguramente tiene razones más profundas. Porque, a la vez, hay que preguntarse si no deja escapar un personaje polifacético, testigo de tiempos críticos para el Chaco, los Andes o la Amazonía, y asimismo una obra científica que combina la etnografía, la antropología física, la lingüística, la arqueología y la biología. Las investigaciones de Vellard sobre el curare o los venenos animales son todavía clásicos de referencia (
En 1931, Paul Rivet encomienda a Vellard una misión de campo al Paraguay para el Trocadero y el Muséum national d’histoire naturelle (MNHN). El objetivo es documentar «la etnografía y la historia natural» del país y estrechar relaciones científicas con los círculos intelectuales paraguayos
El objetivo principal era realizar estudios etnográficos sobre las tribus menos conocidas de Paraguay y reunir colecciones para el Trocadero y el Museum. Al mismo tiempo recogí todas las observaciones, documentos y colecciones que pude reunir sobre la historia natural y la biología de las regiones que visité (
Junto a su madre Amélie, Vellard emprende una estadía que duraría desde mediados de julio de 1931 hasta comienzos de 1933, incluyendo el inicio de la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay (1932-1935).
El Chaco boreal está ocupado por fuerzas militares y el periplo se transforma en una negociación constante con las autoridades castrenses. Desde su misma génesis se percibe la impronta marcial de la expedición al Chaco que dura tres meses y medio que van desde el 2 de septiembre al 21 de diciembre de 1931. Vellard se asesora con el general ruso Ian Belaieff, enrolado en el ejército paraguayo, que conoce la región y particularmente a los makás, y juntos planean expediciones a los lengua-maskoi, sanapanás, angaités, ayoreos y chamacocos
Comienza luego la experiencia de la
A pocos cientos de metros de una decena de ranchos, el único pueblo de la orilla paraguaya, dos toscas chozas de barro con techo de paja, un corralito para el ganado, una carreta de bueyes desacoplada y nadie a la vista cuando llegamos: así encontré el primer fortín del Chaco. Solo el alto mástil sin bandera indicaba un puesto militar (
Únicamente hay mujeres y niños: los soldados han salido a perseguir ladrones de ganado mientras el único militar a la vista combate las langostas que amenazan los sembradíos. Cuando la tropa regresa anuncia un ataque inminente y corren rumores sobre un gigante negro, desnudo, que recorre el río con un enorme cuchillo –se trata finalmente del fugitivo sargento Escobar, que más tarde, en una de las ironías de la historia, sería nombrado comandante del fortín–.
Vellard contrata unos soldados guaraní-hablantes como guías, y prosigue camino hacia Fuerte Delgado, donde las condiciones físicas son extremas y el río no conserva más que unos pocos centímetros de agua. Allí estudia la fauna acuática y se esfuerza por llegar a Fuerte Aquino. El precario fortín consiste de ranchos destartalados con medio centenar de hombres: los uniformes están hechos jirones, los caballos están muertos, el agua escasea, la dieta está racionada, los suministros no llegan desde hace meses, la radio no funciona y nadie ha anunciado su visita. Vellard tarda dos días en encontrar a los makás, que han huido al monte por una epidemia de viruela. Comprueba aliviado que son hospitalarios y que incluso saben algunas palabras en guaraní:
Pero a cambio de la cosa más nimia pedían muchos regalos, sin la menor noción del valor de las cosas. A cambio de una manta uno pidió mi caballo, mi escopeta o un silbatito de pocos centavos. Cada mañana mi choza se llenaba de indios que venían a buscar algún presente, sobre todo mujeres de senos caídos que escupían, se despiojaban, se depilaban y hablaban en voz lenta. Pasaba el día yendo de choza en choza, preguntando, anotando, comprando muchas cosas; a veces acompañaba a los hombres a cazar. Gané rápidamente su confianza y reuní una linda colección para el Trocadero, con muchos apuntes sobre su religión, sus costumbres, sus tradiciones, etc. (
Envalentonado, parte en mula hacia el Chaco central pero el calor y los mosquitos son un suplicio y pierde en el camino buena parte de sus placas fotográficas. En Fuerte Genes y Mariscal López, a pocos kilómetros de las posiciones bolivianas, encuentra grupos desperdigados de makás y mínimas guarniciones militares abandonadas a su suerte. Finalmente llega a Fortín Nanawa, el más importante bastión paraguayo. Evidentemente es un mal momento: recrudecen los enfrentamientos con las tropas bolivianas, acuarteladas a una veintena de kilómetros, y la nerviosa guarnición ha sufrido más de treinta bajas. Por si fuera poco, el cambio de autoridades deja sin efecto los salvoconductos de Vellard y el capitán se niega a permitir que prosiga su viaje (
El desencanto no dura. Guiado por el paraguayo Robustiano Vera, en enero de 1932 realiza excavaciones arqueológicas y paleontológicas en los alrededores de Asunción (
A pedido de Rivet, emprende luego el estudio de los guayakis. El interés es claro: «Sin ningún contacto directo con otros indios o con civilizados, los guayaquis todavía viven como se vivía en Europa en el neolítico» (
Los guayakis cuentan entre los indios más difícilmente accesibles. Viven en grupos reducidos con un promedio de cinco a ocho individuos, en las zonas más espesas y alejadas de la selva, sin construir campamento fijo y se desplazan casi diariamente. No tienen ningún contacto con los civilizados, ni con los otros indios que los persiguen como si fueran animales dañinos; atacan por su parte a los cazadores y a los trabajadores aislados en el monte (
Aislados, nómadas, animalizados: todas las imágenes de la barbarie están ahí. Los guayakis se acercan furtivamente a las estancias, matan ganado a flechazos y lo carnean con hachas de piedra; roban las herramientas que no tienen y el maíz y la mandioca que no cultivan. Los estancieros los exterminan: «para ellos los guayakis son animales dañinos, bestias hediondas que deben eliminarse. Pero, curiosa contradicción, perdonan a los niños a los que crían luego con cuidado y ternura en las haciendas» (
Con un puñado de peones paraguayos e indígenas mbwiha Vellard organiza cuatro expediciones para encontrar a los guayakis. Como no pueden cazar, puesto que los disparos ahuyentarían a los indígenas, deben cargar todas las provisiones, lo que reduce su autonomía. Del 10 al 28 de marzo, la primera partida ni siquiera logra rastrear a los guayakis y apenas logran encontrar campamentos abandonados.
La segunda expedición parte el 14 de abril y otra vez, apenas perciben su presencia, los guayakis se esfuman. Finalmente, en medio de la selva, oyen llorar a un niño. Los guías mbwiha huyen aterrorizados pero los peones criollos avanzan y se topan con medio centenar de guayakis fabricando flechas y preparando comida en un clima de serenidad total. Por la noche Vellard y sus hombres se retiran al lecho seco de un arroyo cercano. Pero a la madrugada, cuando intentan regresar, los indígenas los sorprenden con una andanada de flechazos. Vellard había dado la orden de tirar al aire en esos casos, pero todo el mundo dispara alocadamente y un indígena cae herido. Los guayakis huyen. Hacen un rápido inventario de los objetos del campamento mientras los indígenas arrojan de vez en cuando más flechas, con lo cual ordena cargar «los objetos para el Trocadero» y regresar, no sin que los ataquen tres veces más por el camino (
En la estancia lo aguarda una sorpresa. Los mbwihas fugitivos han vuelto poco antes con un tarro de miel, un coatí y una niñita guayaki atada y amordazada. Confiesan que al huir se toparon con dos mujeres y la niña, intentan violar a las mujeres, que si embargo logran escapar, y se apropian del bebé para venderlo: «Varios estancieros de la región han comprado de esta manera a niños guayakis, les crían en casa y de hecho les tratan muy bien; estos niños se compran en 200 a 300 pesos paraguayos, un centenar de francos» (
Vellard parte en mayo en una tercera expedición, con la idea de verificar la turbia historia de los guías mbwiha. Logra dar con el segundo campamento y al volver, en un bosque de naranjos, encuentra otro grupo de guayakis que le arroja varias flechas antes de esfumarse: «Completé mis colecciones con muchos objetos interesantes, abandonados en su campamento» (
A mediados de 1932 la situación bélica entre Bolivia y Paraguay se agrava, y el planeado retorno al Chaco es imposible
Aparecemos entre los indios antes de que puedan recobrarse de la sorpresa. Los de la choza huyen, llevándose todas las armas; desaparecen en una ráfaga de ramas rotas, seguida por un impresionante silencio. Los demás no tuvieron tiempo de escapar y estábamos a punto de hablar para tranquilizarlos cuando estallaron disparos detrás de nosotros; de milagro ninguno de los guías fue alcanzado. Todos se apartaron para esquivar las balas, llevando al niño guayaki paralizado por el terror. Los últimos guayakis huyeron, a excepción de uno, herido, que jadeaba en el suelo. Fue un momento trágico y penoso: hubo que salvarlo de los guías y de los mbwihas totalmente descontrolados, que querían ultimarlo a machetazos. Todo pasó tan rápido que no acabo de entenderlo: al ver a un guayaki levantarse para aparentemente tomar su hacha, los tres hombres de la retaguardia dispararon como locos, aterrorizados, arriesgándose a matar a sus compañeros de la vanguardia pese a la terminante orden de no hacer fuego si no era absolutamente necesario: cansancio, irritación por las largas caminatas, miedo de los guayakis y, sobre todo ese mal insidioso, el mal de la selva… Acabamos rápidamente el inventario del campamento: solo hay 30 objetos incluyendo bolas de cera y una punta de flecha rota. Nada de collares. Pocas herramientas. Las armas desaparecieron. Delante del cuerpo de quien fuera tal vez su pariente el niño guayaki nos mira con sorpresa, sin un grito, sin una lágrima, sin un gesto de emoción; obedece sin decir nada (
Vellard lleva consigo al niño: «Pese a la escasez de objetos recogidos la expedición fue muy interesante; completé mis observaciones sobre el modo de vivir de los guayakis y pude comprobar la existencia de un mestizaje sin duda antiguo en esa raza tan aislada. Por último, recogí un buen vocabulario de la lengua gracias al niño» (
¡Los resultados han sido excelentes pese a la interrupción forzosa de mi viaje al Chaco en Nanawa y los disturbios en Paraguay! Estudié tres tribus indígenas en profundidad: los makás, los mbwihas y los guayakis. Además, visité rápidamente a los tobas del Pilcomayo y tomé apuntes sobre los lenguas (
Aunque el estado de las colecciones no es perfecto, puesto que la humedad y los insectos han dañado parte de los objetos, es obvio que constituyen el mayor éxito de la misión:
En resumen los resultados de mi viaje al Paraguay son: una gran colección completa de 300 objetos makas; urnas funerarias encontradas en la cercanía de Asunción; algunos huesos fósiles, en mal estado; apuntes y fotografías de petroglifos del Cerro de Villarica; colección guayaki, un centenar de objetos; colección mbwiha todavía incompleta; reducida colección toba del Chaco argentino; un esqueleto toba; un esqueleto guayaki; tal vez un esqueleto mbwiha (en negociación) (
Rivet responde exultante: «Las colecciones recogidas entre los indios guayakis colman una de las más importantes lagunas de nuestro museo»
Leí con pasión estas páginas, muchas de ellas simples transcripciones de apuntes de campo, escritos a las apuradas por la noche tras una dura jornada en el precario descanso del campamento. De ahí todo su mérito y su encanto. Exhalan el inquietante perfume de la selva húmeda y pegajosa cuando la vida misteriosa surge en el monte impenetrable y hostil (
Sin embargo, lo que más lo deslumbra de todo el asunto es, sin duda, Marie-Yvonne. Vellard deja a la pequeña guayaki al cuidado de Amélie. Luis, el niño proveniente del último tiroteo, es entregado por su parte a los hermanos Balanza (
Voy a fotografiarlo, estudiarlo, si es posible sacarle una radiografía en Asunción, medirlo, pesarlo; si mi madre no quiere hacerse cargo, lo entregaré luego a una familia local para que lo críe. ¿Tiene usted algún consejo? ¿Desea algún estudio más? ¿O quiere tenerlo? ¿Le interesa que lo guarde conmigo para estudiar su desarrollo? Espero su respuesta antes de decidir (
Aprovecha los últimos días en Paraguay tomando las medidas de Luis, Marie-Yvonne y Fortunata, otra niña indígena, y comienza a reunir notas comparativas sobre los guayakis criados entre los blancos (
Ha decidido finalmente adoptar a Marie-Yvonne, pero la niña despierta llorando por las noches y tiene crisis nerviosas. Mientras se adapta Vellard estudia su desarrollo físico, afectivo e intelectual. Al principio la niña se comunica por gestos. A los tres meses domina el lenguaje esencial para la vida cotidiana. A los cinco comienza a expresarse en voz alta, hilando frases complejas y pensando en tiempo futuro. En el Congreso de Americanistas de La Plata habla en público y comprende casi todo lo que le dicen en francés, provocando la admiración de los colegas
Adoptada por Vellard y su madre, Marie-Yvonne es hoy una encantadora niña de 10 a 11 años, inteligente y cariñosa, estudiosa, que habla portugués y francés y, según las fotografías que me envió Vellard, también es bonita. Trasplantada a un medio completamente nuevo, gracias al cuidado inteligente de sus padres adoptivos pudo adaptarse sin ningún problema hasta el momento, sin que su herencia la haya desviado de la vida civilizada que le reservó el destino (
Con estas líneas Rivet inaugura una línea argumental que legitima la adopción de Marie-Yvonne y busca hacer recapacitar a «aquellos que creen en la irreductible desigualdad de las razas y en las imprescriptibles leyes de la herencia» (
Hoy en día la muchachita, cuyos parientes probablemente estén en el río Paraná cazando o cortando árboles con hachas de piedra, es una niña atractiva e inteligente, producto típico del ambiente cultural en el cual ha vivido por dieciocho años (...) Como todos los seres humanos tiene aptitudes innatas, ninguna de las cuales puede considerarse exclusivamente en función de su ‘raza’. La lección que enseña la historia de Marie-Yvonne, y de cientos de niños como ella, es que todos los seres humanos de una inteligencia promedio son capaces de desempeñar su papel en cualquier forma de civilización (
No obstante, lo paradójico es que el mismo episodio que para unos constituye un ejemplo de humanitarismo, para otros resulta escandaloso. En efecto, en julio de 1937 Curt Nimuendaju declina la invitación de Claude Lévi-Strauss para formar parte de la célebre expedición al Mato Grosso:
Rechacé la invitación. Primero, porque me gusta trabajar solo. Segundo, porque apenas me dejan tiempo mis trabajos con los Gê. Tercero, porque parece que la dirección estará en manos del doctor Vellard, cuyos métodos de trabajo no comparto: según sus propios informes publicados en el Journal de la Société des Américanistes de París, en sus expediciones a los guayakis asaltó campamentos indígenas a mano armada, y saqueó y robó a los tiros a una niña que ahora está criando
Más allá de la distorsión de las circunstancias no se trata de un juicio personal aislado, tal como muestra una extensa nota al pie del traductor al castellano de la obra de Nimuendaju, el médico paraguayo Francisco Recalde:
Recientemente un etnólogo de pocos escrúpulos humanitarios, de nacionalidad francesa, tomó a su cargo la triste misión de aprisionar un guayakí. Tomó como guías a otros indios mansos de la región, mbyá y avachiripá, los armó con rémington y asaltó un campamento guayakí en pleno bosque. Conquistó muertos, heridos, y un niño que fue abandonado, juntamente con todos los enseres del campamento, cuya lista ofrece minuciosamente. El niño conducido a Colonia Mainshussen, cerca de Encarnación, a pesar de los buenos cuidados, sufrió de tristeza incurable, se enfermó probablemente de tuberculosis y murió, no sin antes haber dictado todo lo que sabía de su idioma. Esta
Nimuendaju y sus discípulos proponen entonces una lectura muy distinta de la Rivet, que había entendido el affair Marie-Yvonne en clave humanitaria y virtuosa, e insisten por el contrario en la adopción violenta de los niños guayakis (p. ej.
El proyecto que Nimuendaju rehúsa integrar es el famoso viaje al Mato-Grosso que Lévi-Strauss inmortalizaría en
Como en Paraguay, el papel de Rivet es crucial. Contacta a Vellard con Claude y Dina Lévi-Strauss (
Solo tengo un temor: ¡Lévi-Strauss! Es demasiado entusiasta y habla demasiado de este viaje (...) A la hora de los preparativos imagina todo a lo grande, y quiere llevar demasiadas cosas y demasiada gente. Espero calmarlo y mostrarle el inconveniente de estorbar con tanto equipaje. ¿No podría usted decirle algo?
Como además la misión se organiza entre instituciones francesas y brasileñas, «se nos ha impuesto un delegado del gobierno brasileño» (
Lévi-Strauss se ocupa del aprovisionamiento en Cuiabá, la «Chicago brasileña», donde contrata al guía Fulgencio (
El 13 de junio, finalmente, la comitiva parte con los 4 científicos, Fulgencio, 10 ayudantes, 15 caballos y mulas y 30 bueyes de carga. En Utiariti trabajan con una treintena de nambikwaras. A pesar de estar en contacto desde hace años, no aceptan extraños en sus aldeas y han masacrado hace poco a una misión protestante. Aceptan la encuesta, pero tienen repentinos cambios de humor. Mientras intenta obtener muestras de sangre y medidas antropométricas, Vellard advierte su carácter volátil. Además, no hay intérpretes, los indígenas hablan poco o ningún portugués, los expedicionarios apenas comprenden el nambikwara y no pocas veces deben recurrir a la mímica. Sin embargo, los indígenas también se muestran sensibles a los regalos. Al poco tiempo, no los dejan en paz: las mujeres les revisan sin pudor los bolsillos y deben bañarse frente a multitudes de niños curiosos que molestan a Vellard –y un ofuscado Lévi-Strauss atribuye la molestia de Vellard a su educación católica (
Por medio del comerciante sirio Fuad, Vellard obtiene unas flechas envenenadas. Algunos ancianos paresís todavía saben preparar el curare e incluso recuerdan las leyendas sobre su origen. En cambio, entre los nambikwaras el curare no constituye un saber esotérico: «Luego de algunas dificultades, tentados por nuestros regalos, un par de los hombres más influyentes aceptaron prepararlo» (
Luego de un mes Dina Lévi-Strauss contrae oftalmia y deben evacuarla en automóvil (
En Juruena no hay más que un destartalado puesto telegráfico, una guarnición de tres soldados y una misión jesuita. Julio, el jefe indígena que enseña a Vellard la técnica del curare, se transforma en la estrella tras bambalinas de la expedición. Propone visitar una aldea de un viejo achacoso que se niega a recibirlos: «Para no perder los regalos prometidos, Julio organizó un verdadero viaje de turismo sin avisarnos de la negativa. Tras dos días de vacilaciones, decidió llevarnos a su casa». El tour por los campamentos nambikwaras es provechoso: «Tras una escena cómica de intercambio de objetos para nuestras colecciones bajo la dirección de Julio, los indios se dispersaron y volvimos al puesto telegráfico de Juruena» (
Poco después Castro Faria contrae la misma oftalmia que había dejado fuera de combate a Dina. Lévi-Strauss se adelanta con el convoy hasta el insalubre puesto telegráfico en Campos Novos, mientras Vellard se queda atendiendo al brasileño y estudiando los arácnidos locales. El 28 de agosto, por fin, bajo un sol implacable agravado por los incendios, parten hacia Campos Novos encontrando bueyes muertos por el camino. Los aguarda un solitario Lévi-Strauss:
Había encontrado al llegar a un grupo de indios ñambikwaras, y trabajado bien con ellos. Pronto se les unieron otros, llegados desde el norte (…); parecían ser miembros de una parcialidad más rica e industriosa que los ñambikwaras del curso superior del Juruena, que organizan a menudo expediciones de saqueo en sus aldeas. En cuanto llegaron a Campos Novos estuvieron a punto de pelear con los otros indios; se fueron casi en seguida, tras haber sido despojados de sus arcos y flechas por sus enemigos. Estos últimos tampoco tardaron en irse cuando les faltó comida y ya mucho tiempo, antes de mi llegada, no quedaba ni un solo indio con Lévi-Strauss (
El 4 de septiembre parten hacia Vilhena. Cruzan un río, se accidenta un animal y pierden algunos objetos, y prosiguen la marcha eludiendo los grandes termiteros rojos. Luego la suerte cambia: en Vilhena la caza es abundante y hay unos cuarenta nambikwaras. Las dos semanas allí, de hecho, son el punto alto del viaje. Los nambikwaras pertenecen a dos grupos distintos, Tagnani y Cabané, entre los que hay sensibles diferencias dialectales y culturales. Vellard estudia la fauna y la vegetación. Gracias a un chamán logra presenciar una vez más la preparación del curare y reactiva los bocetos de antropología física, mientras Lévi-Strauss analiza la organización social (
Con las primeras lluvias parten luego hacia Três Buritys, donde abundan la caza y la pesca y los guardias tienen una gran plantación en la cual se reaprovisionan. Vellard realiza nuevas mediciones antropométricas (
A fines de septiembre Vellard padece un ataque de malaria (
Estalló una fuerte tormenta la primera noche del viaje y cayó una lluvia torrencial. Todavía no estaba instalado el campamento y a duras penas armamos una pequeña carpa donde esperamos apretujados que apareciera el sol mientras escuchábamos a nuestros hombres contar, en su rústico lenguaje, curiosas historias de cacería, de la vida en la selva y de amores salvajes mezcladas con reminiscencias de antiguas leyendas de Europa (
Lévi-Strauss visita brevemente un grupito de indígenas mondé mientras Vellard padece un nuevo ataque de malaria. Se reestablece estudiando la fauna fluvial. El 21 de octubre descienden por el Gy Paraná y encuentran caucheros en las orillas, que les ofrecen información para llegar a los tupí-kawahib. Aquejado por un nuevo ataque de malaria, Vellard se adelanta hasta una barraca cauchera a tres días de canoa. La separación dura poco: al llegar al campamento tupí-kawahib, Emídio, uno de los ayudantes, se dispara accidentalmente en la mano: «los huesos triturados, los nervios expuestos, los dedos en pedazos» (
No teníamos nada más que hacer excepto vender los restos de nuestro material a la población local o intercambiarlos por pollos, huevos o leche –pues había algunas vacas–, vivir perezosamente y recuperar nuestras fuerzas esperando a que el río, crecido a causa de las lluvias, permitiera al primer navío subir hasta allí, lo cual llevaría sin duda unas tres semanas. Cada mañana, disolviendo en la leche nuestras reservas de chocolate, desayunábamos contemplando a Vellard, que extraía astillas de hueso de la mano de Emídio y le iba dando forma. El espectáculo tenía algo de nauseabundo y de fascinante; se combinaba en mi pensamiento con el de la selva, pleno de formas y amenazas (
A principios de noviembre el letargo crepuscular en Presidente Penna se vuelve intolerable. Castro Faria padece problemas intestinales, Fulgencio y Vellard malaria y algunos de los hombres, fiebre: «Se impone el retorno» (
En su informe, no obstante, Vellard resalta la labor cumplida: «Los resultados son excelentes». Luego de subrayar el papel de Rivet, añade: «Debo señalar las perfectas relaciones con mi colega, el señor Lévi-Strauss, con lo que pudimos llevar a cabo el viaje y completar nuestras investigaciones en estrecha colaboración» (
Mi posición es muy clara y negativa: la expedición a la Sierra del Norte fue un fracaso total. Fue un fracaso en términos de etnografía. La expedición fue un gran error. Nos pasamos todo el tiempo andando. No permanecimos el tiempo suficiente en ningún lugar como para estudiar bien nada (...) Yo estaba afligido por la falta de tiempo para quedarnos en algún lugar y poder estudiar algún grupo indígena. Nunca lo hicimos. Pasamos poquísimos días con ellos (
Todo hace suponer que las meditaciones melancólicas de
Aun entre quienes saben quién fue efectivamente Vellard casi nadie lo recuerda por su análisis del curare nambikwara o por su aporte al estudio de la cultura material guayaki, sino más bien por ser el médico que acompaña a Lévi-Strauss, o bien por asaltar a balazos los campamentos guayakis. En ambos casos termina cumpliendo el papel del villano, y el examen de las expediciones tal vez permita esbozar una lectura más desapasionada de esa deslucida posición disciplinar.
La individualidad de Vellard no es fácilmente aprehensible. Nacido en Túnez, en 1901, su padre es un colono y su madre desciende de una familia de cultivadores haitianos. En 1920 se establece en Brasil para trabajar en el Instituto Butantan. Tiene varias perras a las cuales, invariablemente, nombra Joujou o Pluchette
Las aporías no acaban allí. Por un lado, hay en Vellard un afán de recorrer la Sudamérica profunda; por el otro es evidente su propensión a una escritura seca, monótona, casi burocrática. Tal vez se deba a otra faceta personal de Vellard, que según Métraux fue un «mercenario de las instituciones culturales» (
Lo notable es que, al menos en los textos, esa ductilidad social se combina con una frialdad difícil de aceptar hoy para las ciencias humanas. Percibimos en Vellard el tono del científico sin fisuras ni incertidumbres, totalmente seguro de sí mismo, con una fe inconmovible en el poder de la razón. Una fe que en sus mejores momentos desborda desparpajo y espíritu de aventura, y en los peores roza la insolencia: así, cuando cuenta que los tobas del Pilcomayo no quieren que excave sus tumbas, o que los mestizos de Vilhena se indignan porque mata sus perros para probar la eficacia del curare, su sorpresa es totalmente genuina. Si hay instantes de empatía en el terreno está claro que no se preocupa por evocarlos, y refiere la entrada al campamento con el guayaki agonizante y el pequeño Luis temblando de miedo con la misma neutralidad con la que describe las medidas de las arañas amazónicas. Tras el imprevisto tiroteo en el campamento guayaki, anota: «Ya que no podemos llevarnos el cadáver, me contentaré con medirlo» (
Hay que cuidarse, no obstante, de reducir esas actitudes a una mera condición psicológica. Las expediciones a Mato Grosso y Paraguay tienen lugar en el marco institucional de una agenda metodológica precisa (
Al mismo tiempo tampoco sería justo atribuir enteramente la lógica del trabajo en el terreno a un protocolo metodológico, o al propio colonialismo. La vocación por una ciencia empírica, positiva, multidisciplinaria, hoy puede parecer anticuada. Pero en la formación personal de Vellard, así como en el diseño de sus viajes, se percibe el influjo omnipresente de la figura de Rivet: mentor, colega, corresponsal, financista, para quien las fronteras disciplinares entre etnología, lingüística, antropología física, arqueología o biología son algo artificial, y para quien una formación renacentista como la de Vellard, que se interesa tanto por las plegarias a Ñamandú como por el diámetro nasio-alveolar de los guaraníes, es claramente un valor positivo (
Más allá de la urgencia institucionalizada de la etnografía de rescate, tan en boga en aquella época, la fe en un cientificismo que se sabe omnipotente tal vez nos permita entender mejor el protocolo etnográfico de las expediciones. Porque si Vellard mide el éxito de una campaña en función de la cantidad de objetos, hay que recordar que en la misma década Rivet y Georges-Henri Rivière se jactan del «botín» de la expedición Dakar-Djibouti (
El dossier guayaki es distinto. La información proviene de unos cuantos indígenas capturados que viven en las estancias. Fuera de breves encuentros con los grupos salvajes, que en algunos casos duran minutos, no hay contacto etnográfico. Sabemos que el propio Vellard había anticipado esas condiciones a Rivet, e incluso albergaba dudas sobre su eventual eficacia. Reporta con franqueza llamativa la forma en que se acerca la forma en que se acerca a los campamentos, los guayakis huyen despavoridos y procede a realizar el inventario de los objetos –como si se tratara de bienes sin dueño, abandonados, naturales. La cultura material guayaki es literalmente recolectada. La racionalidad museológica se lleva al extremo: conseguir el objeto puro, genuino, intacto, tal y como se usa, casi arrancado al dueño de sus propias manos (
Tal vez estos claroscuros nos permitan entrever las razones por las cuales, para el americanismo, Jehan Vellard sigue siendo un ancestro imposible. Una especie de antihéroe anacrónico, incómodo, políticamente incorrecto, en cuya genealogía nadie se reconoce. Las razones que forjan esa imagen parecen diversas, y al analizarlas nos topamos una y otra vez con la ambivalencia de un legado. Con todos los tics del cientificismo decimonónico Vellard se presenta como una figura opaca pero a la vez policroma, anómala, inclasificable, que transmite certezas pero lo hace envuelto en ambigüedades: apreciado por unos (Rivet) y desprestigiado por otros (Nimuendaju); científico institucional y a la vez hombre de acción; católico conservador que colabora con una agenda socialista; biólogo multidisciplinario que se dedica a la cinematografía; un insensible que, en una de las situaciones más violentas que puedan imaginarse, adopta una hija. Si hablamos de legados y filiaciones imposibles, nada expone mejor los dilemas del americanismo a la hora de atribuirle un lugar que «la niña indígena con una lección para la humanidad». Lo que para unos es un atropello para otros es un acto humanitario que prueba la unidad del género humano. Y aun en este caso, con todas sus luces y sus sombras, la historia guarda un final amargo. En una serie de cartas de la década de 1970 dirigidas a «mi hijita» Vellard declara su soledad. Marie-Yvonne solo contesta de vez en cuando, con vagas alusiones a su vida en Iquitos, sus relaciones con los misioneros franciscanos e incluso a un proyecto de trabajo entre los yaguas de la Amazonía peruana –Vellard le sugiere la posibilidad de reunir «datos positivos» y publicar un texto
MNHN | Muséum national | d’histoire naturelle - París |
2 AP 1 C | dossier Vellard (Lettres à P. Rivet) | |
2 AM 1 K96e | dossier Vellard (Correspondance avec le Musée | |
d’ethnographie de Trocadéro et le Musée de l’Homme) | ||
UA | Universidad Austral - Buenos Aires | |
Instituto de Estudios Americanistas J. Cáceres Freire - Fondo Vellard | ||
JAV | Archivo privado José Antonio Vellard - Berlín |
Correo electrónico:
Vellard realiza otros viajes de campo durante la misma década, p. ej. a Brasil (1929-1930), Venezuela (1936) y Bolivia (1938). Sobre el Museo del Trocadero, ver
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 27-03-1931 (MNHN, 2 AP 1 C). Junto a Marcel Mauss, Rivet era secretario general del Institut d’ethnologie, donde Mauss formaba a los jóvenes antropólogos –pero también funcionarios coloniales, estudiantes y público general– siguiendo la agenda metodológica de una «etnología descriptiva» de corte comparativo, meticuloso y detallista (
Ver, asimismo, carta de J. Vellard a P. Rivet, 06-05-1931 (MNHN, 2 AP 1 C).
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 15-04-1931 (MNHN, 2 AP 1 C).
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 02-05-1932, p. 5 (MNHN, 2 AM 1 K96e).
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 15 de abril de 1931 (MNHN, 2 AP 1 C).
Tal vez por eso el aislamiento guayaki es un auténtico
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 20-09-1932 (MNHN, 2 AP 1 C).
Ver, asimismo, carta de J. Vellard a Rivet, 15-06-1932 (MNHN, 2 AP 1 C).
Carta de P. Rivet a J. Vellard, 16-06-1932 (MNHN, 2 AM 1 K96e).
Aunque gran parte del libro repite textualmente lo publicado en los textos científicos, la trama revela cierta pretensión literaria: «No puedo pensar en Paraguay sin volver a ver la orquesta rústica, una guitarra, un acordeón y una pequeña arpa tocando en alguna pobre choza mal iluminada con una o dos lámparas arcaicas, de aceite o petróleo. Los músicos son simples peones, gente del campo, sin educación musical, que tiene un sentido innato del ritmo aunque no siempre de la armonía tal como la entendemos» (
Complementa sus observaciones con datos sobre Manuel (otro joven radicado con los Balanza), Mauricio Podesley (criado por el Arzobispo de Asunción) y Damiana (llevada como sirvienta a Buenos Aires y finalmente recluida en una institución psiquiátrica hasta morir de tuberculosis).
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 15-06-1932 (MNHN, 2 AP 1 C).
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 18-09-1933 (MNHN, 2 AP 1 C).
Sobre la participación de Rivet, ver
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 04-06-1944 (MNHN, 2 AP 1 C).
Carta de C. Nimuendaju a C. Estevão, 21-11-1937 (cit. en
Véase por ejemplo
Ver, asimismo, carta de J. Vellard a P. Rivet, 08-07-1935 (MNHN, 2 AP 1 C).
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 20-05-1937 (MNHN, 2 AP 1 C).
Aunque quienes prohíben la comunicación de los nombres personales son supuestamente los nambikwaras, la rutina onomástica del relato tiene algo de cómico: Vellard se refiere a Castro Faria como «el brasileño» y Lévi-Strauss construye su epopeya sin nombrar a «mi esposa» Dina, ni a «nuestro médico» ni a «mi compañero brasileño»; es solo al final de
Ver, asimismo, carta de J. Vellard a P. Rivet, 29-07-1938 (MNHN, 2 AP 1 C).
Llamado «A1» por Lévi-Strauss, Julio es guía, informante, traductor y organizador de transacciones: «A1 es sumamente inteligente, consciente de sus responsabilidades, dinámico, emprendedor e ingenioso (…) Es un informante valioso, que entiende los problemas, percibe las dificultades y se interesa por el trabajo; pero muchas veces sus ocupaciones lo reclaman y desaparece días enteros para cazar, reconocer un camino o buscar árboles con semillas o frutos maduros» (
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 20-03-1939 (MNHN, 2 AP 1 C);
Cartas de J. Vellard a P. Rivet, 18-06-1938, 28-12-1938 (MNHN, 2 AP 1 C).
Por otra parte podría contraponerse a la vez la percepción metodológica del brasileño con la de sus colegas franceses: si para Vellard (
Para lecturas divergentes, ver
Cartas de J. Vellard a M-Y. Vellard, 15-07-1975, 25-09-1975, 20-07-1976, 15-04-1978 (JAV).
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 06-05-1931 (MNHN, 2 AP 1 C); cf.
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 08-07-1935 (MNHN, 2 AP 1 C).
Actuación Notarial, 11-12-1978, Testamento nº 94820 fechado el 22-09-1992 (UA). El creciente catolicismo de Vellard se aprecia en sus cartas a Marie-Yvonne: «Continúo con mi existencia solitaria, con mis recuerdos y bajo la mirada de Dios y la Santa Virgen (…) Mi hijita, estoy feliz de ver que conservas la fe y el amor por el buen Dios y la Virgen. Sigue siendo fiel: es la única manera de conservar la serenidad de los cristianos. Es mi fuerza y mi consuelo en mi soledad. Cada día me siento más cercano a Dios y cada día rezo largamente para ti» (carta de J. Vellard a M-Y. Vellard, 20-07-1976, JAV).
La lista de instituciones en las cuales trabaja es impresionante: p. ej. Instituto Butantan (San Pablo), Instituto de Biología de Pernambuco (Recife), Instituto Francés de Estudios Andinos, Instituto Riva-Agüero, Universidad Católica y Universidad Mayor de San Marcos (Lima), Museo de Tihuanacu e Instituto de Biología de Altura (La Paz), Universidad de Buenos Aires y Museo Etnográfico (Buenos Aires).
Carta de J. Vellard a Stroessner, 29-09-1972, UA. Los papeles del fondo Vellard (UA) incluyen correspondencia con figuras como José Imbelloni, Raymond Aron, Roger Caillois o Charles de Gaulle.
Lo cual no puede relativizarse apelando a la presunta predilección «retro» de Lévi-Strauss por una metodología decimonónica (
Carta de J. Vellard a P. Rivet, 15-06-1932 (MNHN, 2 AP 1 C).
Cartas de J. Vellard a M-Y. Vellard, 15-07-1975, 25-09-1975, 20-07-1976, 15-04-1978 (JAV).
Testamento de Jehan A. Vellard del 22-09-1992 (UA).